El Adviento es un nuevo comienzo, un nuevo inicio

Homilía de Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada, en la Eucaristía celebrada el I Domingo de Adviento, 1 de diciembre, en la S.I. Catedral.

Queridísima Iglesia del Señor, pueblo santo de Dios, y Esposa de Nuestro Señor Jesucristo, queridos sacerdotes, queridos hermanos y amigos:

En la experiencia cristiana, pues tiene la experiencia de ser hijos de Dios en esta comunión, que es la Iglesia, siempre hay una segunda oportunidad. Siempre hay la posibilidad de comenzar de nuevo. Chesterton decía que el cristianismo es la única realidad en la historia que puede deteriorarse hasta el punto de parecer que está para extinguir y que es capaz de resurgir de sus propias cenizas.

Pero al comenzar este Adviento, más que en ese aspecto del cristianismo como tal en la historia que a cada cambio cultural y en cada nueva encrucijada de la historia realmente renace, el fenómeno del Papa Francisco es una evidencia de ello, como él mismo dice en su preciosa carta «El gozo del Evangelio», pues renace, sí, de una juventud que es siempre eterna y siempre nueva, nueva en su expresión, nueva en sus matices, nueva porque responde a exigencias y a dificultades nuevas, a preguntas nuevas, a cuestiones nuevas que no se habían dado antes y, sin embargo, al mismo tiempo, portador de una eterna juventud porque Cristo es la plenitud de la historia, el centro de la Creación, del cosmos y de la historia, y el centro de nuestra historia propia personal.

Lo que me importa en este momento subrayar, en este momento en que comenzamos el Adviento, es que para nosotros, para todos nosotros, sea cual sea nuestra historia, nuestras circunstancias, nuestra vida, el Adviento representa como un nuevo comienzo, representa como una oportunidad de comenzar de nuevo, como un nuevo inicio. ¿En qué sentido? No en el sentido de que la historia se repite. Quienes fuera del cristianismo hablaban del eterno retorno, el eterno retorno es un mito. La historia no se repite nunca. La historia tiene una dirección y un sentido, aunque los hombres lo ignoremos. Independientemente de que sepamos cuál es ese sentido, cuál es esa meta o no lo sepamos, pues la historia no vuelve nunca para atrás y no se repite nunca. No hay un eterno retorno, el eterno retorno es un mito, la historia acontece y ningún segundo vuelve a ser idéntico al segundo anterior.

Eso lo que genera es escepticismo. O sea, la conciencia de que la historia nos conduce en alguna dirección y de que no podemos rehacerla ni volver para atrás puede generar fácilmente una actitud escéptica o cínica con respecto a las esperanzas que todos como niños hemos tenido en el milagro de que la vida podría cumplirse, de que uno podría ser feliz, de que uno podría vivir en paz consigo mismo, con el mundo, en armonía con todas las cosas. Como si ese sueño, nuestra percepción de que no podemos volver atrás en la historia, lo fuera deshaciendo el paso del tiempo, deshaciéndolo y consumiéndolo al mismo tiempo.

El hecho de que el Hijo de Dios se hiciera carne, el hecho de su triunfo total y definitivo sobre la muerte, el hecho de su promesa de permanecer con nosotros hasta el fin del mundo, nos desvela un montón de cosas acerca de nosotros mismos. Nos revela cuál es la meta y el fin de la historia sin duda ninguna, de la historia colectiva humana y nos hace poder vivir esa historia con la certeza de que el drama puede ser muy complicado, la vida puede ser extraordinariamente dramática, casi trágica, pero en el cristianismo no hay tragedia. Hay drama, pero no hay tragedia, por la sencilla razón de que la tragedia intuyó muchas de las cosas que estoy diciendo o casi todas, pero no tenía esa luz que brilla, frágil, pequeñita, como decía Péguy: la llama de la esperanza cristiana es lo más frágil que hay en la historia, pero es una llama inextinguible, que nada puede apagar.

Pues, la Encarnación del Hijo de Dios, que nos disponemos a celebrar una vez más, nos descubre, en primer lugar que la Historia tiene una meta, pero no sólo la historia de la humanidad, sino nuestra historia humana, y cada Adviento, como en otro sentido diferente, cada Cuaresma -y no olvidéis que en el vocabulario cristiano la Navidad y la Pascua se llamaban los dos Pascua, porque son momentos del paso del Señor, nosotros no llamamos Pascua a la Navidad, pero todavía decimos «Felices Pascuas», es decir, que nos recuerda que en el vocabulario cristiano había una Pascua de Navidad y había una Pascua de Resurrección. El comienzo de la preparación para el nacimiento de Cristo es el comienzo de la preparación al renacimiento de nuestra esperanza. (…).

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

Santa Iglesia Catedral

1 de diciembre de 2013

I Domingo de Adviento

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