Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la celebración de la Vigilia Pascual, el 19 de abril de 2025, en la S.A.I Catedral.
Queridos hermanos sacerdotes,
Querido diácono,
Queridos seminaristas,
Queridos catecúmenos, que vais a ser bautizados,
Queridos miembros de la cuarta comunidad de las Angustias, que termináis vuestro camino,
Queridos responsables del Camino Neocatecumenal,
Queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Voy a ser muy breve, porque la Palabra de Dios que hemos escuchado en la segunda parte de esta bella liturgia de la Vigilia Pascual nos ha hablado por sí misma y nos ha hablado de parte de Dios.
Hemos hecho un recorrido por la historia santa, por la historia de la salvación, por la historia sagrada. Desde la creación hasta la proclamación de la resurrección de Cristo. Y en esa historia están las maravillas de Dios para con los hombres. Están las maravillas de Dios para con un pueblo, el pueblo de Israel. Están las maravillas de Dios sobre todo en Jesucristo, nuestro Salvador.
Pero al mismo tiempo, en esa historia está el pecado. Está el pecado desde los orígenes. Pero al pecado responde la misericordia de Dios, ya también desde los orígenes. Está la infidelidad del pueblo de Israel. Pero Dios sigue amando su pueblo y perdonándolo. Sigue manteniendo con él su alianza a pesar de las infidelidades del pueblo. Y anuncia una y otra vez por los profetas la vuelta a la salvación.
Y está también la toma de conciencia por parte del hombre, de la necesidad de ser salvado. La toma de conciencia, no solo del pueblo de Israel como pueblo, ser el pueblo elegido, pero ser el pueblo salvado de la esclavitud. Ser liberado y tener esa experiencia de la liberación. Sino también, como predica San Pablo en la Carta a los Romanos y también en la Carta a los Gálatas: Nosotros, cada uno de nosotros, judíos y gentiles, cada uno de nosotros, necesitamos experimentar que somos pecadores, necesitados del perdón de Dios. Y ese perdón de Dios nos ha venido definitivamente por Jesucristo. Dios ha entregado al Hijo para salvar el esclavo, hemos escuchado en la proclamación del pregón pascual. Feliz culpa que ha tenido tan gran Redentor, hemos escuchado también. Y esa esa salvación obtenida por Cristo del misterio de la cruz y de la resurrección. Esa salvación obtenida por Cristo y que hemos celebrado estos días después de esa preparación seria por parte, especialmente de vosotros en las comunidades neocatecumenales.
Esa salvación obtenida de una vez para siempre en la cruz y que hemos celebrado, vuelvo a repetir, estos días en la liturgia y también en la piedad popular, en las calles. Se aplica a cada uno de nosotros con el bautismo. Pero eso, queridos catecúmenos que vais a ser bautizados, vais a pasar de la esclavitud a la libertad. Como el pueblo de Israel.
Vais a pasar del pecado a la gracia. Habéis entrado como simples seres humanos, con todo eso, lo que significa de su dignidad, y vais a salir como hijos e hijas de Dios, miembros de un pueblo, que es la Iglesia. El Señor ha tocado vuestro corazón. El Señor os ha llamado en un momento de vuestra historia personal. Pero ese bautismo, que nos ha recordado San Pablo en la epístola anterior al Evangelio: los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo… Fijaros qué palabra, incorporarse.
Dirá San Pablo también injertarse, revestirse de Cristo. Por eso, os revestireis dentro de un momento con esas vestiduras blancas. Por eso estos hermanos que están aquí a vuestra izquierda, han completado y han tratado de vivir ya pasado el tiempo, las exigencias de ese bautismo de manera radical. Y por eso ellos vienen vestidos de blanco. Vosotros, esa vestidura blanca va a ser signo de vuestra dignidad de cristianos.
Pero aquí nos llama el bautismo, donde se nos aplica lo que Cristo hizo en la cruz, la misericordia del Señor. Nos llama a la santidad de vida, parecernos a Jesús, a vivir conforme a su evangelio, vivir conforme a su doctrina. No nos apuntamos a una peña, no nos apuntamos a un club, no seguimos lo religioso porque nos gusta, sino porque el Señor nos ha llamado, nos ha salvado. Nos ha invitado a ser otros Cristos, el mismo Cristo.
El sacramento del Bautismo nos regenera, nos hace hijos e hijas de Dios en Jesucristo. Luego, ese cambio que se produce en nosotros exige una vida distinta, una manera de comportarse, una coherencia de existencia. Y eso es lo que nos falta muchas veces a los cristianos. ¿Por qué? Porque viene la aceptación, viene la debilidad. Pero ahí está la lucha de nuestra vida por parecernos más a Jesús.
Y esos son los santos. Pero esos santos también los hay en la puerta de al lado, como dice el Papa Francisco: en el trabajo, en la vida de familia, en nuestras relaciones con los demás. Parecernos a Jesús. ¿Y cuáles son los medios? Los que tuvieron los primeros cristianos. ¿Cómo llegamos a Jesucristo y cómo se hace presente? Se hace presente en su Palabra, que hemos escuchado.
Se hace presente en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Y su perdón se hace presente a través del ministerio ordenado. Se hace presente a través del amor de unos esposos que simbolizan el amor de Cristo a su Iglesia. Se hace presente en medio del dolor, cuando nos reconforta con la unción. Se hace presente cuando nos da su Espíritu.
Y vosotros, queridos hermanos catecúmenos, vais a ser también confirmados y vais a recibir por primera vez a Cristo en la Eucaristía. Esa vida divina es la que ahora os dará la fuerza para vivir como Jesús os pide, sin crearnos nunca perfectos, sino necesitados siempre de la misericordia y el perdón de Dios.
Que la Virgen nos acompañe, que la comunidad cristiana os ayude y seamos para vosotros ejemplo de vida cristiana.
Vamos a proseguir ahora en esta parte, que es la parte bautismal de esta bella liturgia de la Vigilia Pascual. También hay unos niños de esta comunidad. Que vivamos esto con un verdadero sentido religioso, como lo estáis viviendo en esta Vigilia Pascual y que agradezco al Señor de corazón que la Virgen Santa María, que la recibió el apóstol Juan como algo suyo, lo sea también muy nuestro, para que nosotros, como ella y los apóstoles, perseveremos en la oración con María, la Madre de Jesús. Cristo resucitado.
Los cristianos no seguimos a un muerto ilustre. El sepulcro está vacío. Cristo vive y reina por los siglos de los siglos. Lo mismo vosotros, dice San Pablo, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
19 de abril de 2025
S.A.I Catedral de Granada