«Cristo vive y ése es el fundamento de todo»

Homilía de Mons. Martínez en la Eucaristía de Resurrección en la S.I Catedral.

Cristo vive, hermanos míos. Y ése es el fundamento de todo. Todo pende de ahí. Hasta la misma creación. El hecho de que Cristo viva es una nueva creación: cambia el significado de todo. Abre el horizonte de nuestra vida a un paisaje infinito, lleno de belleza, porque proclama que el amor ha triunfado sobre la muerte.

Y no sólo triunfó hace 2000 años. A lo largo de toda esta semana, algunos de vosotros seguro que habéis venido a Granada y buscáis, como hemos buscado todos, el acercarnos a los pasos de penitencia -los que han podido salir, dada la semana que hemos tenido-, pero uno siempre se puede preguntar: ¿Cómo la imagen que va en ese trono es la imagen de un hombre ajusticiado? Es la imagen de un hombre lleno de sangre, es un hombre que ha muerto como un malhechor. ¿Y qué hacemos poniendo flores y poniendo oro, y rodeando su imagen de la belleza de un pueblo, de toda la que es capaz de mostrar un pueblo? Sería horrible si todo eso fuera una ilusión. Sería algo hasta de mal gusto. Sería como consagrar la muerte o algo así. No, no es ése el sentido. Lo que explica la belleza que rodea las imágenes de la Pasión es lo que celebramos esta mañana. Cristo ha vencido a la muerte. Y ha vencido a la muerte no sólo en su propio cuerpo, sino que ya ha comenzado, ya la vence en nosotros, porque Cristo vive. La vence en nosotros abriéndonos los brazos a la vida nueva que Él nos comunica, que Él siembra.

A lo largo de la semana, la imagen del grano de trigo que si no muere queda infecundo pero cuando cae en la tierra muere y se convierte en una bella espiga, hace una bella cosecha, la he tenido como golpeándome todo el tiempo: Cristo ha muerto para que nosotros vivamos. Esa muerte no es una muerte más en la Historia. Un siglo más de que la historia normalmente, en nuestra experiencia humana, el mal lleva muchas veces las de vencer, y la muerte lleva siempre las de vencer, más tarde o más temprano lleva siempre las de vencer.

Ha habido un momento en la Historia en que ha sucedido algo inaudito, algo que no esperaban. No os creáis que los judíos por su cultura o porque eran hombres antiguos… nada, nada en el contexto en que vivían, ni en el mundo judío, ni en el mundo helenista, ni en el mundo oriental, les invitaba a afirmar que aquel hombre podía ver, no simplemente volver de la muerta a la vida, por un tiempo, sino vivir para siempre. Vivir para siempre. Sólo el impacto de algo que se les impuso, se les impuso a los primeros discípulos en las apariciones, y a las mujeres. Y os aseguro que ningún hombre de aquel entorno cultural, ni ningún hombre en Palestina, o en el entorno de Palestina en el siglo I se le ocurría poner como testigo de una resurrección a unas mujeres, porque ni siquiera legalmente su testimonio tenía validez, por el hecho de ser mujeres.

Si los evangelistas lo dicen, es porque fue así, sucedió así. Y como eso, mil otros detalles. Se les impuso por la experiencia de las apariciones, y se les impuso algo que estaba sucediendo en sus vidas. En sus vidas había sucedido algo que ellos -piadosos, cobardes, traidores, mentirosos, que se peleaban por ver quién podía ser más o menos entre sí- no podían dar crédito a sus ojos, algo nuevo que estaba brotando en sus corazones, en su vida, en su humanidad. Y ese algo nuevo, extraordinariamente nuevo, sólo podía ser obra de Dios.

Mis queridos hermanos, esa experiencia sigue, sigue hoy viva, sigue hoy fresca, sigue hoy generando vida en aquellos que acogen el anuncio de la Iglesia, en aquellos que acogen el anuncio: Cristo ha resucitado, ha resucitado verdaderamente, y ha dado su sangre, su vida, para ti, para mí, para el perdón de nuestros pecados, para hacer posible que la alegría no tenga que ser una evasión. Fijaros, cuando falta este horizonte, este suelo firme de la Resurrección de Cristo, la alegría siempre es un poco montaje, un poco fabricación nuestra, un poco uno tiene que olvidarse de un montón de cosas para poder estar contento, uno tiene que distraerse, en el cine, en la música, o en el baile, o en alguna cosa… algo que nos haga olvidar que en la vida, el gusano de la muerte y de las consecuencias de la muerte, el gusano del pecado, está siempre royendo, como royendo nuestras entrañas. Hay que fabricar la alegría a costa de algo. Sólo la Resurrección de Cristo permite una alegría pura. Porque no hay que negar nada, no hay que censurar nada. No hay que cerrar los ojos a nada.

Yo he tenido en este tiempo experiencias, de algún anciano que muere, y por muy anciano que se sea, y por muchos años que se lleve enfermo, la muerte nunca es bienvenida en ninguna casa, pero de niños gravemente enfermos, de niños moribundos, de un niño que ha fallecido en esta semana… Luego, la experiencia de las familias rotas, del sufrimiento de una herida que humanamente no hay posibilidad de curar de ninguna manera. Todas esas realidades nos acompañan, como nos acompaña la enfermedad, como nos acompañan nuestros pecados. El caso es que si uno tiene los ojos abiertos y ha sido educado en la fe casi no hay acción donde diga «Señor, pues aquí, había a lo mejor mucho de hermoso y había también su parte de miseria, de pequeñez, de límite al menos, de no saber hacerlo mejor».

Si uno mide eso, ¿cómo sería posible estar alegre? Sólo que Cristo ha resucitado, que Cristo me invita, me llama, día tras día, es decir, no me invita simplemente a recordar algo del pasado. Me llena de gozo oíros porque es sencillamente una proclamación de una realidad viva, y de una realidad viva en la que vosotros proclamáis vuestra experiencia, una experiencia que compartimos todos aquellos que hemos recibido el don de la fe: Cristo vive, y Cristo es para mí, es decir, es para comunicarme a mí su vida. No para hacerme bueno y que desaparezcan mis defectos o que desaparezcan mis enfermedades, y poder vivir en un mundo virtual, de la «casa de la pradera», o de un sitio bucólico, sin problemas ni dificultades, sino para poder vivir la vida humana, tal como es, con todo su espesor, con toda su carga también de fatiga, de sudor, de miseria, de pequeñeces… Poder vivirla sabiendo que tu abrazo de amor es más fuerte que todo eso.

Que tu amor por cada uno de nosotros, por cada uno de los hombres, por cada persona, hasta por la más mínima, no se rinde. Y mantiene los brazos abiertos para que uno pueda acogerle y pasar de la muerte a la vida. Y si queréis, cuanto más indigno sea uno, más el Señor insiste, más el Señor se acerca. Cuanto más uno quiere uno alejarse de Dios, más el Señor te persigue. Ésa es mi experiencia, en mí mismo y en tantas personas.

Vamos a darLe gracias. El canto del Aleluya es el canto que expresa justamente el gozo que nace de la obra que Dios hace en nosotros y que vemos hacer. Que el don del amor de Cristo fructifique en todas nuestras vidas, que fructifique en la vida de este pueblo, que haga de nosotros ese pueblo que es capaz de mostrar en la noche de este mundo la luz de una alegría posible, de una plenitud posible, de una vida bella, humana, extraordinariamente humana y extraordinariamente bella, porque no es una muestra, ni de nuestros proyectos, ni de nuestros cálculos, sino justamente porque es la obra del amor de Dios en nosotros.

Que el Señor nos permita, nos conceda, ser su Iglesia viva.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

S.I Catedral, 31 de marzo de 2013

La homilía puede escucharse íntegramente en este enlace.

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