“Cristo ilumina nuestro ser”

Homilía de Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada, en la Eucaristía de inauguración del curso académico de los Centros de Estudios Superiores de la Archidiócesis, celebrada el lunes, 21 de octubre, en el Monasterio de la Cartuja.

Queridísima Iglesia del Señor, reunida aquí esta tarde para comenzar un nuevo curso de los Centros de Estudios de la Diócesis. Muy queridos sacerdotes concelebrantes, saludo especialmente a los directores del Centro de Estudios San Dámaso, del Centro de Estudios Lumen Gentium, al Rector de la Universidad de San Dámaso, a los demás sacerdotes, profesores que nos acompañan, saludo al director y a los profesores del Instituto de Filosofía Edith Stein, y a las personas que nos acompañáis también de la Escuela de Magisterio.

El Evangelio que acabamos de escuchar es una proclamación de Jesús de las más sencilla de comprender y al mismo tiempo de las más hondas: «El que tenga sed que venga a mí y beba». Y esa descripción no es algo que se pueda aplicar a los hombres es unas determinadas circunstancias, en un momento particular de la historia o así, es un rasgo de nuestra condición humana, es un rasgo de nuestro ser.

Tenemos sed y no se refiere el Señor, evidentemente, a la sed del agua natural, lo pone muy manifiestamente claro San Juan en la conversación de Jesús con la samaritana, hay otro tipo de agua, de la que nosotros tenemos sed, que sacie, que colme, que sosiegue. Una cierta inquietud en nuestro corazón que está hecho para el infinito. Y es de Cristo de donde van a salir esos torrentes de agua viva que hacen que la vida humana merezca la pena ser vivida, y hacen que todo lo que nos constituye, todas las realidades que nos hacen lo que somos sean iluminadas, potenciadas, abrazadas por Cristo de una manera que puedan florecer en toda su plenitud.

De hecho, uno puede decir que el don del espíritu es la culminación del acontecimiento de Cristo. Cristo se ha encarnado, el Hijo de Dios se ha encarnado y Cristo ha enseñado y ha vivido su pasión y se ha entregado a la muerte y ha vencido a la muerte para, por así decir, sembrarse en nuestra tierra, sembrar la vida divina en la tierra de nuestras vidas, en nuestra condición humana, en nuestra humanidad, unir su vida de hijo con nuestra vida de criaturas, llamados, sin embargo, a ser hijos en el Hijo.

Esta es nuestra vocación, esta es la razón de ser de toda nuestra vida y de toda nuestra vida, quienes nos decimos cristianos, quienes hemos encontrado a Jesucristo. Lo que hemos encontrado es justamente esa vida divina que ilumina nuestro ser, nuestro vivir, nuestro morir, que ilumina nuestra vocación y nuestro destino, y que pone en orden todas las demás cosas de la vida: las relaciones humanas, las relaciones familiares, la paternidad, la maternidad, el matrimonio, las relaciones de trabajo, las relaciones de convivencia y la vida social, absolutamente todo queda tocado por esa presencia de lo divino en la carne que es el fruto del acontecimiento de Cristo.

Y si esto es así, pues iniciar un curso, sea cual sea, diríamos el modo de educación o la finalidad específica del centro educativo que se trate, no puede ser otra cosa en clave cristiana que ahondar en esa experiencia de Cristo. Ahondar en su significado para todas las dimensiones de la vida, ahondar en su persona, identificarse con su persona de tal modo que nuestra mirada sobre nosotros mismos, sobre los demás, sobre el mundo, pueda ser la mirada misma de Cristo, sea a través de nuestros ojos humanos, de esta persona humana que yo soy con mi historia, con mis limitaciones, con mis peculiaridades, con mis circunstancias, sin embargo, instrumento de la mirada de Cristo y de la acción redentora de Cristo, puesto que el espíritu habita en nosotros, y a través de esa presencia del espíritu Cristo sigue obrando en el mundo. (…)

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

21 de octubre de 2013

Monasterio de la Cartuja

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