Convertirnos al Señor

Homilía en la Misa del jueves de la III semana de Cuaresma, el 11 de marzo de 2021, el 11 de marzo de 2021.

El Evangelio de hoy nos da el verdadero motivo para la conversión, para la confianza en el Señor. Y es que el Señor ha triunfado ya sobre el mal. Ese triunfo del Señor sobre el mal por supuesto que se proclama de la manera más potente en el hecho único, sólo comparable a la Creación del mundo, que es la mañana de Pascua, que es el día de Resurrección. Esa es la gran victoria de Cristo sobre el mal, sobre el pecado, y también sobre la muerte, que al menos, en nuestro modo de vivirla, es consecuencia del pecado.

Pero hay muchos otros. El Evangelio de San Marcos que nos pintaba a Jesús en el desierto, ayunando, siendo tentando por el Maligno y servido por los ángeles, afirmaba, indirectamente, que el desierto por la Presencia de Jesús se convierte en Paraíso. Y que el demonio no tiene poder sobre Jesús. Y que empezaba una creación nueva de ese desierto con el comienzo del ministerio público de Jesús. Las tradiciones judías sobre Adán siendo servido en el Paraíso por los ángeles es lo que alude San Marcos cuando dice eso acerca de Jesús en el desierto. Pero el pasaje de hoy dice lo mismo. Es decir, la gente se admiraba; se admiraban y le acusaban de decir “bueno, pero es arte demoníaco esto de echar los demonios”. Sabemos de lo histórica que es esta acusación porque la Tradición rabínica del judaísmo, cuando habla de Jesús, siempre lo acusa de haber practicado magia negra. Lo cual, curiosamente, es uno de los argumentos mejores que se pueden usar, o que tenemos a nuestra mano para hablar de la verdad de los milagros de Jesús. Si sus enemigos lo acusaban de magia negra es que hacía algo bastante extraordinario. No era, sin más, un rabino que enseñaba ciertas cosas. Pero le acusan, efectivamente, eso es de lo que le acusan: “Por arte de Belzebú, echa los demonios”. Y Jesús responde de una manera que apela a nuestra razón, porque es bastante evidente: “Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa”. Dios mío, aplicad esto a la situación, no digo de España (también de España), pero aplicadla a la situación de nuestro mundo: un mundo que se fragmenta y se rompe, conduce a la confusión.

Yo os recomiendo ver una película de Kurosawa, larga, como son todas las películas japonesas, pero un gran clásico que se llama “Confusión”. Es una adaptación al mundo japonés de la tragedia de Shakespeare, del Rey Lear. Un reino se divide y termina en la muerte de todos en una gran confusión. Por supuesto, que está detrás la experiencia de la II Guerra Mundial y la experiencia vivida, de manera tan cruenta, por Japón. Pero es una experiencia que también está detrás de la llamada potente y constante del Papa a la fraternidad humana. ¿Por qué? Porque el diablo es el que divide. Eso es lo que significa “diábolos”, que es lo contrario del sacramento o símbolo. El significado originario de la palabra “símbolos” era las dos partes del anillo que estaban rotas y que dos amigos podían usar ya desde las grandes épicas de la literatura griega para, después de haber pasado muchos años, poder reconocerse que eran ellos justamente por la señal del anillo roto. Ese es el “símbolo”, lo que une los dos trozos rotos del anillo. Nosotros llamamos al Credo, los primeros cristianos llamaban al Credo el “símbolo” de la fe, aquello que nos une. La relación que el Señor ha establecido con nosotros y que nosotros hemos acogido en la fe. Pero el diablo es el que separa, el que divide, divide a los hombres de Dios, en primer lugar, y luego nos divide a nosotros, unos con otros. Y esa división, desde el comienzo de la historia, eso es lo que expresa tan poderosamente el libro del Génesis: apenas el hombre pecó, Caín mata a Abel y empieza una historia de crímenes que es la historia humana. De crímenes y de mentiras.

Jesús dice: “Si Satanás expulsa a Satanás, Satanás está divido contra sí mismo”. Y apela a una cosa de sentido común: un reino, por muy de sentido común que sean los hombres, no hemos aplicado el sentido común en nuestra historia humana, incluso en nuestra historia cristiana miles de veces, también el Cuerpo de Cristo está roto y hay que recomponer la unidad, y pedirle sobre todo al Espíritu Santo de Dios que recomponga nuestra unidad. Pero lo mismo sucede en cualquier tipo de comunión. No sólo a nivel de la nación, sino a nivel de las familias, de los hermanos, de los matrimonios. La unión es siempre de Dios, es siempre una participación en el Ser de Dios. La división es siempre una obra del Maligno.

La otra afirmación es la misma, pero la que hace Jesús dice: “Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio y sus bienes, están seguros hasta que venga uno más fuerte”. Nuestros bienes están amenazados siempre y saqueados por Satán, que es el Enemigo, “a menos que venga uno más fuerte”. ¿Quién es uno más fuerte que viene y ata a Satán? Sólo Jesucristo. Sólo Jesucristo. Por eso os decía al principio que las Lecturas de hoy son una invitación, nos dan las razones para convertirnos al Señor; para ser más exactos, para pedirLe al Señor que vuelva nuestros corazones a Él y nos convierta. Y haga que nuestro corazón Le busque, lo desee ardientemente. Desee Su Gracia.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

11 de marzo de 2021
Iglesia parroquial Sagrario Catedral

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