Homilía del Arzobispo de Granada, Mons. Javier Martínez, tras la Ofrenda floral a la Virgen de las Angustias en la Basílica de Nuestra Señora de las Angustias.
Señor Nuestro Jesucristo, tú en la cruz nos entregaste a tu Madre como madre nuestra. Lo que hemos vivido esta tarde, lo que muchos de vosotros lleváis viviendo desde que comenzó el Año Jubilar, que en este tarde se encuentra de manera extraordinariamente concentrado, expresivo, desbordante, es la experiencia de esa maternidad de la Virgen sobre el pueblo cristiano.
La experiencia de estar ahí junto a vosotros, junto al pueblo cristiano que pasaba, es para mí casi como un momento sacramental, en el sentido de que uno ve en la mirada de las personas la fe, la esperanza, el amor a la Virgen, el amor al Señor, la confianza en Él. Una mujer me lo ha dicho con mucha claridad: estaba llevando a su madre anciana, enferma, muy mayor, en un carrito de ruedas, y la madre me ha pedido que pidiera por ellos para que le dieran fuerzas. Y yo le he dicho: «No temas, la Virgen está con nosotros y no nos abandona nunca». Y la hija que la estaba llevando se vuelve y me dice: «Claro, lo sabemos, si por eso estamos todos aquí, porque sabemos que la Virgen está siempre con nosotros, que no nos abandona nunca».
La Eucaristía es siempre una acción de gracias y es tan sencillo hoy darte gracias porque tenemos a tu Madre. Te tenemos a Ti, Señor, pero es verdad que Ella cuida de nosotros de una manera especial. Como pasa con las madres de familia en las casas, Ella hace la unidad de los hijos.
El espectáculo de esta tarde llama la atención. Cuando venía para acá, se me ha acercado una mujer y le digo: «También le puedo bendecir a usted»; me dice: «No hablo español»; le digo: «De dónde es usted»; me dice: «De los Estados Unidos»; le digo: «De dónde de los Estados Unidos»; me dice: «De Arizona»; y me dice: «Pero esto es único, esto es precioso, ver a las personas de esta manera. He estado toda la tarde viendo la cola y no podía marcharme».
Dios mío, te damos gracias. Porque es verdad. Es un espectáculo que no es fruto del esfuerzo de los hombres: el Señor sabe lo que habéis trabajado, palieros, horquilleros, camareras, todos los hermanos, en la Basílica. Pero no es proporcional lo que sucede en la relación del pueblo cristiano con la Virgen y de la Virgen con el pueblo cristiano, no es nunca proporcional a un cálculo, a unas cosas que hemos hecho, a un trabajo que hemos hecho: desborda por todos lados. Vamos a dar gracias.
Alguna vez se lo he dicho a los niños: los cristianos tenemos una suerte fantástica porque en la vida no hay cosa más bonita que una madre, ni hay cariño más bonito que el de una madre, y tú imagínate el privilegio que es que nosotros tenemos dos madres: una aquí y otra en el Cielo.
Con la protección de la Virgen no hay nada que temer en la vida, nada. Claro que nos pasan cosas: envejecemos, nos ponemos enfermos y algún día nos llamará el Señor a su Casa, que es nuestra casa. Pero aquí metemos la casa, somos torpes, no sabemos querernos, nos hacemos daño, hasta sin querer, y a veces a las personas que más queremos. Pero poder saber que la Virgen nos conoce, que el Señor nos conoce, que nunca estamos solos, que nunca nos falta su amor, que nunca nos falta su misericordia. Que la mirada de la Virgen (…) tiene esa capacidad de comprensión, esa paciencia con la que una madre enseña a su hijo a andar, o le enseña a manejar el cuchillo y tenedor, o le enseña a comer, o le enseña a hablar, es vivir en eso que San Pablo llamaba «la libertad gloriosa de los hijos de Dios», y yo no encuentro frase mejor para expresar: vivir la certeza de ese amor, de esa protección, de ese amparo que nos acompaña siempre en el camino de la vida. Nada tenemos que temer. Somos hijos de Dios, tenemos la intercesión y la protección poderosa de Nuestra Madre. Qué más podemos pedir.
Señor, que nos demos cuenta de que la tenemos. Yo creo que la vida eterna tiene que parecerse a una ofrenda floral, sólo que no producirá cansancio; nos desbordará por todos lados de alegría, y será una fiesta, y cantaremos todos… y no nos faltará nadie. Pero tiene que ser algo parecido a esto, sin duda.
Señor, que año tras año, mientras estemos aquí, podamos gozar de esta gracia y luego que en la vida eterna podamos celebrar tu amor, ya sin velos; pero con los aromas de las flores del Paraíso y con el aroma, sobre todo, de tu amor infinito, que ha creado todas las bellezas: de las flores, del amor humano, del amor de las madres, del de los esposos, todo es obra tuya. Poder ver eso, cara a cara.
Si en esta vida los momentos de gracia pueden ser tan bellos, qué será el Paraíso, qué será el Cielo. Madre te tenemos a Ti, condúcenos hasta allí.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Basílica de Nuestra Señora de las Angustias
15 de septiembre de 2013