“Adoremos al Señor, fuente de la vida, de nuestra esperanza y de nuestra alegría”

Homilía en la Santa Misa del viernes de la XV semana del Tiempo Ordinario, el 17 de julio de 2020.

Este Evangelio de hoy no nos dice a primera vista gran cosa porque estamos acostumbrados a buscar en el Evangelio implicaciones morales, indicaciones que nos iluminen la vida y que nos ayuden a vivir mejor. Y, sin embargo, este pasaje que parece inocuo aparentemente, que no nos habla al corazón, así, espontáneamente, es un ejemplo perfecto de un aspecto central en la predicación de Jesús.

Dice uno de los evangelistas (muchas otras cosas al final del Evangelio lo dicen): “Muchas otras cosas hizo Jesús. Estas que se han escrito se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios”. Naturalmente, Jesús no iba diciendo por las ciudades de Galilea, o de Judea, o en Jerusalén, “Yo soy Dios” o “Yo soy el Hijo de Dios”. Sin embargo, lo decía constantemente de una manera que el que tenía oídos para oír, oía. Y no decía, eso, una afirmación como las que tenemos en el Credo, porque en cuanto la hubiera dicho lo hubieran apedreado inmediatamente por blasfemia, que fue por lo que le condenaron en último término, en el momento de la Pasión. Y, sin embargo, Jesús lo dijo muchas veces indirectamente.

Comparando este episodio está en los tres evangelistas, en San Mateo, en San Marcos y en San Lucas. Cuando se comparan los tres los discípulos hacen una cosa, probablemente, en esos sembrados que hay a veces en el borde de los pueblos, un sábado, tal vez después de haber predicado en la sinagoga y poniéndose en camino. De hecho, uno de los evangelistas dice que Jesús quiso atravesar un sembrado y los discípulos empezaron a coger, a arrancar espigas y a ponerlas a un lado, abrir el camino a Jesús. Lo importante del pasaje es que Jesús, para justificar lo que oficialmente estaba prohibido, ¿por qué?, porque era una forma de cosecha. Pensad que en Palestina la tierra es tan pobre que no se puede segar con una hoz, menos aún con una guadaña. Una forma de siega era arrancar las espigas y volcarlas, arrancarlas con la mano, con algún tipo de guante. Y entre los trabajos que la Mishná y el Talmud señalan como trabajos prohibidos hacer en sábado es eso, arrancar espigas, porque es considerado como una forma de siega y no se podía segar en sábado. Pero lo sorprendente, lo importante es la respuesta de Jesús. Compara con un ejemplo, aquí no dice que fue el Sumo Sacerdote Abiatar quien se lo dio, pero los otros evangelistas sí que lo dicen: “¿No sabéis lo que pasó cuando David y los suyos tuvieron hambre y el Sumo Sacerdote Abiatar les dio a comer los panes de la proposición que sólo pueden comer los sacerdotes?”. ¿Cuál es lo significativo del pasaje? Luego dice en el otro: los sacerdotes (en el sábado, que siempre había más sacrificios porque era el día más solemne de la semana en el templo también trabajan, con la retirada de la sangre, con la descuartización de las víctimas) los sábados en el templo violan el sábado y no pecan”.

Lo significativo del pasaje es que en los dos casos Jesús compara lo que están haciendo sus discípulos con trabajos que hacen, trabajos ilícitos, prohibidos por la Ley, que hacían los sacerdotes, que hizo el Sumo Sacerdote Abiatar, porque estaba haciendo un servicio a David, al ungido del Señor, y los trabajos que hacen lo sacerdotes en el templo. Si Jesús compara lo que están haciendo sus discípulos al abrir a Él un camino por un sembrado con los trabajos que hacen los sacerdotes en el templo, ¿qué está diciendo Jesús? Lo que dice en realidad al final del pasaje: “Aquí hay más que el templo y el Hijo del hombre (es decir, Yo) soy más grande que el sábado. El templo y el sábado eran las dos instituciones más grandes, más solemnes, más sagradas del judaísmo. Que Jesús diga que Él es más que el templo, sólo hay alguien más que el templo y es el Dios vivo. Sólo hay alguien que pueda decir “soy Señor del sábado”, que es el día que Dios ha dado a Su pueblo para descansar, y es el que ha dado ese día. Por lo tanto, de una manera indirecta, pero que todos los que tenían oídos para oír podían oír, Jesús se estaba proclamando aquí Señor; Señor de la Ley, Señor, en realidad, el Redentor del pueblo, el esperado por el pueblo y anhelado por las naciones.

Y eso es lo más importante que nos dice el Evangelio, porque sólo si Jesucristo es el Hijo de Dios; sólo si Jesucristo es Dios y tiene esa autoridad y esa vida divina que proclama un pasaje como este y otros muchos…. De hecho, el Evangelio quedaría vacío si quita uno todas las alusiones en las que Jesús habla de Su divinidad o en las que Él afirma (siempre de manera indirecta, nunca dijo “Yo soy Dios”) Su divinidad, el Evangelio se quedaría completamente vacío. Sería un libro sin ningún interés. Entonces, aunque este pasaje no nos traiga unas consecuencias morales inmediatas es la fuente, de alguna manera (este y estos otros muchos que hay en el Evangelio, de nuestra vida moral, porque ilumina nuestra relación con Jesucristo. Porque Jesucristo es Dios, ha vencido a la muerte. Porque Jesucristo es Dios, puede perdonarnos los pecados y dar poder a sus apóstoles para que los perdone. Porque Jesucristo es Dios, permanece vivo en el Sacramento de la Eucaristía y viene a nosotros cada día.

Adoremos al Señor. Señor de la vida, fuente de nuestra esperanza y de nuestra alegría. Hay un himno que se reza en Laudes, que algunas de las personas rezan en Laudes, que empieza así y se rezaba hoy: “Oh Cristo, divino esplendor, Tú envuelves en dones de luz al mundo que se abre a la vida y lo alzas al Padre en ofrenda”. Sólo quiero deciros que venimos a la Eucaristía por la mañana y nosotros hacemos la ofrenda de nuestra vida, al ofrecer el pan y el vino y ofrecemos nuestros actos y nuestras acciones de este día al Señor. Caed en la cuenta que es bonito pensar, y verdadero, y que ilumina nuestra vida mucho, que es el Señor quien nos ofrece a nosotros a Su Padre, para que Su Padre nos acoja con amor, y con amor de padre, y para que nosotros podamos sabernos por el Espíritu Santo hijos libres de Dios; que nos sintamos ofrecidos por el Señor, llevados en la palma del Señor.

Adoramos al Señor y Le decimos “no dejes nunca de ser el Dios de nuestro corazón, el Dios de nuestras vidas, el Señor de nuestros pensamientos y de nuestros deseos”. Que así sea para vosotros, para mí, para todos los que Le hemos conocido.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

17 de julio de 2020
S.I Catedral de Granada

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