Virtudes del corazón para participar en la liturgia

Diócesis de Córdoba
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El sacerdote Javier Sánchez recuerda que hay tres concretas: dignidad, pureza y humildad

Para vivir la liturgia, el corazón estará revestido de unas virtudes concretas. La participación en la liturgia atiende al corazón. El estilo desenfadado, informal; la falsa familiaridad, el tono catequético (cayendo en verbalismo) o rutinario, monótono o precipitado; todo esto choca frontalmente con el carácter sagrado de la liturgia.

La primera virtud es la “dignidad”; es la cualidad de lo digno, la gravedad y el decoro. La dignidad corresponde a aquello que realmente es importante, y, en nuestro caso, santo: la liturgia de Dios y para Dios.

Con frecuencia aparece esa dignidad como una petición: “concédenos, Señor, participar dignamente en estos santos misterios”. La dignidad manifestará en el porte exterior, en la compostura, para estar con reverencia en el culto cristiano (tanto sacerdote como fieles). Por dignidad, el sacerdote siempre se reviste la casulla, los fieles asisten vestidos con pudor y modestia (recordemos: ¡el traje de los domingos!, tenía un sentido de fe y se hacía para el Señor).

Igualmente, la pureza y rectitud de intención. Se participa “en el altar con un corazón puro”; con un corazón sin ataduras, ni apegos: “concédenos, Señor, ofrecerte estos dones con un corazón libre”.

La ofrenda será pura si el corazón es puro. Esta pureza es también sinceridad, coherencia y unidad de vida para que la liturgia sea expresión de nuestra propia entrega a Dios: “haznos aceptables a tus ojos por la sinceridad de corazón”.

Otra disposición necesaria es la humildad. La liturgia es un ejercicio de humildad recordándonos constantemente que realizamos el culto cristiano y nos asociamos a la Iglesia del cielo “no por nuestros méritos sino conforme a tu bondad” (Canon romano). Por eso estar y vivir la liturgia se modela interiormente a partir de la humildad, de manera que no hay lugar para los protagonismos.

El ejercicio de la liturgia es un acto de oración sublime y perfecta; es oración, no activismo; es oración, no fiesta secular; cuando se vive la liturgia y se participa internamente, se advierte el rostro hermoso de la liturgia, el ser “Iglesia en oración”: “Mira, Señor, los dones de tu Iglesia en oración” . El espíritu de oración determina la calidad de una celebración litúrgica; de ahí que se pueda valorar la participación por el fervor que provoca y con el que se vive. El fervor es un celo ardiente, caracterizado por el fuego; es entusiasmo, ardor, ante las cosas santas.

¿Sabías que se necesitan buenos lectores para la liturgia?

La liturgia de la Palabra debe prepararse para que se viva siempre de manera adecuada. Por tanto, en la liturgia se requiere “la proclamación de la Palabra de Dios por parte de lectores bien instruidos” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 45).

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