En el Evangelio de este domingo, Jesús afronta una cuestión siempre actual, la cuestión del matrimonio hombre-mujer. Cuestión siempre actual porque afecta al núcleo de la persona y de la sociedad: Serán los dos una sola carne, en sentido físico, en sentido psicológico y en sentido espiritual. Porque no es bueno que el hombre esté solo, nos recuerda la primera lectura del Génesis, voy a darle una ayuda adecuada. Hay, por tanto una igualdad fundamental originaria, con una diferencia complementaria y enriquecedora, inscrita en la carne, en la psicología, en el alma de cada persona. Borrar esa diferencia o borrar esa igualdad fundamental es atentar contra la dignidad del hombre y de la mujer.
Y le preguntan a Jesús por el matrimonio del varón y de la mujer. La experiencia de siglos y siglos dice que por muy fuerte que sea el enamoramiento inicial, que hace atrayente el uno al otro, eso decae con el tiempo y puede llegar a desaparecer, si no está alimentado y sostenido por el amor de Dios, que anida en nuestros corazones por la gracia santificante. Una realidad tan nuclear en el corazón de la persona es fuente de gozo cuando se acoplan el uno al otro. Pero, al mismo tiempo, si hay desajustes, esa convivencia se vuelve insoportable, porque se da precisamente en el núcleo de la persona.
Por eso, desde muy antiguo en la ley de Moisés se le concede al hombre poder repudiar a su mujer y buscarse otra. Jesucristo, sin embargo, en este evangelio establece una igualdad, que hasta entonces no existía. Si la mujer casada se va con otro hombre, sin haber sido repudiada, comete adulterio. Pero Jesús establece que si el hombre repudia y se casa con otra, también él comete adulterio. Aquí Jesús establece una igualdad, semejante a la del Génesis, entre hombre y mujer. Están hechos el uno para el otro, y si uno de ellos –tanto el varón como la mujer- abandona esa unión para unirse a otra persona, comete adulterio, tanto si es mujer como si es varón. He aquí una gran novedad histórica, por la que se supera el planteamiento machista presente en tantas culturas y religiones. Jesucristo es promotor de una igualdad que se funda en su doctrina.
Para fundamentar esa igualdad, Jesús va al fondo de la cuestión. Desde el origen, tal como Dios ha creado al hombre y a la mujer, los ha hecho el uno para el otro. Si después de maduro discernimiento, llegan al compromiso de casarse para toda la vida, esa unión es irrompible e indisoluble por la gracia de Dios. La redención que Cristo nos ha alcanzado afecta también a estas relaciones del amor esponsal. El sacramento del matrimonio consagra a cada uno de los esposos como signo eficaz y prolongación de Cristo esposo para el otro. No es bueno que el hombre esté solo, por eso, se le ha dado la ayuda adecuada en Jesucristo esposo para toda persona que viene a este mundo. En la vida consagrada, esa relación con Cristo esposo es directa, sin intermediarios, total y fecunda. En el matrimonio esa relación con Cristo esposo se da por la mediación sacramental del marido o de la mujer para una fecundidad asombrosa entre ambos, que rebosa en los hijos.
Qué bonito es el matrimonio tal como Dios lo ha pensado. El sacramento del matrimonio es abundancia de gracia para vivir esta realidad misteriosa en la propia carne, en la propia vida, en la historia común de los que Dios ha unido (y el hombre no puede separar). Los cansancios que la historia va trayendo, las dificultades con que cada uno de los esposos se encuentra al vivir esta realidad, se convierten en estímulo para reavivar continuamente la unión prometida por Dios en el matrimonio. La estabilidad del matrimonio es fuente de felicidad y de progreso para la sociedad. La disolución del matrimonio, por el contrario, es fuente de desestabilidad en la sociedad y trae consigo mucho sufrimiento. Jesús ilumina el misterio del hombre, también en este campo afectivo sexual. Vivir según el camino que Él señala en este evangelio es fuente de felicidad para los esposos y para los hijos que brotan al calor de ese amor. No se trata de reavivar la “familia tradicional”, que para muchos está pasada de moda hoy. Se trata de avivar el proyecto de Dios, la familia cristiana, que es promesa de futuro para una humanidad decadente. En este punto nos jugamos la felicidad de muchas personas.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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