El sacersote Antonio Gil los divide en: la palabra de Dios, su presencia en los monaterios y la comunidad religiosa
Hace unos días, celebré la eucaristía en dos conventos de religiosas contemplativas, muy unidos a mi vida, desde la infancia: el convento de las Religiosas Concepcionistas, de Hinojosa del Duque, y el convento de las Hermanas Pobres de Santa Clara (clarisas), de Belalcázar. En el momento de la homilía, quise subrayar los tres tesoros que albergan nuestros conventos. Primero, la palabra de Dios, que leemos, proclamamos, y ojalá escuchemos con atención y practiquemos con fidelidad y encanto. El papa Francisco hace unos años nos daba este consejo: “Hoy más que nunca tenemos que escuchar a Dios. Escuchémosle con atención a través de su palabra revelada”. El segundo tesoro, la presencia de Jesús en nuestros monasterios. Son la casa de Dios y vivimos junto a Él. Y el tercer tesoro, la comunidad religiosa, con sus tres hermosos destellos: el ser una familia, la intensa fraternidad y el calor de hogar; el acompañamiento que supone el mutuo cuidado, atención y servicio; y el testimonio de cada religiosa, convertida en pequeña antorcha de luz para sus hermanas.
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