«Al Trasluz» presenta a María como modelo del perfecto discípulo de Cristo, como la Madre de Dios
ANTONIO GIL
Sacerdote
El Año Nuevo se abre en la liturgia de la Iglesia con la silueta de María, Madre de Dios, modelo del perfecto discípulo de Cristo, que guarda todo, lo rumia y medita en su corazón. Junto a la Virgen, la presencia de los pastores, “contando lo que se les había dicho de aquel niño”. Y la flamante agenda de nuestros afanes coloca también como pórtico del nuevo año, la Jornada Mundial de la Paz. Nunca como ahora es necesaria la pacificación de nuestro corazón, -que la pandemia quita-, y la de nuestra sociedad polarizada y crispada tal vez como nunca.
María se nos ofrece a lo largo de los paisajes navideños, primero y ante todo, como “la mujer que escucha a Dios”, a través de su mensajero el arcángel Gabriel. El papa Francisco nos pedía hace ya tiempo que lo primero que tenemos que hacer es “escuchar a Dios”, la Palabra de Dios revelada, los “susurros de Dios” en nuestras conciencias libres, y a los mensajeros que Dios nos envía, personalmente y comunitariamente.
En segundo lugar, María, con su “Hágase”, realiza con fidelidad y encanto “la voluntad de Dios”, la clave de nuestra santidad.
Y en tercer lugar, María coloca como su primera actividad pastoral, “acompañar y ayudar” al prójimo, visitando inmediatamente a su prima Isabel. El Papa nos ha hablado de esa nueva advocación para la letanía del rosario: “Virgen de la prontitud”. Tomemos buena nota de estas tres “actitudes” que nos ofrece María: “Escuchar a Dios, cumplir su voluntad y amar al prójimo, acompañándole y sirviéndole”.
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