¡Suceden tantas cosas cuando se abre el corazón a Dios!

Diócesis de Córdoba
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¡Suceden tantas cosas cuando se abre el corazón a Dios!

El diácono Fernando Suárez reconoce que esta experiencia le ayudo en su discernimiento vocacional

¿Cómo surgió la idea de realizar un tiempo de voluntariado en Picota?

El Seminario programa cada dos años una experiencia de Misión en esta parroquia de Picota, encomendada a nuestra Diócesis, y justo hace tres años puede participar con un grupo de seminaristas y el Rector del Seminario. La propuesta parte del mismo Seminario y del plan de formación, ya que nos preparamos para ser Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal, de forma que podamos descubrir la importancia de vivir en comunión con toda la Iglesia y asomarnos, aunque sea brevemente, a la misión “ad gentes” que realiza. Aunque desde hacía años tenía interés en participar en una experiencia misionera, fue entonces cuando, después de proponernos a toda la comunidad posibilidad de participar, entendí que Dios me estaba llamando, por mi nombre, para seguirle de cerca. Ciertamente no se trataba de un “safari espiritual”; tampoco de llevarles un conocimiento sobre Dios o una colonización ideológica, sino de tener la oportunidad de compartir la fe, de vivirla con otros hermanos en latitudes muy diferentes. “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre” (Hb 13, 8), y se hace necesario abrir el corazón al hermano, especialmente al que más necesidad tiene del consuelo de Dios, de unirnos en Aquel que es nuestro Amor. Por esa razón, elegimos como lema de la misión unas palabras de San Juan Pablo II en su encíclica misionera: “¡La fe se fortalece dándola!” (Redemptoris Missio, 2). Es mirar juntos a Cristo, para dejarnos salvar por Él.

¿Qué recuerdas de aquella experiencia misionera?

Todo lo que vivimos en la Misión fue una sucesión de acontecimientos de Gracia. Cada día acudíamos a dos o tres comunidades dispersadas por la compleja orografía que tiene asignada la Parroquia para celebrar la Eucaristía y rezar con ellos, celebrar los Sacramentos, visitar a los enfermos y jugar con los niños y jóvenes. Recuerdo un día que acudimos a la Selva alta a celebrar la primera Eucaristía en una joven comunidad, Nueva Esperanza, caminando desde la población más cercana (La Unión) debido al mal estado de los caminos. Al llegar, el recibimiento al Sacerdote y a nosotros, los misioneros, se había convertido en el acontecimiento más importante del pueblito: Jesús se iba a hacer presente en sus casas, se acercaba a ellos de forma real y nos alimentaba con su Palabra y el Pan de la Eucaristía. Recuerdo al Padre Don Francisco Granados decirnos: “¿Por qué creéis que están tan felices estos jóvenes? – Porque Dios les está mirando”. Es la acogida de Dios, mirándonos desde la Eucaristía, lo que más me impresionó ver en sus rostros. ¡Suceden tantas cosas cuando se abre el corazón al asombro de Dios!

Otro recuerdo importante fue el testimonio de los misioneros, nuestros Sacerdotes, Francisco Delgado y Francisco Granados, que durante esos días nos adentraron hasta los lugares más recónditos de la misión, nos acercaron a las diferentes comunidades y compartieron con nosotros, los seminaristas, en una experiencia de fraternidad que difícilmente podremos olvidar. Es un momento fundante, la fraternidad entre los hermanos en el Señor, que se hace posible por la participación en el Sacramento del orden sacerdotal, hacia el cual caminamos… vemos en ellos cumplida la promesa del Señor que nos invita a permanecer con Él, para desde Él, salir a la misión. Este es el plan de la misión.

¿Qué te enseñó la gente que te encontraste allí?

Lo más importante para ellos: la fe en Dios y en su misericordia, a pesar de las dificultades. Recuerdo que, el mismo día que fuimos caminando a Nueva Esperanza pasamos por una pequeña choza en mitad de la selva, de las más humildes que nos encontramos, y allí vivía sola una mujer muy anciana. Después de recibir la Unción de enfermos nos dijo: “Yo pertenezco al Apostolado de la oración”. Todos nos quedamos impresionados, porque que éramos conscientes de lo que esto significaba: Que la oración de esta mujer, en un lugar realmente escondido en el mundo, colaboraba con Dios en la obra de la Redención. No sólo le importaba su salvación personal, sino que, de una forma sencilla, se estaba ofreciendo para que realizase el Reinado de Cristo en la tierra y en los corazones de los que no le conocen o le rechazan. ¡Y nosotros, a veces, nos cuesta tanto entender este sentido de la oración y ofrecernos de esta manera todos los días!

También me di cuenta del valor de la fe en Jesucristo y su Iglesia para estructurar la cultura, la sociedad y la familia. Sin duda las familias católicas, aquellas que vivían de forma activa su fe, encuentran fundamentos fuertes para sostener su familia, basándose en la oración, el diálogo y el perdón, y formando un escudo frente a las fuertes amenazas a las que se ven conducidas muchas personas allí. Son verdaderamente felices. Nos decía Wilmer, uno de los animadores, casado y padre de cinco hijos: “Nuestra familia es como ustedes la ven, sencilla, humilde, pobre, pero considero que, en espíritu, estamos ricos”.

Por eso no puedo olvidar al resto de misioneros, laicos, animadores, familias misioneras, las Hermanas Obreras, las Salesianas y tantos llamados a seguir los pasos del Señor y que nos dieron un testimonio muy grande de entrega… Es la Iglesia Católica, que prolonga el misterio de Dios que se ha hecho carne, que se acerca hasta los lugares más inaccesibles para llevar el consuelo y la salvación a tantas personas. Es la llama encendida, luz y referencia para la sociedad en la que viven.

Toda esta experiencia, casi a vista de pájaro, ayuda al discernimiento vocacional como futuros “pastores misioneros” al servicio de la Iglesia. Pero las necesidades son grandes: “La mies es mucha y los obreros son pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe operarios a su mies” (Mt 9,38). El Señor sigue llamando a su misión a muchos corazones, pero quiere que se lo pidamos en la oración, para que su Palabra sea acogida por tantos y tantos jóvenes llamados a ser sus testigos hasta los confines del mundo.

¿Cómo cambió tu vida al volver a tu vida cotidiana?

Con un deseo grande de crecer como cristiano, de profundizar en mi bautismo. Ser consagrados de Dios, vivir para Él, para agradarle a Él y servirle, ha de realizarse en “estado de misión” como discípulos misioneros, con el convencimiento de que Jesús quiere llegar a todos los corazones, y especialmente a los más desfavorecidos de la sociedad. “Contigo y como Tú”.

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