María Jesús Fernández Cordero estudió en la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctoró en Geografía e Historia. Realizó estudios de teología en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, donde obtuvo el grado de licenciatura. En 2001 comenzó su docencia en la Universidad Pontificia Comillas, donde imparte clases de Historia de la Iglesia en la Edad Moderna (universal y de España) y de Historia de la espiritualidad. El próximo 30 de junio participará en el III Congreso Internacional Avilista con la ponencia “La escuela femenina avilista”
¿Qué le motivó a acercarse a la figura de San Juan de Ávila?
Mi primer acercamiento se produjo en el ámbito de la investigación y fue motivado por el estudio de la historia de la predicación en la España Moderna. Este ministerio, siempre de gran importancia en la Iglesia, es clave para comprender muchos aspectos de la vida del pueblo cristiano. Juan de Ávila contribuyó a renovarlo de manera decisiva en su tiempo, al contemplar la predicación como un verdadero acto espiritual, al vivirlo así y enseñarlo así a sus discípulos. Después descubrí la profundidad de su espiritualidad sacerdotal, y ese fue para mí el impulso principal para intentar conocerle mejor, pues pertenezco a un Instituto Secular, las Siervas Seglares de Jesucristo Sacerdote, de espíritu sacerdotal. Y la mediación de Jesucristo, la contemplación del Sacerdocio de Jesucristo, del misterio de la redención y de cómo nos alcanza este misterio, es un núcleo esencial de la teología y la espiritualidad avilista, en el que reconozco lo esencial del carisma que vivimos las Siervas.
Juan de Ávila: historia, teología y espiritualidad es su área de investigación en la Universidad Pontificia de Comillas. ¿En qué fuentes bebe para conocer al Santo Maestro?
Evidentemente, sus escritos son la fuente principal. La edición de las Obras Completas en la BAC es imprescindible, aunque es preciso acercarse a las ediciones antiguas y a los manuscritos, donde todavía hay cuestiones abiertas. Pero no se pueden leer estas obras aisladamente; el conocimiento de la literatura espiritual de su tiempo también es necesario. El mundo de relaciones que tejió el Maestro es de gran amplitud y riqueza, y ahí todavía quedan líneas por explorar en archivos, en las que solo poco a poco se irá avanzando.
¿Qué papel desempeña san Juan de Ávila en la historia de la Iglesia en la Edad Moderna?
Es el papel de los grandes maestros del espíritu, cuyo perfil concreto -el de la espiritualidad sacerdotal- le sitúa ante las cuestiones más candentes de su tiempo desde la perspectiva que ofrece el misterio del Sacerdocio de Cristo. No olvidemos que su figura fue controvertida y que su biografía transcurre entre los tiempos del humanismo renacentista y los de la primera recepción de Trento; va de la época de la pre-reforma a la contrarreforma; de la creatividad y búsqueda espiritual de las primeras décadas del XVI al control que progresivamente se va imponiendo desde las instancias eclesiásticas y civiles en el mundo del pensamiento, la cultura, la teología y la religiosidad. Él se definió ante las necesidades de reforma de la Iglesia, con una visión amplia y profunda; acompañó vocaciones, aconsejó a obispos, dio su perspectiva para el concilio, se ocupó de la formación sacerdotal, se preocupó de la vida cristiana del pueblo. Se definió ante las cuestiones sociales: la división entre cristianos viejos y nuevos, las desigualdades sociales, las necesidades materiales, la mentalidad dominante…, para tratar de que las personas y las realidades se abrieran a la noticia de Jesucristo, a su novedad. Su personalidad y su doctrina conectó con los sectores reformadores del clero secular, con Ignacio de Loyola y la Compañía de Jesús, con Teresa de Jesús y los carmelitas, con Fr. Luis de Granada y los dominicos, con la observancia franciscana y las monjas clarisas, con los movimientos eremíticos y los apostolados de los márgenes… Podríamos decir que, de manera discreta, a la vez audaz y prudente, acompañó y alentó las corrientes espirituales más significativas y fecundas de la época.
¿Considera que su estudio es necesario para comprender la Iglesia de hoy?
La historia de la Iglesia en sí misma es necesaria para comprender el presente. Y, dentro de ella, por supuesto, también Juan de Ávila. Es evidente que los tiempos y los contextos son muy diferentes, y que hay que respetar esta distancia, justamente para conocerle bien y para que pueda ser de verdad significativo para hoy. Muchas de sus páginas nos hacen pensar y nos interrogan para que podamos ahondar en cómo vivimos y enfocamos hoy temas tan importantes como la vida espiritual, la reforma de la Iglesia, el ministerio, la pastoral…; no se trata de encontrar recetas, sino de percibir la inspiración profunda.
¿Qué aspectos de los sermones de San Juan de Ávila mantienen hoy su vigencia?
Como he dicho, los contextos son muy diferentes. Por su contenido, yo destacaría los sermones del Santísimo Sacramento, donde encontramos una verdadera síntesis teológica que permite percibir la unidad del misterio cristiano, al tiempo que una sensibilidad pastoral que le lleva a ayudar a la gente a situarse ante ese misterio, a preguntarse por cómo lo vive. Como buen predicador, se adapta a los destinatarios. El diálogo que establece con ellos de modo retórico es un reflejo del diálogo y el conocimiento de las necesidades de la gente. Y subrayaría dos aspectos esenciales: su predicación brota de la oración y del estudio; ninguna de las dos cosas puede faltar y no las vivía separadas. Es una predicación muy bíblica; su conocimiento de la Escritura es un conocimiento interno, espiritual, incluso diría que al estilo de los Santos Padres. Porque lo importante para él era poner al hombre ante Dios, ante su presencia y a la escucha de su Palabra. Esto lo hacía también en sus cartas: su epistolario, en este sentido, es espléndido.
¿Qué significa la escuela femenina avilista?
Bueno, en realidad esta expresión pretende evitar la identificación que se hace de Juan de Ávila con la llamada “escuela sacerdotal avilista” de un modo exclusivo y, a veces, también clerical. Aunque ambas expresiones habría que matizarlas, sí es importante sacar a la luz el papel de las mujeres como discípulas de Juan de Ávila: discípulas en cuanto que bebieron de su espiritualidad, fueron acompañadas por él, le tuvieron como guía y maestro, sin olvidar que él buscaba hacer discípulos de Cristo, no suyos. Además, contribuyeron a apoyar la corriente espiritual que él impulsaba y a difundir sus escritos. Hay una red de relaciones en las que ellas son importantes, pero no se las identifica apenas en la historiografía más que como mujeres que pasan por su itinerario vital, porque no tienen en común un ministerio, como les ocurre a los discípulos varones sacerdotes. Sin embargo, sí tienen en común beber de la espiritualidad avilista, orientarse por ella en su vida de fe, en un discipulado que no les quita el protagonismo de su propia vida, sino al contrario.
¿Cómo contempla San Juan de Ávila la realidad social de la mujer de su tiempo?
Se acerca a realidades muy diversas: casas señoriales, comunidades religiosas, beatas, mujeres casadas, mujeres sencillas, mujeres que practican con él la hospitalidad… Hay que decir que Ávila no fue un revolucionario respecto a la situación social, ni respecto a algunos de los valores entonces vigentes sobre la mujer (la castidad, el encerramiento, por ejemplo). Lo que le interesa es poner a la persona -hombre o mujer, y cualquiera que sea el lugar que ocupe en la sociedad- en relación con Dios. Yo subrayaría que cree en las mujeres como sujetos de una experiencia espiritual auténtica, propia, personal, digna de consideración y respeto, capaz de crecer con la práctica de la oración mental y el contacto con la Palabra hasta la madurez espiritual; y esto es importante cuando se van imponiendo discursos que minusvaloran e incluso desprecian esta experiencia y/o directamente la consideran sospechosa.
¿Qué aspectos de su espiritualidad han enriquecido su vida de fe?
Creo que Ávila es un doctor de la gracia: nos da las claves para un conocimiento de nosotros mismos, para un reconocimiento de nuestra pequeñez y pobreza, de nuestra condición pecadora, abierto a la buena noticia de quién es Jesucristo. Es decir, todo él está orientado a que recibamos y acojamos la redención: a que nos demos cuenta de la profundidad de este misterio y, con ello, del amor con que hemos sido amados y acojamos así la salvación. Todo en él es soteriológico, liberador, sanador. Ayuda a poner la mirada en Jesucristo, a contemplarle en su entrega en la cruz, en el misterio pascual, y a sentirnos absolutamente concernidos por este misterio (por mí, por nosotros). Y también importante es su espiritualidad eucarística: la eucaristía como el sacramento en el que esta acción salvadora nos alcanza hasta realizar en nosotros la comunión con Dios y con los hermanos. Esto es para mí lo más enriquecedor. Por último, hacer oración con páginas de sus escritos: con oraciones que insertaba en ellos, con sus cartas, con pasajes de sus tratados…, es captar la vida del Espíritu que alienta en ellos y que nos habla hoy a través de ellos.
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