Ratzinger Magno, in memorian: amor a la Iglesia y a la verdad

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Los sacerdotes diocesanos de Córdoba, Adolfo Ariza y Ángel Roldán,  destacan el amor del Papa Benedicto XVI a la Iglesia, el hombre y la verdad

 

Por Ángel Roldán y Adolfo Ariza

Hace tiempo encontré a un personaje que me sorprendió al instante por su fuerza expositiva, por sus brillantes argumentos, sus recursos bíblicos y patrísticos, y por su amor a la Iglesia, al hombre y a la verdad. Además, como teólogo, este gran hombre tuvo la luz para interrelacionar su estudio personal con el sentir eclesial, mostrando así el camino de la verdadera teología. Efectivamente, me refiero a Joseph Ratzinger: sacerdote, profesor, teólogo y obispo.

La Baja Baviera alemana vio nacer el Sábado santo de 1927 al que se ha convertido en uno de los grandes teólogos de la Iglesia del siglo XX. Su amor a la verdad y su pasión por servirla lo hizo merecedor del ejercicio como docente al año siguiente de ser ordenado sacerdote en su misma Diócesis. Esto fue sólo el comienzo de un fructífero magisterio en Teología Fundamental y Dogmática en Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona. Cuando solo contada con 35 años, fue perito “experto” del Concilio Vaticano II acompañando al Cardenal Frings, de Colonia. Y en 1977 Arzobispo de Múnich y Freising.

En 1981 fue nombrado por Juan Pablo II Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, Presidente de la Comisión Bíblica y de la Comisión Teológica Internacional.

Es imposible no maravillarse con su obra Introducción al Cristianismo, Caminos de Jesucristo, Miremos al traspasado o Teoría de los principios teológicos; además de sus artículos publicados, sobre todo en la revista Communio, o los recopilados en obras temáticas. Se trata de reflexiones, discursos y homilías, como profesor, como Cardenal, o como Obispo de Roma. Para algunas consideraciones, sobre todo de análisis social, cultural, o filosófico, son sorprendentes las entrevistas por él concedidas y publicadas. Todo lo que planteó durante su vida no fue baladí en absoluto, sino todo lo contrario. Tuvo la luz, la sabiduría y la fuerza para presentar la fe cristiana durante 95 años. Puedo asegurar que no ha dejado ninguna pregunta sin responder ni ningún tema sin tratar con profundidad.

Hay que destacar, cómo no, a los maestros de Joseph Ratzinger. Desde sus inicios dirigió su atención hacia San Agustín, John Henry Newman y filósofos personalistas como Martin Buber. De la escolástica tomó a San Buenaventura cuya teología de la historia lo llevó a apreciar a Josef Piper por su filosofía de la historia. Este último será quien le presente a Wojtyla. Su gran influencia la recibe de Romano Guardini y ha sido buen amigo de Balthasar, Lubac y Rahner.

Romano Guardini, en su libro La esencia del Cristianismo muestra la pasión humilde y ardiente por la verdad. Esto es precisamente lo que ha caracterizado la vida y la obra de Ratzinger. Con el lema episcopal “cooperadores de la verdad” (3 Jn 8), Ratzinger quiere mantener encendida la llama que ha alumbrado su vida: la búsqueda de la verdad. En definitiva, busca la verdad revelada, la verdad de las cosas, la verdad del hombre, la verdad de Dios, la verdad del Evangelio, la verdad de la Iglesia. Ha propuesto, clarificado, defendido y mantenido la fe con una lucidez única, como teólogo, y finalmente como Obispo de Roma, Sumo Pontífice de la Iglesia universal.

Acercarse a su pensamiento es colmarse de admiración. En la abundancia de los escritos teológicos de Joseph Ratzinger vemos que el Cristianismo no trata de ideas, sino de una persona: Jesucristo: “Él es el único por quien vale la pena vivir e incluso morir”. Él demostró que la fe cristiana es coherente y orgánica, clara y sencilla, bella y armónica, y en ella podrán encontrar respuesta los anhelos más profundos, los del catecúmeno y del santo, el menos culto y el teólogo, un neófito y el Papa.

Es sublime la hondura espiritual de Ratzinger, junto a su prudencia y el don de consejo, con una sabiduría teológica única, por su conocimiento de la Escritura y de los Santos Padres, así como la comprensión de filósofos y pensadores de relevancia. Todo esto, unido a su amor apasionado por la Iglesia y por la verdad hacen de él un Grande.

Descanse en paz, amigo Joseph Ratzinger-Benedicto XVI.

 

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