Vienen los Reyes a adorar al Niño

Los últimos días de Navidad tienen sabor a reyes. Quizá sea el momento más esperado para todos los niños de nuestro entorno. Es una fiesta tan alentada, son tantos sueños acumulados que la noche de reyes se convierte en una explosión de sorpresas y de alegrías para pequeños y grandes. Así son las sorpresas de Dios, cuando él desborda los méritos y los deseos de quienes le suplican. Dios quiere colmar nuestros sueños y nuestras esperanzas no sólo en la noche de reyes, sino a lo largo de nuestra vida y cuando, al despertar, nos saciemos de su semblante.

En la liturgia de este día celebramos la manifestación (epifanía) del Señor a todas las naciones. Jesucristo ha venido al mundo no sólo para unos cuantos, él ha venido para todos y quiere entrar en el corazón de todos, si los que ya le conocemos somos capaces de anunciarlo a los demás con nuestra vida y con nuestras palabras. Hoy, por tanto, es una fiesta misionera, que nos impulsa a anunciar a Jesucristo. De hecho, las Obras Misionales Pontificias nos proponen hoy la Jornada del catequista nativo, es decir, la atención a tantos miles y miles de catequistas hombres y mujeres que realizan esa labor en tierras de misión, y que son los evangelizadores más cercanos en tantos poblados lejanos, apartados de las ciudades y de los núcleos donde viven sacerdotes, religiosas, etc.

He podido comprobarlo en nuestra misión diocesana de Picota, en Moyobamba-Perú. Los animadores de las distintas comunidades, que realizan una tarea permanente de catequistas, son las piezas clave de la evangelización donde escasean otros agentes pastorales. Gracias a ellos el Evangelio llega hasta los lugares más remotos, gracias a sus vidas entregadas y a su pasión por el Evangelio. Sostener esa red capilar tan extendida por todo el mundo y tan eficiente cuesta dinero. Es jornada para agradecer su gran labor y apoyarla con nuestra oración y nuestra limosna.

Pero volvamos a la epifanía. Nos cuenta el Evangelio que vinieron Magos de Oriente, guiados por una estrella, en busca del Mesías que había nacido en Belén: “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Estos Magos son buscadores de Dios, y lo hacen con el esfuerzo de sus vidas superando las dificultades que encuentran en el camino. Esta es su primera lección: merece la pena gastar la vida en esa búsqueda de Dios, porque cuando le encontramos la satisfacción es mayor que todos los esfuerzos empleados en la búsqueda.

En el camino encontraron muchas ayudas y encontraron obstáculos. Toparse con Herodes fue uno de esos grandes obstáculos, porque Herodes se llenó de envidia y de rabia cuando supo que tales Magos venían en busca del rey de Israel, pensó que el Niño que había nacido iba a quitarle el trono, e indicó a los Magos que le dijeran donde estaba ese Niño e iría él también a buscarlo. Salta a la vista cuáles eran las intenciones de Herodes.

La estrella que los había guiado volvió a brillar y ellos se llenaron de inmensa alegría. La estrella los condujo hasta el lugar exacto donde estaba Jesús con su Madre. Y entrando en aquel lugar, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos de oro, incienso y mirra. La liturgia de esta fiesta nos invita a ofrecerle a Jesús lo mejor de nuestro corazón.

La fiesta de la epifanía incluye no sólo la manifestación de Jesús a los Magos de Oriente, sino también el bautismo del Jordán, que celebramos en este domingo, y las bodas de Caná, cuando Jesús y su Madre alegraron la boda que aquellos novios a los que se les acabó el vino. Con ello, se nos muestra que Jesús ha inaugurado un nuevo modo de ser y de vivir, que llega hasta nosotros por las aguas del bautismo. Y que la alegría que él viene a darnos no se acaba nunca, como no se acabó el mejor vino de las bodas de Caná. Que la epifanía de este año suponga para todos un mayor conocimiento y una mayor experiencia del que ha venido a salvanos.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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