Jesús salió a predicar el Reino de Dios y la conversión: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt 4,17). E inmediatamente llamó por su nombre y apellidos a los apóstoles para que convivieran con él y más tarde enviarlos a predicar ese mismo Reino de Dios con poder para expulsar demonios. Pasado un tiempo, cuando acababa su ministerio público, Jesús podía decir: “No me habéis elegido vosotros a mí, he sido yo quien os ha elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis, y deis fruto y vuestro fruto dure” (Jn 15,16). En las escuelas de entonces cada uno elegía a su maestro. Jesús hizo lo contrario, eligió él a sus discípulos y los constituyó apóstoles.
La vida cristiana no consiste en unas normas, una doctrina, un proyecto. Incluye todo eso. Pero la vida cristiana es ante todo una persona, que nos invita a seguirle a él. El cristianismo es Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nos invita a seguirle: “Venid en pos de mi” (Mt 4,19), para colaborar en su obra redentora. El atractivo del cristianismo está en el seguimiento de Jesús, porque él se ha presentado como camino nuevo de vida nueva que nos lleva a plenitud.
En todas las demás religiones o experiencias religiosas de la historia el centro está en el método, el proyecto, el plan, y se agradece que haya un buen maestro. En el cristianismo, sin embargo, el centro está en la persona de Jesús, que nos invita a seguirle personalmente. Y en ese seguimiento personal aprendemos una nueva vida que nos va transfigurando hasta hacernos en plenitud hijos de Dios.
Vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, y los llamó para seguirle. Y más adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, y los llamó. Ellos inmediatamente dejaron las redes y a su padre, y lo siguieron. Salieron de su entorno familiar y laboral para establecer con Jesús una nueva relación de amistad, de convivencia, de aprendizaje, y recibir de él una nueva tarea: “Os haré pescadores de hombres”.
Estamos en los orígenes de la Iglesia. La comunidad cristiana no ha surgido por iniciativa de un grupo de amigos, que se han asociado para llevar adelante un proyecto, en este caso el proyecto de Jesús. La comunidad cristiana, la Iglesia, ha surgido de la iniciativa de Jesús, que ha llamado a los que ha querido, los ha congregado en una comunidad de vida y los ha constituido apóstoles para enviarlos a predicar el evangelio. La primera y fundamental comunidad eclesial es la comunidad de los apóstoles llamados por Jesús, a la que se van uniendo otros en el seguimiento del Maestro. Incluso desde el comienzo se unieron mujeres, cosa insólita en la cultura de entonces.
Hoy, a veinte siglos de distancia, el discípulo de Cristo debe reconocer sus orígenes. Ha sido llamado para formar parte de esta comunidad, ampliada notablemente, en la que Jesús sigue siendo el centro. Somos llamados para convivir con él, y a cada uno –hombre o mujer- nos encomienda en el seno de su Iglesia una misión personal, que hemos de llevar adelante en la comunión eclesial, como testigos del Maestro y con la misión de transformar el mundo en el Reino de Dios.
Algunos de los llamados en el evangelio prefirieron no seguirle, otros muchos respondieron como los primeros apóstoles, con generosidad y prontitud, a pesar de sus limitaciones y defectos. La historia se repite. En este domingo, Jesús aparece comenzando su ministerio y centrando su predicación en el Reino de Dios, para lo cual busca colaboradores. Tú y yo somos llamados. ¿Estamos dispuestos a seguirle, dejándolo todo, como hicieron aquellas dos parejas de hermanos? La llamada de Jesús sigue siendo fascinante, la tarea que Jesús nos muestra es inabarcable y entusiasma. Poner la vida al servicio del Reino, al servicio de Jesús, al servicio de la Iglesia es la propuesta de Jesús hoy. Respondamos generosamente.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba