Una Iglesia viva, que tiene futuro

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández

El Encuentro diocesano de Laicos celebrado a lo largo de toda la jornada del pasado 7 de octubre ha sido un éxito. Demos gracias a Dios. Añado mi crónica a otras que podéis ver en los medios. No se trata de un relato autocomplaciente, fácil tentación después de un éxito tan rotundo, sino de caer en la cuenta del gran potencial evangelizador de la diócesis de Córdoba para continuar en la tarea de cada día. Los dones de Dios son dados para ponerlos al servicio, de lo contrario se pudren y se pierden. Corruptio optimi pessima (la corrupción de lo mejor se convierte en lo peor). Lo peor que podría sucedernos es creer que el éxito es nuestro, y entonces echamos a perder lo que ha sido una gracia grande de Dios para ponerla al servicio de los demás.

Al comienzo, en la mañana, centró nuestra atención la oración preliminar. Fue un momento profundamente religioso. La presencia sacramental de Cristo en la Eucaristía, llevada procesionalmente por un grupo de jóvenes y adorada por todos los presentes nos situaba en el marco adecuado. Fue una oración que nos introdujo en la intimidad del Corazón de Cristo, donde él se dirige al Padre y nos hace partícipes de esa intimidad. Instalados en el Corazón de Cristo podíamos afrontar con hondura una Jornada que se presentaba llena de promesas.

El taller común sobre la identidad del laico nos presentó lo que es un cristiano fiel laico, miembro de Cristo en su Iglesia para insertar el Evangelio en las realidades temporales. Breve reflexión del obispo y distintos testimonios de la vida diaria donde se fragua esa identidad: una madre premio “Corazón de madre”, un empresario autónomo que paga impuestos, la directora de la Escuela de Agrónomos y una trabajadora social con vocación de entrega a la que siguió una mujer que ha visto regenerada su vida por el amor de Cáritas. El descanso por los pasillos era ocasión de saludarnos unos a otros, en un día de convivencia.

Siguieron a continuación los tres talleres simultáneos previstos: el taller de educación, que se repartió después de talleres más reducidos, donde aprender esas buenas prácticas de una escuela que quiere evangelizar; el taller de familia y vida, donde se presentó sumariamente la visión de la familia según el plan de Dios, seguida de testimonios de familias a quienes la fe sostiene en su diario vivir, acogiendo y educando a los hijos; el taller de caridad, donde se presentaron los distintos campos en los que la Iglesia diocesana trabaja haciendo presente el amor cristiano.

La tarde empezó a las 4 en la parroquia del Beato Alvaro, donde se concentraron las cofradías y hermandades para desfilar hasta la plaza de toros. La imagen de la Virgen de la Fuensanta, patrona de Córdoba, era portada en parihuelas por grupos de jóvenes cofrades. Y la custodia de Arfe portaba a Jesús sacramentado, rodeada de los sacerdotes y los seminaristas. La entrada en la plaza de toros, tanto de la imagen de la Fuensanta como del Señor sacramentado, fue acogida con el entusiasmo de la fe. “Dios está aquí”, en el sacramento. Y junto a Jesús siempre está su Madre. El Arcángel ocupaba un puesto de honor en esta su ciudad. Un rato de adoración, acompañados por la Orquesta y Coro de la Catedral de Córdoba, que lució sus mejores galas para el Señor.

La plaza de toros se había convertido en una inmensa Catedral con varios miles de asistentes, que no cabíamos en otro sitio, venidos de toda la diócesis, y comenzó la Eucaristía con el himno “Unidos en ti”, de Jesús Cabello, que el propio cantautor interpretó emocionado. El obispo predicó la homilía (está colgada en internet) y la celebración fue vivida con verdadero fervor por todos los asistentes entre cantos, adoración y silencios. Realmente esta Misa fue el centro y el culmen de toda la Jornada.

Y siguió el concierto previsto. Música joven, música testimonio de fe, música que transmite el gozo del Evangelio e impulsa a evangelizar, a decir al mundo entero que Dios está vivo y nos da marcha a todos para anunciar el Evangelio.

Todo resultó precioso. Cada uno vuelve a su vida ordinaria, donde se va fraguando su santificación, pero lleva en su corazón la alegría de pertenecer a la Iglesia santa de Dios, en la que estamos muchísimos con el deseo auténtico de anunciar a los demás lo bueno que es Dios. Una Jornada que traerá muchos frutos a nuestra diócesis de Córdoba.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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