Un nuevo año con Jesucristo

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

Comenzamos un nuevo año litúrgico, a lo largo del cual celebramos el misterio completo de Cristo desde distintas perspectivas. Al comienzo, nos preparamos para su venida, el Adviento. Después, celebramos la Navidad, Dios con nosotros, el misterio de la Encarnación en la Virgen-Madre. Más tarde, viviremos la Pascua, con su preparación a lo largo de la Cuaresma y su celebración en el tiempo pascual. Y a lo largo de todo el año, el tiempo ordinario nos irá presentando distintos aspectos de la vida y la enseñanza de Cristo, con las fiestas de María Virgen y las de los Santos, en los cuales se realiza y se prolonga el misterio de Cristo hecho vida. 

Entremos en el tiempo de Adviento, para preparar la venida del Señor. La fe cristiana no procede de un mito ni de una leyenda antigua. El cristianismo tiene su origen en un personaje histórico, Jesucristo el Señor, el hijo del carpintero, que es el Hijo de Dios hecho hombre, que vino hace dos mil años y que nos ha prometido que vendrá de nuevo al final de la historia humana, al final de nuestra propia historia personal, para llevar la historia a su plenitud, para llevarnos a nosotros hasta la meta. 

Este primer domingo de adviento nos sitúa ante la venida última del Señor, y la liturgia nos invita a velar en la oración, a velar en la fe. Como el que está esperando algo importante en su vida, como el que espera una sorpresa positiva. No se trata de algo o de alguien desconocido. Nosotros esperamos al Señor. Aunque no sabemos el día ni la hora, sabemos que Él tiene que venir y nos tomará consigo para llevarnos a la casa del Padre, para llevarnos al cielo. El cristiano vive con la esperanza del cielo continuamente, y no le asustan las señales que va encontrando en el camino, que le van indicando por dónde se va y le van anunciando que ya falta menos para la meta. La vida presente es muy amable, pero la vida futura es más amable todavía. Cuando santa Teresita, cercana a su muerte, amaneció un día y constató que había tenido un vómito de sangre como síntoma inequívoco de su tuberculosis, no se deprimió pensando que le llegaba la muerte. Su reacción espontánea fue: “¡Ya llega el Esposo, tanto tiempo esperado!” 

Cuando el cristiano vive con esta esperanza, cualquier señal de alerta le despierta el deseo y le aviva el gozo del encuentro que se avecina. Pasan los años, viene una enfermedad inesperada, afloran las limitaciones de la condición humana. Son síntomas de un encuentro, en cuya esperanza vivimos toda nuestra existencia. Para ello, es preciso alimentar la fe, para poder ver todo esto en la perspectiva de la realidad, en la perspectiva de Dios. 

El primer domingo de adviento nos sitúa ante esta realidad tan atrayente: ¡Ven, Señor Jesús! Maranatha, era la aclamación litúrgica de aquellos primeros cristianos que ansiaban la venida del Señor. Es cierto que la muerte supone un desgarrón y una ruptura, pero es lo que nos dará paso al encuentro definitivo con Aquel a quien esperamos. La muerte no es el final del camino, sino el cambio de domicilio, para vivir una vida más plena y mejor. 

El Señor vino como el esperado de los siglos. Para mucha gente todavía hoy Jesucristo es un desconocido, y el adviento puede ser una ocasión para el primer encuentro. Para otros muchos, que se han alejado de su presencia, el adviento puede suponer una vuelta y una conversión. Para todos, es una invitación a poner a punto nuestra vida, a prepararnos para esa venida tan esperada. La liturgia del adviento nos recuerda aquella primera venida en la historia, que vamos a celebrar en la Navidad. Por eso, también nos preparamos a las fiestas de Navidad que se acercan. Y en la espera de esta venida del Señor, el Señor nos sale al encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para decirnos su amor y despertar en nosotros el deseo de su venida. 

Recibid mi afecto y mi bendición: 

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba

Contenido relacionado

Enlaces de interés