Carta semanal del Obispo de Córdoba, D. Juan José Asenjo Pelegrina. Queridos hermanos y hermanas:
El pasado domingo la Iglesia en España celebraba la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Por diversas causas mi carta semanal preparada para la ocasión no pudo ser incluida en el número anterior de nuestra hoja diocesana. No quiero, sin embargo, obviar este importante tema y más en estas fechas en que nuestras carreteras comienzan a experimentar un incremento notable en la circulación de vehículos con motivo del inicio de las vacaciones.
Es un hecho que a pesar de las campañas de las autoridades, del endurecimiento de las sanciones y de la introducción del carné por puntos, las cifras de accidentes, victimas mortales y heridos siguen siendo muy altas. Ello nos obliga a todos a reflexionar sobre esta plaga de nuestro tiempo, que con la colaboración de todos, conductores y peatones, hemos de tratar de aminorar.
En los últimos decenios ha sido vertiginoso el aumento del tráfico de mercancías y el movimiento de personas, algo de suyo bueno, pues es un signo de progreso humano y social.
Sin embargo, muchas veces el progreso conlleva trágicas contrapartidas. Hace ya más de treinta años nos lo decía el Papa Pablo VI con estas palabras: “Demasiada es la sangre que se derrama cada día en una lucha absurda contra la velocidad y el tiempo; es doloroso pensar cómo, en todo el mundo, innumerables vidas humanas siguen sacrificándose cada día a ese destino inadmisible”. Así es efectivamente. Basten dos datos estadísticos impresionantes: a lo largo del siglo XX han muerto en la carretera 35 millones de personas, con 1.500 millones de heridos; y sólo en el año 2001 las víctimas mortales han sido 1.200.000, con un número incontable de heridos y discapacitados.
Lo más grave de este drama es que la mayor parte de los accidentes se podrían evitar. Su raíz es casi siempre la prepotencia, la soberbia, la mala educación, que se manifiesta en gestos ofensivos y palabras gruesas, el abuso del alcohol, el afán de ostentación de las propias habilidades o del vehículo, el frenesí de la velocidad, que cautiva a muchos conductores jóvenes, y la falta de respeto a las normas de circulación. Son muchos los conductores que se comportan al margen de las normas éticas más elementales, y que sin confesarlo abiertamente desprecian el don sagrado de la vida.
Por todo ello, invito a todos los usuarios de vehículos de nuestra Diócesis a observar las actitudes que debe tener un buen conductor: dominio de sí mismo, prudencia, cortesía, templanza, espíritu de servicio y conocimiento y respeto de las normas de circulación, algo que a los cristianos nos es exigido por motivos religiosos. Nos obliga a ello nuestra fe en el Señor de la vida y el quinto precepto de Decálogo: “No matarás”.
Estamos a punto de iniciar las vacaciones, tan necesarias para descansar y reponer fuerzas. Para comenzar un nuevo curso escolar, pastoral o laboral, necesitamos distanciarnos de las ocupaciones ordinarias e, incluso, de los lugares de nuestra residencia habitual o trabajo. Para un cristiano, sin embargo, las vacaciones no deben ser un tiempo perdido, sino un período necesario para el descanso físico y psicológico. No pueden ser tampoco una pura evasión, una abdicación de los criterios morales, una huída de nosotros mismos, un abandono de nuestras obligaciones religiosas o un alejamiento de Aquél en el que encontramos el auténtico descanso. En nuestra relación con Dios no puede haber vacaciones. Al disponer de más tiempo libre, hemos de buscar espacios para la interioridad, el silencio, la reflexión, la oración y el trato sereno, largo y relajado con el Señor.
Las vacaciones son además una oportunidad para intensificar nuestra formación mediante la lectura reposada de libros que nos pueden enriquecer culturalmente y también ilustrar nuestra fe y nuestro conocimiento del Señor. Son días, por fin, para disfrutar de la naturaleza, obra de Dios, y para el encuentro y la convivencia familiar gozosa y enriquecedora, más difícil a lo largo del curso por las complicaciones de la vida moderna.
No quiero terminar sin saludar con mucho afecto a quienes no tendréis vacaciones, impedidos por la edad, la enfermedad o las dificultades económicas. Que encontréis en el Señor vuestro reposo y podáis escuchar de sus labios estas palabras tan confortadoras: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).
A todos los demás, os deseo unas felices y cristianas vacaciones. Como a los discípulos de Emaús, el Señor nos acompañará siempre en nuestro camino (Lc 24, 13-15).
Dios quiera que también nosotros lo descubramos en la Eucaristía, en la que muy bien podríamos participar diariamente en estos días de descanso. Que lo descubramos también a nuestro lado en las maravillas de la naturaleza, en la playa, la montaña o en nuestros lugares de origen, a los que muchos retornaremos a la búsqueda de nuestras raíces. Que Dios os bendiga, os proteja y os custodie en su amor.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Obispo de Córdoba