Debo comenzar diciendo que no todo el mundo tiene vacaciones. En el mundo entero,
hay mucha gente que sigue su mismo ritmo de vida durante todo el año, con grandes
carencias, y ni siquiera llega a tener sus necesidades básicas cubiertas. Y entre nosotros,
cerca de nosotros, por múltiples razones, muchos no pueden disfrutar de un tiempo
vacacional, o porque no tienen trabajo, o por razones de enfermedad, o sencillamente
porque el presupuesto no da para gastos extraordinarios. Por tanto, quien puede disfrutar
de un tiempo de vacaciones es afortunado y debe dar gracias a Dios por ello. Es algo
regulado y reconocido en las leyes laborales, pero es al mismo tiempo un don de Dios,
que no a todos llega.
El tiempo de vacaciones es tiempo de descanso en contraposición al tiempo de trabajo.
Las vacaciones son tiempo de ocio en contraste con el tiempo reglado, obligatorio de
sacar adelante las tareas profesionales. Pero no significa tiempo de no hacer nada. Si la
persona no hace nada, se aburre y se autodestruye. El ocio no bien aprovechado sólo
sirve para fomentar la pereza, la desgana, la desmotivación. El tiempo de vacaciones es
tiempo de hacer otras cosas, y hacerlas sin presión de horarios, de plazos, de
productividad. Una de las dimensiones de la persona es la creatividad, el tiempo de
vacaciones es propicio para ello.
Si hay más tiempo libre, uno dispone de ello para estar más tiempo con la propia
familia, para convivir con el núcleo familiar o visitar a familiares con los que no se
convive habitualmente. En el tiempo de vacaciones, pueden programarse viajes de
peregrinación, de contenido cultural, de conocimiento de otras latitudes.
El tiempo de vacaciones cunde para hacer nuevas lecturas, estudios, terminar trabajos
pendientes, preparar el próximo curso, adelantar programaciones y tareas que han de
venir. La previsión de la agenda, fijarse objetivos a cumplir con tal que no sean
oprimente, es propio del tiempo de vacaciones.
Las vacaciones han de servir para intensificar el tiempo de contacto con Dios. En la paz
y en el sosiego de las vacaciones, hay muchos que aprovechan para unos Ejercicios
Espirituales, un Retiro, la visita a un Monasterio para compartir la vida orante de sus
monjes o monjas. Hay encuentros juveniles, de familias o de adultos para vivir unos
días de fraternidad cristiana, poniendo en el centro a Jesucristo, con el estudio de
algunos temas de formación cristiana, la convivencia en familia o entre amigos, lecturas
apropiadas, etc. Así, las vacaciones se convierten en tiempo de formación-
El tiempo de vacaciones es también tiempo para el deporte, para el cuidado equilibrado
del propio cuerpo. Un cuidado excesivo del propio cuerpo lleva a la idolatría del cuerpo,
desequilibrando la armonía que Dios ha establecido entre cuerpo y alma. Parece como si
en nuestro tiempo hubiera aumentado el culto al cuerpo, al tiempo que ha disminuido el
cuidado del alma. La persona es alma y cuerpo, y debe cuidar armónicamente lo uno y
lo otro, porque somos espíritus encarnados.
En nuestra diócesis, hay iniciativas concretas muy laudables y provechosas. Más de dos
mil niños de nuestras parroquias irán pasando por sucesivos campamentos de verano
con el crecimiento personal que eso supone. Eso lleva consigo mucho trabajo por parte
de jóvenes y adultos, pero es un trabajo que merece la pena para ayudar a crecer a los
pequeños. Es una ocasión propicia para la catequesis, para la adoración, para el juego,
para la convivencia, para el contacto con la naturaleza y la creación, etc.
Algunos grupos de jóvenes aprovechan el verano para una experiencia misionera e
Picota, nuestra misión diocesana, como apoyo a la tarea de los misioneros y para
conocimiento de otras culturas y latitudes. Gran enriquecimiento personal para enfocar
la vida de otra manera a la vuelta.
A todos los que podáis disfrutar de unos días de vacaciones, os deseo la paz del alma y
la salud del cuerpo. Dios bendiga vuestro tiempo de descanso para poder volver
renovados al trabajo cotidiano.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba