Sois templos de Dios, sed santos

Carta semanal del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández

“El templo de Dios es santo. Ese templo sois vosotros” (1Co 3,17). La dignidad de la persona le viene dada por Dios, que ama todo lo que ha creado, y especialmente esa dignidad es restaurada y acrecentada por la sangre redentora de Cristo, que nos ha convertido en templos de Dios. El respeto al otro no es sólo buena educación, sino visión de fe: el otro es hijo de Dios o está llamado a serlo, ha sido redimido por la sangre de Cristo y es templo del Espíritu Santo. ¿Cuál es el precio de esa persona? –Ha sido rescatada no con oro o con plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha (1Pe, 1,19). Ese es su precio, ese es su valor, la sangre de Cristo, mucho más de lo que pesa en oro.

Cuántas violaciones de los derechos humanos, cuántos atropellos a la dignidad humana, cuando al otro se le considera simplemente como objeto de mercado, objeto de placer, un medio de producción. Cuántos niños soldados, cuántos niños esclavos en el trabajo, abusados sexualmente por los mayores, que nunca tendrán acceso a la cultura ni una vida digna. Cuántas mujeres violadas, objeto de trata, explotadas sexualmente, pisoteadas en su dignidad humana. Cuántas personas que tienen que dejar su casa, perseguidos que se convierten en prófugos, emigrantes sin rumbo fijo en busca de una situación mejor, que a veces se topan con la muerte en el mar, en los caminos, en el rechazo de los hombres. Todo hombre es tu hermano, toda persona es templo de Dios. Si alguno profana este templo, está pisoteando al Espíritu que habita en vosotros.

La Palabra de este domingo nos pone delante el horizonte de la santidad para todos: “Sed santos, porque yo el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2). Si somos hijos de Dios, nos parecemos a él. Y Jesús en el Evangelio, después de profundizar en los mandamientos de Dios para llevarlos a su radicalidad, esos mandamientos que llegan a su culmen en las bienaventuranzas, nos señala: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Y desgrana esa perfección en el mandamiento del amor al prójimo, pues nadie puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama a su prójimo a quien ve (1Jn 4,20).

“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (Mt 5,43-44). Nadie ha hablado nunca así. No hay líder religioso, ni filosófico, ni cultural, ni político que haya pronunciado estas palabras, que haya puesto ese listón. El amor a los enemigos es algo que brota del corazón del Cristo, del corazón de Dios. Jesucristo ha pedido perdón para los que le estaban crucificando, y nos manda perdonar a los que nos persiguen, nos calumnian o nos hacen cualquier tipo de daño. Amar a los que nos aman, eso lo hace cualquiera, a no ser que sea un degenerado o un ingrato. Pero amar a quienes te hacen mal, a quienes quieren quitarte de en medio, eso sólo es posible si el amor de Cristo reside en tu corazón. Eso es lo que nos identifica como cristianos.

El testimonio que está llamado a dar un cristiano no es sólo el respeto y la promoción de los derechos de los demás, tantas veces conculcados por el egoísmo humano. El cristiano está llamado a un plus mayor, está llamado, urgido interiormente por la acción del Espíritu Santo, a amar a los enemigos, a los que te hacen mal, a los que no te quieren o incluso quieren destruirte.

En un mundo convulso como el nuestro, en un cambio de época como el que estamos viviendo, es necesario recurrir a lo típicamente cristiano, a aquello que sólo el cristianismo puede aportar como original y propio a este mundo en el que vivimos. Es urgente este testimonio cristiano del perdón a los enemigos. Sólo ese amor será capaz de transformar nuestra generación, para amanecer a una época nueva y renovada. En este campo más que en ningún otro el cristiano está llamado a ser luz del mundo, partícipe de la misericordia de Dios con los hombres, que hace salir el sol para buenos y malos y manda la lluvia para justos e injustos.

Sólo el que está profundamente unido a Cristo será capaz de dar la talla en este testimonio que se le pide.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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