Se ha manifestado, epifanía

Hasta que no te encuentras con él, como si no hubiera venido. La celebración de la
Navidad concluye con la fiesta de la Epifanía del Señor, que tiene varios momentos: la
llegada de los Magos, el bautismo del Jordán y las bodas de Caná.
El relato de la llegada de los Magos, que vienen para adorar al Niño recién nacido, va
revestido de tanta parafernalia, que tenemos el riesgo de no entrar en lo que se celebra
en este día santo. Nos cuenta el evangelio que vinieron unos hombres sabios de Oriente,
buscadores de Dios, para adorar al rey de Israel. “Hemos visto salir su estrella, y
venimos a adorarlo”.
Una estrella los había guiado por el camino, hasta que perdieron de vista este signo del
cielo, y se les ocurrió preguntar al rey Herodes, que movido por la envidia los confundió
más todavía. Esa pregunta puso en marcha toda una logística para descubrir quién,
dónde, cómo. Y saliendo de Herodes, la estrella volvió a brillar iluminándoles el
camino. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”. Esa estrella los condujo
hasta Jesús.
“Entraron en la casa, vieron al niño con María su madre, y cayendo de rodillas, lo
adoraron… ofreciéndole regalos: oro, incienso y mirra”. Los Magos de Oriente nos
enseñan a buscar a Dios, a pesar de las dificultades que encontremos por el camino y a
pesar de las oscuridades propias de la vida. Antes o después, si buscamos sinceramente,
la estrella aparecerá de nuevo y el corazón se nos llenará de una alegría inmensa.
En el bautismo de Jesús en el Jordán, rodeado de pecadores, se abrieron los cielos y la
voz de Dios Padre presentó a su Hijo, llenándolo del Espíritu Santo: “Este es mi hijo
amado, en quien me complazco”. Y el agua recibió el poder del Espíritu para hacer hijos
de Dios. Jesucristo, hijo de Dios, baja a lo más hondo de la tierra, se junta con los
pecadores, a los que ha venido a redimir, y nos hace hijos de Dios por el agua y el
Espíritu en el bautismo.
Las bodas de Caná es el momento de la autorevelación de Jesús como esposo, que nos
trae a cada uno una alegría completa y que no se acaba. Había una boda en Caná de
Galilea y acudió Jesús con sus apóstoles y María su madre. Faltó el vino y María se
percató enseguida de ello, rogando a su hijo que resolviera la situación. Jesús fue capaz
de dar otro vino, mejor que el primero, el vino de la alegría mesiánica. Jesucristo ha
venido a llenar el corazón humano, sediento de felicidad y de amor. Jesús nos revela
que él es el verdadero esposo, capaz de llenar el corazón con un amor nuevo, que no se
acaba nunca.
La epifanía es la manifestación de Jesús a todo el mundo, representado en los Magos de
Oriente. No se trata de una simple manifestación, sino de una transformación profunda
del corazón humano, haciéndonos hijos de Dios por el bautismo, por medio del agua y
del Espíritu Santo. Él viene a desposarse con cada uno, porque el secreto de la felicidad
lo tiene él y es portador de una alegría que no acaba.
Hasta que uno no se encuentra con él, como si no hubiera venido. Las fiestas litúrgicas
de la Navidad son, por tanto, momento privilegiado para el encuentro con Jesucristo. Él
sale a nuestro encuentro, pero quiere al mismo tiempo que nos pongamos en camino,

como los Magos, en la búsqueda de Dios, saliendo de nosotros mismos y de lo nuestro
para abrirnos a lo de Dios, que nos diviniza y nos hace hijos.
La epifanía es ocasión para dar a conocer a Jesucristo, es una fiesta misionera de
anuncio y de testimonio de lo que hemos visto y oído. La vuelta a la vida cotidiana,
cuando uno ha vivido el misterio, se hace más llevadera, porque ha encontrado nuevos
estímulos para abrazar a Dios en la propia vida y para crecer en la solidaridad con los
hermanos.
Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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