El 14 de septiembre celebramos la fiesta de la Santa Cruz y al día siguiente los Dolores
de la Virgen, o la Virgen de los Dolores. Empecemos el curso mirando a Cristo
crucificado y junto a él a su Madre bendita. En muchas parroquias de nuestra diócesis
son las fiestas principales en torno al Santísimo Cristo.
Es la Cruz de mayo, que en muchos lugares continúa celebrándose entonces, en clima
de Pascua florida. El nuevo calendario sitúa esta fiesta el 14 de septiembre y junto a
ella, la de la Virgen de los Dolores, que también se celebra el viernes de Dolores. Es tan
fuerte el arraigo de tales fiestas, que en nuestro contexto continúan celebrándose según
al anterior calendario: la Cruz de mayo en torno al 3 de mayo y el viernes de Dolores, el
viernes anterior al domingo de Ramos. Nunca está mal que se repitan, porque ambas
pertenecen al núcleo de la fe y de la vida cristiana.
El centro de nuestra fe es una persona, Jesucristo. Y el núcleo de la redención llevada a
cabo por Jesucristo es su muerte redentora en la Cruz, que desemboca en su gloriosa
Resurrección. Así lo meditamos continuamente y lo vivimos sacramentalmente en la
Santa Misa. El 14 de septiembre es la fiesta de la santa Cruz como signo de victoria y de
triunfo sobre la muerte y el poder del pecado, la santa Cruz es la señal que ahuyenta
todos los demonios.
Adoramos la Cruz de Cristo, en cuyo patíbulo Jesús ha redimido el mundo. La Cruz es
el sufrimiento vivido con amor. Si miramos sólo el sufrimiento, nos echamos para atrás.
El sufrimiento es repelente y la muerte más todavía. Sin embargo, la gran novedad de
Cristo es que ha vivido todo ese sufrimiento terrible con mucho amor. “Amó más que
padeció”, decía san Juan de Ávila. Por eso adoramos la Cruz, porque es la expresión de
un amor loco de Dios por cada uno de nosotros y por toda la humanidad.
Por eso, la Cruz se ha convertido en una señal de amor, y de un amor que se entrega
hasta que duela, hasta dar la vida del todo. Cuando adoramos la Cruz, no somos
amantes del dolor por el dolor, sino que quedamos asombrados de tanto amor como el
que se encierra en la Cruz de Cristo. Esta es la gran noticia que cambia el mundo, que el
Hijo de Dios ha entrado de lleno en nuestra existencia humana y ha compartido nuestros
sufrimientos. Más todavía, ha cargado con nuestros pecados, que son la causa de tantos
sufrimientos en nosotros y en los demás.
En la Cruz se resumen todas las ofensas hechas a Dios y a los demás, por eso es tan
horrible. Pero Jesús ha cargado con todas esas ofensas y las ha reciclado en un amor
más grande. La Cruz es patíbulo y al mismo tiempo es fuente de vida. Por eso,
adornamos la Cruz con flores, como se adorna de flores un lecho de amor. Es el lugar
donde Cristo ha expresado su amor superlativo para los pecadores, sacándonos del
infierno de nuestros pecados y vicios.
Y junto a la Cruz está siempre su Madre. Ahí, en ese momento culminante, Jesús nos ha
dado a su Madre como madre nuestra. “Ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre”.
Ella sigue ahí, junto a sus hijos que sufren, para abrir sus corazones a un amor más
grande. Los Dolores de María son nuestros dolores. La Virgen de los Dolores es la que
está siempre junto a su Hijo y junto a nosotros sus hijos, para cambiar nuestros dolores
en cruces, es decir en sufrimientos vividos con amor, ofrecidos por la redención del
mundo.
Os pido en estos días una oración por la Misión parroquial en Hinojosa del Duque, del
17 al 24. Que el Cristo de las Injurias, tan venerado en el lugar, atraiga las miradas de
todos los hinojoseños para convertir sus sufrimientos en cruces vividas con amor.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba