Carta Pastoral de Mons. Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba, con motivo del Día del Seminario.
En torno al día de san José celebramos el día del Seminario en nuestra diócesis y en toda España. Es una ocasión propicia para volver nuestros ojos sobre esta primera necesidad de la Iglesia: que tenga sacerdotes según el corazón de Dios.
El sacerdote es un don de Dios. Dios ha querido que seamos un pueblo sacerdotal, dentro del cual y al servicio del mismo algunos sean consagrados como sacerdotes para el bien común de este pueblo en las cosas de Dios. Tener a nuestro alcance un sacerdote no es un derecho adquirido, es siempre un regalo de Dios. Dios es el que llama, Dios es el que sostiene en la fidelidad, Dios es el que envía a la misión. A Dios ha de elevarse continuamente nuestra mirada para pedirle muchos y santos sacerdotes. “Rogad al Dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies” (Mt 9,38), porque la mies es abundante y los obreros son pocos.
El primer trabajo en la pastoral vocacional es la oración, porque solamente en un clima de fe alimentado por la oración puede percibirse la llamada, puede acogerse el don del sacerdocio y puede sostenerse la fidelidad a esta vocación. He constatado por muchos lugares de la diócesis esta oración por las vocaciones en las preces de la Misa, en la oración sacerdotal de los jueves eucarísticos, en la oración de los enfermos, en cadenas de oración por esta urgente necesidad de la Iglesia.
Si a través de la oración entramos en los planes de Dios, Él nos hará entender qué es lo que hemos de hacer para crear el clima propicio a las vocaciones. A un niño y a un joven hoy les es más difícil captar la señal que Dios le envía llamándole al sacerdocio. Hay muchas interferencias que le impiden tener esta cobertura. Hemos de servirles esa señal, haciendo como de repetidores que amplifican la señal. Un buen clima de vida eclesial –en la parroquia, en el grupo apostólico, en la comunidad, en la familia, en la escuela– es siempre el ambiente donde nacen y crecen sanas estas vocaciones. Las vocaciones brotan donde hay un clima de amor intenso a Jesucristo y deseo de colaborar en su obra redentora, donde se cultiva el amor y la devoción a la Virgen María, donde se abre el horizonte misionero de la Iglesia universal superando los particularismos donde uno se mueve.
A veces estas vocaciones brotan en la infancia, otras veces en la adolescencia o en la juventud o en la edad madura. Hay llamadas tempranas, hay llamadas tardías. Y hay repuestas de todo tipo. La comunidad diocesana debe estar atenta a todas las llamadas, para acogerlas, discernirlas, acompañarlas, ayudarlas a madurar, sostenerlas con la oración, el interés y la ayuda económica. Valoro mucho los trabajos que se hacen en este campo con los monaguillos, en las convivencias vocacionales, en el preseminario, en la pastoral juvenil, que este año reviste especiales acentos en la preparación de la JMJ. Los sacerdotes, y particularmente los párrocos, son los primeros y principales agentes de la pastoral vocacional. Un cura entusiasmado suscita en su entorno nuevas vocaciones al sacerdocio.
Dios ha bendecido nuestra diócesis de Córdoba con un buen número de vocaciones al sacerdocio, pero necesitamos muchas más. No podemos dormirnos en los laureles de lo ya recibido, pues las bendiciones de Dios son promesa de nuevos dones, si sabemos recibirlos con gratitud y compartirlos con generosidad. Demos gracias a Dios y a tantas personas que colaboran en esta obra de las vocaciones. Agradezco especialmente a los sacerdotes que se toman interés por este asunto, a los formadores y profesores del Seminario que gastan su vida llenos de ilusión, a las familias que ofrecen generosamente a sus hijos, a los catequistas, profesores y colegios que educan con una perspectiva de fe, a los bienhechores que aportan sus bienes para una causa tan noble. Todos a una alcancemos de Dios que suscite abundantes vocaciones al sacerdocio ministerial y que sepamos acogerlas con gratitud y con el compromiso de ayudarlas a madurar y a responder con fidelidad a tales dones de Dios.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba