Rezamos el Rosario

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández.

El mes de octubre es el mes del rosario. El rosario es una oración muy sencilla y al mismo tiempo muy rica de contenido. Está al alcance de todos, incluso de los niños y de los que no saben rezar. El rosario es una síntesis del Evangelio en clave oracional, con un asombroso valor catequético y de iniciación cristiana. Es la oración de los pobres y los humildes, pues no necesita de medios especiales para realizarla. Se puede rezar en cualquier lugar, en cualquier momento, con un pequeño instrumento en las manos, o simplemente de memoria. En las últimas apariciones de la Virgen, ella invita siempre al rezo del rosario (Lourdes, Fátima, etc.). El rosario se ha convertido en una fuerte palanca de oración universal al alcance de todos. 

Es una oración que tiene a Jesucristo como centro. Jesús y María van siempre juntos, también en el rosario. “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús…”, repetimos muchas veces al rezar el avemaría. Y es una oración trinitaria, pues cada misterio comienza con el Padrenuestro y culmina con el “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo”. Los misterios que contemplamos son misterios de la vida de Jesús, contemplados desde el corazón inmaculado de María, la madre de Dios y nuestra madre. Ella se convierte como en un mirador privilegiado desde el que “miramos” a Cristo en las distintas escenas de su vida humana, terrena y celeste. Ella nos va enseñando a su hijo Jesús por dentro, dándonos a participar de los sentimientos de cada escena evangélica. El rosario se convierte así en un evangelio viviente y vivido, rumiado en el corazón y capaz de inspirar las mejores acciones de nuestra vida. Y en todo este proceso oracional, María es la pedagoga, la catequista, la madre. 

El rosario es una oración contemplativa. La repetición una y otra vez del avemaría hace que el rosario sea como la “oración del corazón”, que entre los orientales constituye el alimento de toda oración contemplativa. Las palabras sirven de soporte, pero pasan a segundo término y se establece una corriente de amor a Jesús y a María, que va llenando el corazón del orante, al sentirse amado en cada uno de los misterios que contempla. La contemplación fija los ojos del alma en el misterio correspondiente y estaría recitando interminablemente las palabras del ángel, prendido en algún aspecto de ese misterio contemplado. 

En mi ya largo ministerio sacerdotal me he encontrado con jóvenes y adultos que quieren rezar y no saben cómo hacerlo. He puesto un rosario en sus manos, les he invitado a que recen un misterio (10 avemarías) en distintos momentos del día, y, cuando ya van aprendiendo, a que recen el rosario completo (las 50 avemarías). Los resultados han sido sorprendentes en muchos casos. En un mundo en el que Dios está tan ausente y en el que se elimina toda huella de Dios, podemos iniciar en la oración a través del rezo del rosario individual o comunitariamente. En la biografía de Juan Pablo II, los grupos del rosario fueron el soporte de toda una pastoral juvenil que sostuvo su fe y la de sus contemporáneos en situaciones de verdadera persecución. 

Cuántas familias han rezado el rosario en familia, y han experimentado en sus hogares que la familia que reza unida permanece unida. Hoy es todo más difícil, sobre todo si ha sido entronizada la TV en el centro de la familia, convirtiéndose en un elemento que aísla y en una fuerza centrífuga que disgrega. Y cómo a lo largo del siglo XX la oración del rosario ha sostenido la fe de pueblos y naciones sometidos al yugo del ateísmo soviético. Con razón la Virgen en Fátima pidió a los pastorcitos que rezaran el rosario e hicieran penitencia. Un mensaje que “derrumbó” el muro de Berlín y que es capaz también hoy de derrumbar tantos muros que nos apartan de Dios y de los hombres. 

Mes de octubre, mes del rosario. Una oración que no ha pasado de moda, sino que está al alcance de todos para traer al corazón (recordar) las palabras y la vida de Jesús, como María, que “guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). 

Con mi afecto y mi bendición: 

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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