Este año la fiesta de la Inmaculada viene cargada de gracia para la diócesis de Córdoba: ocho nuevos diáconos, que en junio podrán ser ordenados presbíteros, si Dios quiere. Estamos muy contentos de este acontecimiento feliz para nuestra diócesis.
La fiesta de la Inmaculada es una fiesta gozosa en pleno adviento. María es la primera redimida, la mejor redimida, el fruto más maduro de la redención de Cristo. En ella, Dios se ha explayado y la ha colmado de gracias y bendiciones. Si el pecado es nuestra mayor desgracia, la santidad de María es la mayor de las gracias, porque Dios ha preparado de esta manera una digna morada para su Hijo, que se hace hombre en el seno virginal de María.
Ella no conoció pecado, ni siquiera el pecado original. La experiencia humana nos dice que en nuestro corazón hay un desajuste entre el bien que queremos y no alcanzamos y el mal que no queremos y en el que caemos constantemente. La revelación de Dios nos aclara que ese desajuste es fruto del pecado. El pecado introduce una separación de Dios que sólo la gracia podrá sanar. Jesucristo ha venido para eso, para restablecer la relación rota, para hacernos hijos de Dios, para abrirnos de par en par las puertas del cielo. Esperamos y deseamos que Jesucristo vaya anudando nuestra relación con Dios, haciéndonos parecidos a él. Será trabajo de toda nuestra vida, pero estamos seguros de que Dios, que nos ha hecho hijos suyos por el bautismo, llevará a feliz término la obra de redención en cada uno de nosotros, y vale la pena colaborar en esta preciosa tarea.
En María Dios se volcó plenamente desde el principio, desde su concepción. Libre del pecado original, toda su vida ha sido un sí creciente a la voluntad de Dios. En ella no hay sombra de pecado alguno. Qué belleza. Y ella lo ha recibido para compartirlo con nosotros. Es madre de la gracia, y a través de ella Dios nos va concediendo su gracia para hacernos santos. La fiesta de la Inmaculada es fiesta de alegría por ella y de esperanza para nosotros, que somos pecadores. Mirándola a ella vemos a dónde nos quiere llevar Dios, teniéndola a ella se acrecienta nuestra esperanza de llegar a la santidad a la que Dios nos llama. La Inmaculada tira de nosotros y nos eleva a su nivel para hacernos partícipes de su gracia y de su santidad.
Y en este día grande nos llega la grandeza de ocho nuevos diáconos. No es una sorpresa, pues viene fraguándose hace años, pero cuando llega, la alegría es desbordante. Cada vocación es un milagro de Dios hoy, con la que está cayendo. Dios sigue llamando, él quiere dar pastores a su pueblo y encuentra eco en el corazón de estos jóvenes que le dicen sí, como María, para siempre.
En el diaconado el Espíritu Santo configura el corazón del que es llamado para hacerlo como el de Cristo, siervo, esposo, buen pastor. El candidato asume el compromiso del celibato por el Reino de los cielos para toda la vida. Para amar sin medida a todos, para servir a los pobres, para oficiar en nombre de Cristo y de la Iglesia algunos sacramentos. El diácono hace promesa de obediencia al obispo, se compromete al rezo de la Liturgia de las Horas completa, recibe el Evangelio de Cristo para ser su mensajero. Estos jóvenes concluyen este año sus estudios y su preparación para el sacerdocio, y la diócesis de Córdoba se va renovando con sangre nueva, con nuevas energías. Damos gracias a Dios, y a la Inmaculada los encomendamos.
Por causa de la pandemia, no pudimos tener el Día del Seminario en la fiesta de san José (19 marzo). Por eso, la tenemos en la fiesta de la Inmaculada. Sed generosos, pedidle a Dios que nos envíe más jóvenes para ser sacerdotes al servicio de nuestra diócesis y colaborar con vuestra aportación económica. Es una buena inversión.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba.