Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández
La oración es el trato con Dios, que nos admite en su conversación y se entretiene en estar con nosotros. Dios ha preparado a lo largo de la historia un acercamiento progresivo hasta poner su morada en nuestras almas, en nuestro corazón. ¡Somos templos del Dios vivo! Orar es caer en la cuenta de esta realidad, Dios no está lejos ni hay que viajar para encontrarlo. Dios vive en mi corazón y por la oración caigo en la cuenta de esta realidad y entablo un diálogo de amor con las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que me aman.
En el evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario (ciclo C), Jesús nos enseña a orar con la oración del Padrenuestro. Estaba Jesús orando y los discípulos se acercaron para decirle: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Toda la vida de Jesús está transida de oración, su relación con el Padre es fluida y espontánea, mira las personas, los acontecimientos y las cosas con los ojos de Dios. Aparece en muchas ocasiones orando: al atardecer, al amanecer, durante toda la noche, al realizar un milagro o una curación extraordinaria, retirado solitario en el monte, rodeado de sus discípulos o ante la muchedumbre. Es una lección permanente y silenciosa, un ejemplo de vida. Le atrae ponerse en oración como al hierro le atrae el imán, y comparte con el Padre los deseos de su corazón.
La gran novedad de la oración cristiana, la que Jesús nos enseña, es la de tratar a Dios como Padre. No nos atreveríamos a hacerlo, si no fuera porque él nos lo ha enseñado así. Es decir, Jesús nos introduce en su corazón de hijo y nos abre de par en par las puertas del corazón de su Padre, el corazón de Dios, para hacernos hijos. No podíamos entrar más adentro ni podíamos llegar a más. Y desde ahí, penetrar en el gozo de las personas divinas y disfrutarlo, mirarnos a nosotros y al mundo con los ojos de Dios. Otra novedad de la oración que Jesús nos enseña es, junto a la invocación de “Padre”, la de llamarle “nuestro”. Es decir, a Dios no nos dirigimos nunca como personas aisladas, sino siempre formando parte de una fraternidad humana, en la que todos somos o estamos llamados a ser hermanos, precisamente porque tenemos como padre a Dios. El Padrenuestro es, por tanto, oración de fraternidad, de solidaridad porque tenemos en común a nuestro Padre Dios.
Al enseñarnos a orar, Jesús nos insiste en que pidamos: “Pedid y se os dará”. ¿Por qué este mandato insistente? Algunos piensan que si Dios ya sabe nuestras necesidades, para qué pedirle insistentemente. La oración de petición ha de hacerse con confianza y con perseverancia. Sabiendo que para Dios nada hay imposible, recurrimos a él cuando nos vemos incapaces de alcanzar aquello que necesitamos. San Agustín nos recuerda que al pedirle a Dios lo que necesitamos, no estamos recordándole a Dios nada, pues él todo lo sabe, sino que nos estamos recordando a nosotros que todo nos viene de Dios. Por ejemplo, hemos de pedir la lluvia para nuestros campos en medio de la sequía tremenda que padecemos. Al hombre de nuestro tiempo no se le ocurre pedirlo a Dios, porque ha desconectado de Dios y todo lo espera de su propio ingenio, de los pantanos, de los regadíos artificiales, etc. Se le ocurre hacer un plan de regadío, pero no se le ocurre acudir a Dios.
Sin embargo, el progreso no está en contra de Dios, ni Dios está en contra del progreso. Pedirle a Dios la lluvia necesaria para nuestros campos es reconocer que Dios es el autor del universo, y puede darnos el bien de la lluvia –como todos los demás bienes- si se lo pedimos con confianza y con insistencia. Hay dones que Dios no nos los da, porque no se lo pedimos. Pero a veces sucede que nos cansamos de pedir. Y aquí viene la otra condición de la oración de petición, la perseverancia, la insistencia. Cuando pedimos a Dios una y otra vez algún bien para nosotros, hemos de pedirlo una, otra y mil veces. Pero si Dios está dispuesta a concederlo, ¿por qué se hace de rogar tanto? Pues –continúa san Agustín-, porque repitiendo una y otra vez lo que necesitamos, va ajustándose nuestra voluntad a la de Dios, no a la inversa. Pedid y recibiréis, si pedimos con confianza y con perseverancia. Y si Dios tarda en concederlo, es porque quiere ajustar nuestra voluntad a la suya. Nosotros sigamos insistiendo, porque él siempre nos escucha.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba.