Pederastas en la Iglesia

Carta Pastoral semanal del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. Las noticias de abuso de menores proliferan en todos los medios de comunicación. Son calificados como pederastas aquellos que abusan sexualmente de los niños y niñas para su placer, destrozando la vida de tantos inocentes en su edad temprana. 

Los enemigos de la Iglesia han encontrado un filón de oro para desprestigiarla, y de manera calculada van ofreciéndonos cada día algunas gotas de este elixir que es placer de demonios. Algunos incluso se han atrevido a arremeter contra el Papa Benedicto XVI, acusándole de encubridor. Si consiguieran probar la más mínima mancha, habrían dado en el “blanco” de sus pretensiones. Lo de “blanco” no sólo es por el vestido blanco del “dulce Cristo en la tierra”, sino porque atacado el Papa quedaría desprestigiada toda la Iglesia católica.

Los hechos están ahí. Son innumerables los delitos cometidos en el abuso de menores por parte de padres, profesores, deportistas, médicos, profesionales de distintos tipos, etc. Pero lo más noticiero es que algunos eclesiásticos también son delincuentes, y esa es la noticia. Lo demás no importa tanto. Incluso se justifica y se promueve desde una educación sexual cada vez más precoz en una sociedad erotizada.

Ante los hechos evidentes, lo primero es reconocer públicamente que algunos eclesiásticos –sacerdotes o religiosos- han cometido tales delitos. Y eso nos avergüenza a todos. Pues si alguno debe dar ejemplo en cualquier campo moral y más en éste, ha de ser aquel que se ha consagrado a Dios en cuerpo y alma. Nada más extraño al cristianismo que una sexualidad desordenada, convertida en un juego de placer y no en lenguaje del amor verdadero.

En segundo lugar, a la Iglesia le preocupan las víctimas de tales abusos, vengan de donde vengan. Y si los abusos vienen de personas consagradas, la Iglesia está poniendo los medios para purgar de sus filas a los que no merecen la confianza de tratar con niños y niñas que hay que ayudar a crecer, no destrozar en su infancia. El encubrimiento de estos delitos no favorece a nadie, es como un pus que cuanto más se deja más se pudre. 

Sin embargo, son miles y miles los sacerdotes y los religiosos que realizan estupendamente su tarea. Colegios de la Iglesia, parroquias, voluntariados, tiempo libre, etc. están llenos de personas buenas que hacen el bien con la dedicación plena de sus vidas. Todos conocemos a muchos de ellos. No es justo mirar y calificar a todos por el mal que algunos hayan cometido. Ciertamente, un solo niño malogrado es ya demasiado. Pero no olvidemos los miles de personas buenas que han gastado y gastan su vida en esta noble tarea. Merecen toda nuestra confianza, hoy más que nunca, porque hoy más que nunca el Papa y todos los que tienen alguna responsabilidad en la Iglesia no dejarán pasar una en este delicado tema.

Los que han cometido tales abusos están llamados a pedir perdón a Dios, a quien han ofendido gravemente, y a someterse a la justicia de los tribunales. El Papa Benedicto XVI ha practicado “tolerancia cero” en este grave tema y nos invita a que todos hagamos penitencia por los pecados de algunos en esta materia. 

No todo termina con la denuncia. ¿Quién podrá sanar el corazón del hombre, que se ha dejado llevar por sus malas inclinaciones? -Sólo la misericordia de Dios, que incluye el cumplimiento de toda justicia, y nos hace capaces de pedir perdón y de ofrecerlo. A esa misericordia nos acogemos todos, extremando los controles para que tales delitos no sucedan más.
 

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba

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