Osio, obispo de Córdoba

Intervención del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González, en el Congreso Internacional de Osio de Córdoba.

Un Congreso sobre Osio, razón, finalidad y momento

La convocatoria de este Congreso está pensada desde hace un par de años, cuando se nos acercaba la fecha del 1700 aniversario del Edicto de Milán (313), una fecha emblemática y de las que han señalado la historia, particularmente la historia de la Iglesia, cambiando la época de persecuciones sangrientas de la Iglesia y de los cristianos por una época de bonanza, primero con la tolerancia religiosa de Constantino y después con la libertad religiosa de Teodosio.

En esa fecha hay un obispo, Osio de Córdoba, que se ha ganado la confianza del emperador Constantino y que goza de un gran prestigio en el orbe católico. Vale la pena, por tanto, convocar a los mejores especialistas sobre aquella época para poner en común las investigaciones actuales sobre este obispo de Córdoba, que ha llevado el nombre de Córdoba más que nadie por el mundo entero. La ciudad y la diócesis de Córdoba está en deuda con él. Quisiéramos que este Congreso devolviera a Osio de Córdoba el valor de su gran aportación al cristianismo y a la historia de la Iglesia en tantos aspectos, corrigiera algunas versiones que ya desde su época le han desfavorecido y -por qué no- recuperara el culto universal que ininterrumpidamente tiene en la Iglesia ortodoxa y tuvo entre notros hasta que fuera borrado de los dípticos litúrgicos en el siglo VII.

¿Podrán cumplirse todos los objetivos? Pongámonos a la tarea, e iremos viendo. A mí me toca en este momento agradecer a las personas que han gestado el Congreso y han trabajado para que todo esté a punto:

Al Dr. D. Antonio-Javier Reyes Guerrero, comisario del Congreso, que ha impulsado la organización de este acontecimiento a todos los niveles. Y al Dr. D. Francisco-Jesús Orozco Mengíbar, vicario general, que ha estado en todas las etapas de la preparación.

A los profesores Dres. Juan-José Ayán Calvo y Patricio Navascués Benlloch de la Universidad Eclesiástica de San Dámaso, que han estado disponibles y han gastado mucho tiempo en la Comisión científica del Congreso.

Al personal técnico que ha colaborado eficazmente: Dña. Maria José Muñoz López, Dña. Francisca Giovanetti, Dña Paloma López-Sidro y D. Rafael Quirós Reyes.

Agradecer a todo el Comité de Honor la aceptación de su nombre, que nos honra también a nosotros, desde S.M. el Rey D. Juan Carlos, el Cardenal Antonio-María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española y todos los demás que figuran en la lista de este Comité de Honor: el Obispado de Córdoba, la Santa Iglesia Catedral, el Ayuntamiento de Córdoba, la Diputación de Córdoba, la Universidad Eclesiástica de San Dámaso y la Universidad Civil de Córdoba, Los Museos Vaticanos, la Real Academia de la Historia de Madrid, la Real Academia de Córdoba, Fundación ENDESA y Cajasur-BBK. A todos muchas gracias

Osio de Córdoba. Rasgos de su biografía

Las noticias que hasta nosotros han llegado sobre la vida centenaria de Osio1, que transcurre aproximadamente entre los años 256 y 3572, son muy desiguales. Ciertamente dan cuenta de momentos relevantes, pero asimismo guardan silencio sobre largos años de su vida. Y pareciera como si los silencios y el clamor de su actuación fueran sucediéndose de modo alterno. Por otra parte, no parece que Osio tuviera demasiado interés en poner por escrito su pensamiento. De él, con propiedad, sólo se nos han conservado dos escritos: la carta que hacia el 343, firmada también por Protógenes de Sárdica, dirigió a Julio, obispo de Roma, y la carta que hacia el 355 remitió al emperador Constancio. Según Isidoro de Sevilla, Osio también habría escrito, con un lenguaje bello y diserto, una carta de alabanza de la virginidad, dedicada a su hermana. Pero este escrito no ha llegado hasta nosotros, como tampoco se nos ha conservado otro que, según la versión amplia del De viris illustribus isidoriano, compuso con excelente sentido e ingenio sobre la interpretación de las vestiduras sacerdotales veterotestamentarias.

Atanasio de Alejandría testimonia cómo tras un tenso encuentro con el emperador Constancio, Osio regresó «a su patria y a su Iglesia»3, texto que se suele considerar decisivo para inclinarse por Córdoba, o al menos Hispania, como su lugar de nacimiento4. Respecto a su familia apenas sabemos nada: la referencia a su hermana en la alabanza de la virginidad, antes mencionada5, y una vaguísima alusión a las intrigas y coacciones que sus parientes hubieron de sufrir para que Osio cediese a las pretensiones arrianas6.

También escasean las noticias sobre su formación. Algo más podríamos deducir si se pudiese tener por cierto que el obispo cordobés es el destinatario de la carta-prólogo7 que Calcidio escribió para su Comentario al Timeo de Platón: Osio sería entonces el promotor de una de las obras filosóficas más interesantes de la antigüedad cristiana. Por su parte, Isidoro de Sevilla, a pesar de no tener demasiadas simpatías por Osio, afirmaba que escribía bella y disertamente8, con inteligencia e ingenio, y que estaba ejercitado en la elocuencia9, lo que hace suponer una esmerada educación. Uno de sus más importantes biógrafos, supone que Osio perteneció a una familia acomodada y, muy posiblemente, cristiana10.

Con apoyo en alguna afirmación tardía que lo presenta como monje11, algunos han pretendido hacer de Osio el patriarca de la vida ascética en Hispania12. El dato es desestimado por la mayoría de los estudiosos, como también la noticia anacrónica de que fue consagrado obispo por el arzobispo de Roma13. Su llegada al episcopado se podría situar hacia el año 295, es decir, cuando estaba en torno a los cuarenta años de edad si hacemos caso al testimonio de Atanasio, según el cual Osio, en el 357, ejercía el episcopado desde hacía más de sesenta años14.

Ya como obispo, participa en el Concilio de Elvira, celebrado quizás en los últimos años del siglo III o en los primeros del siglo IV, antes de la persecución de Diocleciano del 303. En este Concilio, que no deja de suscitar discusiones en el ámbito de la teología, la historia, la filología o el derecho, la firma de Osio aparece tras la del obispo de Acci (Guadix), lo que no permite llegar a conclusiones sólidas porque desconocemos el orden de precedencia. La actual investigación no es favorable a las lucubraciones de otros tiempos que hacían de Osio el presidente del Concilio y el urdidor de un gran proyecto político-religioso que preparaba ya el advenimiento de los tiempos constantinianos15 aunque, como decía Santo Mazzarino, el Concilio de Elvira quizás fuese «el primer banco de pruebas de Osio»16.

Durante la persecución de Diocleciano, iniciada en el año 303 y en la que testimoniaron su fe hasta la muerte Acisclo, Victoria o Zoilo entre otros cordobeses, cantados ya por Aurelio Prudencio en los himnos que dedicó a los mártires17, Osio también sufrió a causa de la fe mientras Hispania estaba bajo la jurisdicción de Maximiano Hercúleo antes de que en el 305 se viera obligado a abdicar. Eusebio de Cesarea, que tampoco debió profesar especiales simpatías por el obispo cordobés, testimoniaba cómo Osio había resplandecido en la confesión de la fe18, y ese testimonio lo avalan asimismo Atanasio19, Sozomeno20, Teodoreto de Ciro21 o Focio22 entre otros. Más aún, la Vida griega de Osio recoge una plegaria que recurre a la intercesión de Osio y de los confesores que están con él23. Y el propio obispo cordobés, en su carta al emperador Constancio, recuerda su propia confesión:

«Yo fui también confesor de la fe al comienzo, cuando hubo una persecución en
tiempos de tu abuelo Maximiano. Si tú también me persigues, también ahora estoy dispuesto a soportar lo que sea, antes que derramar sangre inocente y traicionar la verdad, pero no tolero que me escribas así y me amenaces»24.

La sobriedad de las noticias impide determinar qué hubo de soportar durante la persecución; entre los estudiosos, unos suponen el encarcelamiento25, y otros prefieren hablar de exilio26.

Si conoció la persecución en sus propias carnes, también conoció muy de cerca el advenimiento de los nuevos tiempos constantinianos. Osio de Córdoba gozó de la confianza del emperador Constantino. Era uno de los hombres piadosos del entorno del emperador que lo valoraba por su vida prudente y por su fe27. El emperador lo estimaba, amaba y trataba con distinción, según Sócrates de Constantinopla28 y Gelasio de Cízico29, mientras que una Vida de Constantino conservada en el Códice Angelicus gr. 22 cuenta cómo «el hispano Osio, de la ciudad llamada Córdoba en Hispania, ocupaba el primer puesto, elegido entre muchísimos por la edad y por la fama de su no pequeña reputación en lo relativo a la virtud»30.

Atanasio, por su parte, le recordará a Constancio la predilección que su padre Constantino tenía por el obispo cordobés31. Ya a comienzos del año 313, año en que se firmó el llamado Edicto de Milán por el que, entre otras cosas, se confirió libertad para que cada uno pudiera elegir libremente la religión que quisiera profesar y se decretó la restitución de los bienes confiscados a las Iglesias, poco después del inicio del cisma donatista en el Norte de África, Constantino dirige una carta a Ceciliano, obispo de Cartago, en la que le comunica una donación dineraria que ha de repartir entre los servidores de la Iglesia católica conforme a la lista que le ha enviado Osio de Córdoba32. Esto implica que el obispo cordobés no sólo gozaba de la confianza del emperador sino que debía conocer bien el problema que el donatismo estaba ocasionando en el Norte de África y, aunque no tenemos noticias concretas, debió ser un activo antidonatista. De hecho, san Agustín testimonia cómo el obispo cordobés no gozaba de buena fama entre los donatistas por la ayuda prestada a Ceciliano33.

Es difícil determinar con precisión cómo pudo influir Osio de Córdoba en la legislación constantiniana. Hasta nosotros, sin embargo, ha llegado un precioso documento, un rescripto de Constantino a Osio34, fechado el 18 de abril del 321, por el que se legisla una nueva forma de manumitir a los esclavos: la manumissio in ecclesia. A partir de este momento, si un ciudadano romano quería manumitir a uno de sus esclavos, bastaba que lo hiciese en una iglesia y en presencia del obispo: el procedimiento tenía el mismo valor que si se hubiesen seguido los requisitos jurídicos tradicionales, pero sin las cargas fiscales que las acompañaban. Al clero se le hacía incluso una concesión más amplia.

Desde aproximadamente el año 320, la enseñanza de Arrio, un presbítero alejandrino, había comenzado a crear disensiones en el seno de la iglesia de Alejandría, pero rápidamente acabó por convertirse en un problema de la Iglesia en Oriente. El año 324, Osio es enviado por Constantino a Alejandría como portador de una carta35, mediante la que pretendía solucionar el conflicto surgido entre Arrio y Alejandro, el obispo de Alejandría36. El emperador había minusvalorado la disensión, al considerarla un asunto menor que no podía resistirse a su capacidad de gobierno. Pero el fin de la discordia no lo podía conseguir la carta imperial que consideraba el asunto de la divinidad de Cristo intrascendente y una especie de cuestión de escuela: para Constantino, la armonía se tenía que establecer en la afirmación de la providencia divina y de una ética común37. La misión de paz encomendada a Osio estaba condenada al fracaso, y se vio en la obligación de comunicar el emperador que el problema arriano no era tan intrascendente.

Iba a nacer así la idea de un gran concilio que, en principio, fue convocado en Ancira, aunque, después, la sede del mismo sería trasladada a Nicea. No obstante, antes de su celebración, Osio llegó a Antioquía, posiblemente a finales del año 324 o comienzos del 325: «Llegué a Antioquía y vi que la Iglesia vivía una situación muy turbulenta a causa de la cizaña (sembrada) por la enseñanza de algunos y por una revuelta»38, con gran desprecio por los cánones y la ley eclesiástica39. Ante esta situación, Osio vio la necesidad de convocar inmediatamente un concilio en Antioquía en el que participaron 56 obispos con el fin de solucionar la postración de la Iglesia antioquena. La asamblea conciliar reunida en Antioquía y presidida por Osio elaboró una fórmula de fe que salió al paso de las doctrinas arrianas, aunque sin recurrir aún a la posterior terminología característica del Concilio de Nicea. El anatematismo final de Nicea, sin embargo, en buena medida ya había sido pergeñado en el concilio antioqueno40. Un testimonio recogido por Eusebio de Cesarea manifiesta cómo Osio se había manifestado activo en la discusión teológica con Narciso de Neroniades, uno de los más aguerridos obispos proarrianos41.

Una noticia, aunque algo problemática, señala cómo, todavía en las fechas previas al Concilio de Nicea, Alejandro de Alejandría se encontró con Osio y otros obispos en Nicomedia donde habrían preparado el inminente Concilio de Nicea42.

Desde el 25 de mayo al 19 de junio del año 325, se celebró el Concilio de Nicea, al que acudieron alrededor de 270 obispos43, aunque con escasa representación de los occidentales que veían la cuestión arriana como un asunto alejado de sus más inmediatas preocupaciones. Si bien Constantino aparece presidiendo el Concilio, a Osio debió corresponder la presidencia eclesiástica, aunque no faltan quienes hablan de una presidencia compartida entre varios obispos. En casi todas las listas de los obispos asistentes al Concilio, Osio firma en primer lugar44 y le siguen los dos presbíteros que Silvestre, obispo de Roma, envió como legados. Se pueden considerar anacrónicas las tardías referencias según las cuales Osio habría actuado como representante del obispo de Roma45. El hecho de que las actas conciliares -algunos piensan incluso que no existieron46- no hayan llegado hasta nosotros, unido a la escasez de testimonios sobre el desarrollo de las discusiones conciliares, impide precisar las aportaciones e intervenciones de Osio en las mismas. Es cierto que algún testimonio llega a atribuirle la redacción del Credo aprobado en Nicea47 y que otros hablan de su decisiva actuación48 o de su brillante labor49 en la asamblea conciliar. Más aún, Gelasio de Cízico50 daba cuenta del debate que el obispo cordobés mantuvo con Fedón, un filósofo partidario de Arrio, pero la narración pone en boca de Osio doctrinas que delatan una reflexión teológica muy posterior, por lo que la referencia gelasiana es poco atendible. Aunque el Concilio de Nicea se ocupó de muchas otras cuestiones como manifiestan los veinte cánones aprobados, ha pasado a la historia como uno de los grandes concilios que crearon la lengua católica, según expresión de Y. Congar51, a propósito de la divinidad del Hijo.

Poco después de la celebración del Concilio de Nicea, Osio regresó a Córdoba, según unos por su sentido del deber hacia la Iglesia cordobesa, según otros por haber considerado concluida su tarea pacificadora, según otros por su discrepancia con el cambio de actitud del emperador hacia Arrio y los proarrianos, según otros por rechazo de la conducta del emperador que habría ordenado asesinar a su esposa Fausta y a su hijo Crispo52, sin que falte la consideración de alguno según la cual Osio habría caído en desgracia a los ojos del emperador al no haber conseguido una solución definitiva a la crisis arriana53. Lo cierto es que, después del Concilio de Nicea, las fuentes históricas llegadas hasta nosotros envuelven a la figura de Osio en un largo y absoluto silencio, precisamente
en unos años en que el episcopado se fractura en dos grandes bloques, el occidental y el oriental, que condujeron a una tan lamentable situación que Atanasio se refería a la Iglesia como túnica inconsútil de Cristo hecha jirones54. Se trata de un silencio de diecisiete años, desde el 325 hasta el 34255, año en el que Osio se encuentra con san Atanasio en Tréveris, en la corte de Constante.

Desde Tréveris, Atanasio y Osio viajan hasta Sárdica, la actual Sofía, donde los emperadores Constante y Constancio habían convocado a los dos bloques de obispos enfrentados para que se reuniesen en concilio. Los occidentales, liderados por Osio de Córdoba y Protógenes de Sárdica, se presentaron acompañados por un grupo de obispos que habían sido depuestos y exiliados por concilios orientales. Entre ellos se encontraban figuras tan dispares en lo doctrinal como Atanasio de Alejandría, Marcelo de Ancira o Asclepas de Gaza, a quienes los occidentales consideraban obispos legítimos después de su exoneración en el Concilio de Roma del 341, nunca aceptada en Oriente. Cuando llegaron los obispos orientales anunciaron que no estaban dispuestos a reunirse con los occidentales mientras no excluyesen a Atanasio, a Marcelo y a Asclepas, a los que aún consideraban depuestos y exiliados. Osio inútilmente intentó conseguir que ambos episcopados se reunieran56. El mismo obispo cordobés dará cuenta de sus negociaciones en la carta que dirigirá años más tarde al emperador Constancio:

«Yo mismo estuve en el Concilio de Sárdica cuando tú y tu bienaventurado hermano Constante nos reunisteis a todos nosotros. Yo mismo, personalmente, convoqué a los enemigos de Atanasio para que vinieran a la iglesia en la que yo estaba viviendo, para que, si tenían algo contra él, lo dijeran. Les pedí que confiaran y no esperasen otra cosa que no fuese un criterio recto para todo. No una sino dos veces, los exhorté para que, si no lo querían hacer en presencia de todo el concilio, lo hicieran sólo ante mí; y de nuevo les dije: ‘Si se demuestra su culpabilidad, será expulsado definitivamente de entre nosotros, pero en el caso de que sea hallado inocente y se demuestre que vosotros sois unos calumniadores, si vosotros continuáis rechazando al hombre, yo convenzo a Atanasio para que se venga conmigo a las Hispanias’. Atanasio fue persuadido para ello y no se opuso, pero lo rechazaron igualmente porque ellos no tenían confianza alguna»57.

Por su parte, el episcopado occidental no estaba dispuesto a ceder a las pretensiones de excluir a Atanasio, a Marcelo y a Asclepas para que tuviera lugar el encuentro58. Los dos episcopados no logran ni siquiera llegar a un acuerdo para reunirse, por lo que los orientales abandonan Sárdica mientras que los occidentales continúan la asamblea conciliar, cuyos cánones nos muestran las grandes preocupaciones de Osio: la unión de los obispos de oriente y occidente, los obispos que cambian de sede, la corruptela en la elección de obispos, la intrusión de obispos en diócesis ajenas, el derecho de apelación y la prevalencia de la Sede de Pedro, la prohibición de que los obispos acudan al emperador para asuntos que no sean la ayuda a los pobres, las viudas, los huérfanos y los oprimidos por la injusticia, el modo en que lo deben hacer, la ausencia de los obispos de sus sedes,… por referir solamente algunos de los problemas abordados.

Es manifiesta la preocupación de Osio por los abusos que se estaban produciendo en el seno de la Iglesia y por la situación del episcopado, hasta el punto de que algunos han llamado «constitutio de episcopis» a los cánones de Sárdica, la mayoría de los cuales fueron aprobados a propuesta del obispo cordobés. El concilio redactó también una nueva fórmula de fe que obligó a Osio y a Protógenes a escribir una carta al papa Julio59 explicando las razones, a pesar de que, finalmente, no parece que fuese aprobada oficialmente por el Concilio. Si atendemos a las noticias de Teodoro el Lector y del Synodicon Vetus, al concluir el Concilio, Osio regresó a Córdoba donde convocó un concilio en el que se ratificaron las decisiones del Concilio de Sárdica60.

Después, las fuentes históricas vuelven a reducir la figura de Osio al silencio, roto diez años después por una carta del papa Liberio al obispo de Córdoba61, de la que tan solo nos ha llegado un fragmento. En ella, Liberio, después del Concilio de Arlés del año 353, le cuenta cómo sus hombres de confianza, a excepción de tres que fueron condenados al destierro, lo traicionaron al ponerse de parte de los arrianos. Liberio se lamenta y se desahoga con Osio; quizás también buscase su apoyo como manifiestan otras cartas de Liberio a diversos obispos ante la presión del emperador Constancio, ya dueño absoluto de Oriente y Occidente, que deseaba que todo el episcopado occidental ratificase la condena de Atanasio como habían hecho los obispos presentes en el sínodo de Arlés. Poco tiempo después, fue el propio obispo cordobés quien comenzó a sufrir el acoso porque, según palabras que Atanasio pone en boca de los arrianos como dirigidas al emperador Constancio, «Osio preside concilios; sus cartas son obedecidas en todas partes. Expuso la fe en Nicea y proclamó en todas partes que los arrianos son herejes. Si él permanece, resulta inútil el destierro de los demás»62.

De hecho, el emperador lo mandó llamar hacia el 354, pero no consiguió que entrase en comunión con los arrianos ni que condenase a Atanasio63. Osio, no obstante, pudo regresar «a su patria y a su Iglesia»64, donde siguió recibiendo presiones, lo que provocará que el obispo de Córdoba dirija a Constancio una carta en la que, con osada valentía ante el emperador, se recurre, por vez primera después de la paz constantiniana, al texto evangélico de Mt 22, 21 («Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»), para exigir que el emperador no se inmiscuyese en los asuntos eclesiales:

«Te lo pido, cesa y recuerda que eres un hombre mortal… No te atribuyas autoridad para los asuntos eclesiales ni nos des órdenes sobre ellos… Te escribo esto, porque estoy inquieto por tu salvación»65.

Osio le recuerda además al emperador que, aunque ahora se halle rodeado por toda una corte de obispos, se encontrará solo el día que se presente ante el juicio de Dios66.

Y aquí viene el «punctum dolens», el punto neurálgico, que este Congreso contribuirá a clarificar67. Hacia el 356 Constancio exige que Osio se presente de nuevo, y lo exilia a Sirmio68 según el testimonio de numerosas fuentes69 y del mismo Atanasio70, aunque éste mismo afirma en su Historia de los arrianos que, en lugar de ser exiliado, fue retenido durante un año en Sirmio, cuyo obispo, Germinio, junto a Ursacio de Singidunum y Valente de Mursa, tres obispos arrianos que rodeaban a Constancio, pretendían someter al episcopado occidental. De esta manera, Osio no sólo era controlado sino alejado de su ámbito de influencia. Precisamente en Sirmio, hacia mediados del 35771, bajo la dirección de Valente, Ursacio y Germinio, se convoca un concilio restringidísimo72, al que según algunas fuentes Osio habría sido obligado a asistir73. Sería, sin embargo, muy extraño que, dadas las circunstancias y los objetivos del concilio (la de doblegar a Osio, uno de los últimos baluartes que se mantenía inexpugnable ante el acoso arriano), los líderes del mismo no hayan dejado constancia de la presencia del obispo cordobés al inicio de la fórmula que redactaron: «Como se pensaba que existía cierta discusión acerca de la fe, en Sirmio se trató y examinó todo con diligencia, estando presentes nuestros santísimos hermanos y compañeros en el episcopado Valente, Ursacio y Germinio»74. ¿Los cabecillas arrianos habrían desaprovechado la ocasión de señalar la presencia de Osio?75, ¿o es que realmente no asistió?. El reducido concilio aprobó una fórmula que, aunque evitaba las expresiones arrianas más radicales, subrayaba la separación entre el Padre y el Hijo y prohibía el uso de términos como homoousio
s (Oμοούσιος) y homoiousios (Oμοιούσιος). Estamos ante una fórmula semiarriana.

Inmediatamente después del Concilio comenzó a circular el rumor de que Osio, en Sirmio, aunque no había consentido en firmar la condena de Atanasio, había entrado en comunión con los arrianos, sin que las fuentes llegadas hasta nosotros sean unánimes en señalar cómo. Los testigos de la noticia son interesados y su testimonio por tanto viciado, las noticias son extraordinariamente confusas, y los juicios sobre lo ocurrido son muy dispares. Espero que este Congreso nos aporte más luz. Hay datos que van desde la benevolencia de Atanasio que minimiza lo ocurrido atendiendo a la edad, a las coacciones sufridas por los familiares de Osio y a la violencia ejercida sobre la persona misma del obispo cordobés, pasando por el rigorismo de un Hilario de Poitiers, que luego modera su parecer con el paso del tiempo. Y se llega más tarde incluso a las infamias fantasiosas de la literatura que hábilmente supieron difundir los cismáticos luciferianos con su presentación, distorsionadora hasta el extremo, del conflicto arriano.

Hoy, las investigaciones que estos días van a aparecer mostrarán que Osio pudo firmar la fórmula de Sirmio del 357 (la fórmula semiarriana). Hay quienes hoy afirman que Osio no firmó esa fórmula, en consonancia con el conjunto de su larga vida y su testimonio de fe. Pero en todo caso, si llegara a firmarla, habría que tener en cuenta las coacciones y violencias76 ejercidas sobre un hombre que contaba con más de 101 años, en el destierro y acosado por obispos arrianos aliados con el poder. Osio no fue mártir ciertamente, pero tampoco sería un hereje.

Finalmente, es difícil precisar si, tras el Concilio de Sirmio, Osio regresó a Córdoba. Filostorgio77 y la propaganda luciferiana78 hablan de su regreso, otras fuentes afirman que murió en el destierro79. Según Atanasio, «cuando Osio iba a morir, como si quisiera poner todo en orden, dio testimonio de la violencia, anatematizó la herejía arriana y recomendó que nadie la aceptase»80. Por su parte, Severo de Antioquía testimonia que Osio volvió a la comunión eclesial81. Las fantasías del Libellus precum82 sobre la cruel muerte de Osio como castigo divino por perseguir a Gregorio de Elvira después del Concilio de Sirmio son fruto de la imaginación de los panfletos luciferianos.

Este breve recorrido por los acontecimientos de la vida de Osio muestran la dimensión universal de este obispo de Córdoba que vivió en primera persona los problemas de la Iglesia en Hispania (Concilio de Elvira), la persecución en la que se manifestó como confesor de la fe, la compleja situación originada en el Norte de África como consecuencia del cisma donatista, la cercanía al emperador Constantino desde antes del llamado Edicto de Milán hasta el Concilio de Nicea, su actuación en Alejandría con motivo del conflicto arriano, la presidencia de los Concilios de Antioquía, Nicea y Sárdica que le hicieron vivir algunos de los decenios más turbulentos del acontecer eclesial, su celo por acabar con los abusos, su valentía en la defensa de la libertad de la Iglesia frente a las presiones del poder imperial, el interés por unir a los obispos de oriente y occidente.

No puedo dejar de lado el perfil trazado por san Atanasio de Alejandría sobre la figura de Osio: «A propósito de Osio, hombre grande, de hermosa vejez y verdadero confesor, resulta superfluo que yo hable… En efecto, no es un desconocido, sino un anciano mucho más ilustre que los demás, pues ¿de qué concilio no fue el guía? Y la rectitud de sus palabras ¿no persuadió a todos? ¿Qué Iglesia no conserva los más preciosos recuerdos de su liderazgo? ¿Quién se le acercó alguna vez triste y no se separó de él contento? ¿Quién, al verse en una necesidad, le pidió y se marchó sin alcanzar lo que deseaba?»83.

Por el contrario, la propaganda luciferiana, que Isidoro de Sevilla acoge amplia y acríticamente en su De viris illustribus, presenta a Osio como un impío prevaricador que se alejó de la fe por el amor a sus riquezas y el miedo al exilio, que llevado por la rabia de la impiedad condenó el «consustancial» de Nicea e inició una persecución de obispos ejemplares como Gregorio de Elvira. Este filón viciado y transmitido hizo que Osio nunca gozase de buena fama en Occidente. A esto se añaden los prólogos de dos manuscritos de la Colección canónica de Freising (del siglo VI), aunque los prólogos de esos dos manuscritos sean muy posteriores, pues presentan confusiones e inexactitudes tales como considerar todavía vivo a Osio en el Concilio de Rímini del 359 y situar durante el mismo su caída, aseguran que «en Córdoba, su ciudad, de la que fue obispo, su nombre no se menciona entre los obispos católicos»84.

Muy distinta fue la memoria de Osio que el Oriente conservó. Los mismos obispos orientales reunidos en Sárdica que, tan minuciosamente describen a veces las faltas y crímenes achacables a sus adversarios, tan solo reprochan a Osio sus vínculos con Atanasio, Marcelo y Asclepas y unas indeterminadas afrentas a un misterioso Marcos. Las demás fuentes orientales hablan de un gran hombre, padre de obispos, con gran capacidad de liderazgo y enorme prestigio, caracterizado por su piedad, su recta fe, su vida íntegra y su virtud. Es más, algunos manuscritos del siglo XI nos han conservado, en griego, una breve Vida de Osio, cuyas primeras líneas corren así: «Nuestro padre Osio, obispo de Córdoba de Hispania, que ya está entre los santos»85. Esta Vida de Osio, que incorpora fragmentos del testimonio de Teodoreto de Ciro sobre el obispo de Córdoba, es un breve escrito en el que se canta su santidad, su ascesis y virtud, su conocimiento de Dios, su celo por la doctrina ortodoxa, la capacidad para enseñarla, las gracias con las que Dios lo había adornado y su brillante actuación en los concilios en que participó. Los libros litúrgicos de la Iglesia bizantina, como el Sinaxario Constantinopolitano86 y el Menologio de Basilio87, recuerdan la santidad de Osio, de la que, desde hace siglos, la Iglesia ortodoxa hace, cada año, memoria litúrgica el 27 de agosto.

Hace tres años, recibí como obispo católico de Córdoba la invitación de un obispo ortodoxo con jurisdicción en España y Portugal, para que celebrara con él y la comunidad ortodoxa de Córdoba la fiesta de san Osio de Córdoba el 27 de agosto. No pude asistir. Pero, ¿llegará algún día la ocasión de que el obispo católico de Córdoba pueda invitar al obispo ortodoxo a celebrar en la Catedral de Córdoba la fiesta litúrgica de san Osio de Córdoba, el mismo 27 de agosto? He realizado gestiones en la Congregación para las Causas de los Santos en orden a este objetivo. La Congregación para las Causas de los Santos mira con atención los resultados de este Congreso que hoy inauguramos. Al juicio de la Santa Sede nos atendremos.

Muchas gracias.

1 No entramos en la cuestión sobre la grafía del nombre. Hosius, Osius, Ossius son las grafías utilizadas habitualmente para referirse al nombre poco frecuente de nuestro obispo cordobés. La Patrología griega de Migne optó en los textos de los autores griegos (Atanasio, Gelasio, Sócrates, Sozomeno, Teodoreto y Focio por la grafía Ὅσιος (Hosius), grafía que han mantenido también las más recientes ediciones críticas de estos autores, mientras que la patrología latina de Migne, en los textos de los autores latinos, prefirió la grafía Osius. Sin embargo C. H. Turner y V.C. de Clercq, apoyados en el testimonio de algunos manuscritos, se inclinan por Ossius, considerando que las otras formas son el fruto del juego de palabras que sus amigos orientales hicieron con la palabra ὅσιος (=santo): cf. C.H. Turner, «De nominis Ossius ortographia», en Ecclesiae Occidentalis Monumenta Iuris Antiquissima, I/2/3, Oxonii 1930, 532; V.C. de Clercq, Ossius of Cordova. A Contribution to the History of the Constantinian Period, Washington 1954, 47-48.

2 Para fijar la fecha de
nacimiento de Osio se suele recurrir al testimonio de san Atanasio que lo considera centenario en el momento en que el emperador lo retuvo durante un año en Sirmio en el año 356: cf. Atanasio de Alejandría, Historia de los arrianos 45, 4. Un poco antes (cf. 45, 1) lo llama anciano abrahámico lo que se suele relacionar con Gn 21, 5 donde se afirma que Abrahán tenía cien años cuando nació su hijo Isaac. Sulpicio Severo, apoyándose en unas cartas de Hilario, lo considera más que centenario: cf. Sulpicio Severo, Crónica II, 40, 2, aunque algunos sospechan que la noticia no procede de Sulpicio sino que es un añadido del copista: cf. J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba. Un siglo de la historia del cristianismo, Madrid 2013, 645 n. 7. Por su parte, el De viris illustribus de Isidoro de Sevilla, en su recensión amplia, afirma que tenía más de 101 años cuando se celebró el Concilio de Sirmio del 357: cf. Isidoro de Sevilla, De viris illustribus 7, PL 83, 1086.

3 Atanasio de Alejandría, Historia de los arrianos 43, 2.

4 Cf. V.C. de Clercq, Ossius of Cordova, 52-59. No obstante, algunos han querido identificar a Osio con el egipcio al que Zósimo en su Nueva Historia atribuye la conversión de Constantino. Para el texto y la inviabilidad de la propuesta, cf. J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 765-767. A este propósito pueden verse asimismo las páginas citadas de V.C. de Clercq.

5 Cf. Isidoro de Sevilla, De viris illustribus 1, ed. C. Codoñer Merino, Salamanca 1964, 133.

6 Cf. Atanasio de Alejandría, Apología de su huida 5.

7 Cf. Calcidio, Comentario al Timeo de Platón, ed. B. Bakhouche, vol. I, Paris 2011, 132-134.

8 Este testimonio se recoge tanto en la recensión breve como en la amplia del isidoriano De viris illustribus.

9 Las últimas afirmaciones se recogen tan solo en la recensión amplia: cf. Isidoro de Sevilla, De viris illustribus 6-7, PL 83, 1086-1087.

10 Cf. V.C. de Clercq, Ossius of Cordova, 59-65.

11 Así, el Menologio del emperador Basilio, cf. PG 117, 608-609.

12 Así, Justo Pérez de Urbel, referido y criticado por V.C. de Clercq, Ossius of Cordova, 77.

13 Cf. Menologio del emperador Basilio, PG 117, 608-609.

14 Cf. Atanasio de Alejandría, Historia de los arrianos 42, 1.

15 Una crítica de estas arriesgadas hipótesis puede verse en V.C. de Clercq, Ossius of Cordova, 113-114.

16 Cf. S. Mazzarino, Il Basso Impero. Antico, tardoantico ed èra costantiniana, vol. I, Bari 1974, 152.

17 Cf. Aurelio Prudencio, Peristephanon 4, 19-20.

18 Cf. Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino II, 63.

19 Cf. Atanasio, Carta encíclica a los obispos de Egipto y Libia 8, 4; Id., Apología de su huida 9, 4; Id., Historia de los arrianos 28, 2; 42, 1.

20 Cf. Sozomeno, Historia eclesiástica I, 10, 1; I, 16, 5.

21 Cf. Teodoreteo de Ciro, Historia eclesiástica II, 15, 5.

22 Cf. Focio, Carta a Miguel de Bulgaria.

23 Cf. Vida griega de Osio, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 830-831.

24 Atanasio de Alejandría, Historia de los arrianos 44, 1.

25 Es el caso de Baronio o de V. C. de Clercq.

26 Así, Nicolás Antonio, Enrique Flórez o Menéndez Pelayo

27 Cf. Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino II, 63. 73. Puede verse también Sozomeno, Historia eclesiástica I, 16, 5.

28 Cf. Sócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica I, 7, 1.

29 Cf. Gelasio de Cízico, Historia eclesiástica II, 5, 22.

30 Cf. J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 854-855.

31 Cf. Atanasio, Historia de los arrianos 45, 4.

32 Cf. Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica X, 6, 2.

33 Cf. Agustín de Hipona, Contra la Carta de Parmeniano I, 7-13.

34 Cf. Codex Theodosianus IV, 7, 1.

35 Cf. Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino II, 63; Sócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica I, 7, 1; Sozomeno, Historia eclesiástica I, 16, 5; Gelasio de Cízico, Historia eclesiástica II, 3, 22; Casiodoro, Historia tripartita I, 20, 2; Focio, Biblioteca 127; Nicéforo Calixto, Historia eclesiástica VIII, 12.

36 Los testimonios de Sozomeno, Casiodoro y Nicéforo Calixto, citados en la nota anterior, señalan que Osio llevaba además el encargo de solucionar la disensión existente en Oriente a propósito de la fecha de la Pascua.

37 Cf. Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino II, 63-73.

38 Carta del Concilio de Antioquía 3, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 124-125.

39 Cf. Carta del Concilio de Antioquía 4, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 126-127.

40 Carta del Concilio de Antioquía 8-13, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 128-131.

41 Cf. Eusebio de Cesarea, Contra Marcelo I, 4, 39.

42 Cf. Filostorgio, Historia eclesiástica I, 7; Vida de Constantino en en el Códice Angelicus gr. 22, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 654-655.

43 No encontramos unanimidad en las fuentes sobre el número de obispos participantes en el Concilio de Nicea: 270 según Eustacio de Antioquía, 300 según Atanasio y Constantino en una carta conservada por Sócrates de Constantinopla, más o menos trescientos según dice Atanasio en otra ocasión. Hilario de Poitiers comenzó a denominarlo como el Concilio de los 318 padres en alusión a Gn 14, 14 donde se narra cómo Abrahán derrotó a sus enemigos con 318 siervos.

44 Cf. Patrum nicaenorum nomina latine graece coptice syriace arabice armeniace, eds. H. Gelzer-H. Hilgenfeld-O. Cuntz mit einem Nachwort von C. Markschies, Stutgardiae-Lipsiae 1995.

45 Cf. Gelasio de Cízico, Historia eclesiástica II, 5, 3; II, 12, 1; Focio, Biblioteca 88.

46 Cf. R.P.C. Hanson, The Search for the Christian Doctrine of God, Edinburgh 1988, 157-158; H. Pietras, «Le ragioni della convocazione del Concilio Niceno da parte di Costantino il Grande. Un’investigazione storico-teologica», Gregorianum 82 (2001) 6.

47 Cf. Pseudo Atanasio, De Trinitate I, 60.

48 Cf. Sulpicio Severo, Crónica II, 40, 2.

49 Cf. Teodoreto de Ciro, Historia eclesiástica II, 15, 9.

50 Cf. Gelasio de Cízico, Historia eclesiástica II, 15, 1-10.

51 Cf. Y. Congar, «Les Pères, qu’est-ce à dire?», Seminarium 21 (1969) 159.

52 Cf. V.C. de Clercq, Ossius of Cordova 282-289.

53 Cf. H. Pietras, «Le ragioni della convocazione del Concilio Niceno da parte di Costantino il Grande. Un’investigazione storico-teologica», Gregorianum 82 (2001) 20.

54 Cf. Atanasio de Alejandría, Carta festal 10, 22.

55 No parece fiable la noticia de algunos manuscritos de la Colección Canónica de Dionisio el Exiguo, según la cual Osio había asistido hacia el 340 al Concilio de Gangra (la actual Çankiri de Turquía),Cf. V.C. de Clercq, Ossius of Cordova 283-284.

56 Cf. Carta del Concilio de Sárdica a la Iglesia católica, redacción griega 42, 7; redacción latina 2, 3, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 245 y 289.

57 Atanasio de Alejandría, Historia de los arrianos 44, 2-3.

58 Cf. Carta sinodal de los obispos orientales reunidos en Sárdica, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 505-543; Atanasio de Alejandría, Historia de los arrianos 15, 1-6; S
ócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica II, 20, 8; Teodoro el Lector, Historia eclesiástica 69; Casiodoro, Historia tripartita IV, 23, 5; Focio, Biblioteca 258.

59 Cf. J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 30-33.

60 Cf. Teodoro el Lector, Historia eclesiástica 72; Synodicon Vetus, en Carta de los obispos orientales reunidos en Sárdica, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 820-821.

61 Cf. Hilario de Poitiers, Fragmenta historica, series B, 7, 2, 6, CSEL 65, Vindobonae-Lipsiae 1916, 167.

62 Cf. Atanasio, Historia de los arrianos 42, 3.

63 Cf. Atanasio, Historia de los arrianos 43, 1-2.

64 Cf. Atanasio, Historia de los arrianos 43, 2.

65 Cf. Atanasio, Historia de los arrianos 44, 6.7.8.

66 Cf. Atanasio, Historia de los arrianos 44, 10.

67 Cf. V.C. de Clercq, Ossius of Cordova 445-458.

68 La actual Sremska Mitrovica en Serbia.

69 Cf. Sócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica II, 31, 2; Sozomeno, Historia eclesiástica IV, 6, 5; Casiodoro, Historia tripartita V, 9, 2; Vida griega de Osio, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 830-831; Synaxarium Constantinopolitanum, ed. H. Delehaye, en Acta sanctorum. Propylaeum novembris, 930-931; Menologio del emperador Basilio, PG 117, 843; Nicéforo Calixto, Historia eclesiástica IX, 32, PG 146, 341.

70 Cf. Atanasio de Alejandría, Apología a Constancio 27, 2; Id., Apología de su huida 5; Id., Apología contra los arrianos 89, 3.

71 Cf. M. Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, Roma 1975, 229 n. 40.

72 Cf. M. Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, Roma 1975, 229 n. 40.

73 Cf. Sócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica II, 29, 3; Sozomeno, Historia eclesiástica IV, 6, 4; Casiodoro, Historia tripartita V, 9, 3.

74 Cf. Hilario de Poitiers, De synodis 11, PL 10, 487.

75 Cf. M. Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, Roma 1975, 229 n. 40.

76 Para la violencia ejercida sobre Osio, cf. Atanasio, Historia de los arrianos 45; Id., Apología de su huida 5; Sócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica II, 31, 2-4; Sozomeno, Historia eclesiástica IV, 6, 13; Casiodoro, Historia tripartita V, 9, 1-4. Los homeousianos Basilio de Ancira y Jorge de Laodicea hablan de «una carta que arrancaron al venerable Osio»: cf. Epifanio de Salamina, Panarion 73, 14, 7.

77 Cf. Filostorgio, Historia eclesiástica IV, 3.

78 Cf. Marcelo y Faustino, Libellus precum 579-585; Pseudo-eusebio de Vercelli, Carta a Gregorio de Elvira 1, 1, CCL 9, Turnholti 1957, 10. Del Libellus precum procede la información de Isidoro de Sevilla.

79 Vida griega de Osio, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 830-831; Synaxarium Constantinopolitanum, ed. H. Delehaye, en Acta sanctorum. Propylaeum novembris, 930-93; Menologio del emperador Basilio, PG 117, 608-609.

80 Atanasio de Alejandría, Historia de los arrianos 45, 5.

81 Cf. Severo de Antioquía, Carta a Teotecno, J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 760-761.

82 Cf. Marcelino y Faustino, Libellus precum 32-38.

83 Atanasio de Alejandría, Apología de su huida 5.

84 Prólogo del manuscrito Vindobonensis 361, en J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 656-657. Puede verse también lo que afirma el prólogo del manuscritos Monacensis lat. 6243, en Ibid., 652-653.

85 Cf. J.J. Ayán-M. Crespo-J. Polo-P. González, Osio de Córdoba, 826-827

86 Synaxarium Constantinopolitanum, ed. H. Delehaye, en Acta sanctorum. Propylaeum novembris, 930-931.

87 Menologio del emperador Basilio, PG 117, 843.

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