Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.
Vivimos envueltos todo el año en este misterio, y en este domingo nos detenemos para contemplarlo y gozarlo. Dios no es un ser solitario, lejano, aburrido. No es el Dios inaccesible de los filósofos, al que se llega después de laboriosa investigación. Jesucristo nos habla de un Dios que es familia, un Dios que es comunidad de tres. Un solo Dios en tres personas. El Padre, origen sin origen, principio de todo bien, que engendra al Hijo, y ambos espiran al Espíritu Santo.
La segunda persona de Dios, Jesucristo, ha tomado nuestra carne del seno virginal de María, haciéndose hombre y uniendo para siempre a los hombres con Dios. Y roto en la cruz ese frasco de aroma finísimo, ha derramado sobre el mundo como un perfume el Espíritu Santo, nuestro abogado defensor. Esas tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo nos llaman continuamente a una relación de intimidad con ellas. Más aún, han puesto su morada en el alma que se mantiene limpia de pecado, llenándola ellos con su gracia. Viven en nosotros como en un templo. Son huéspedes que nos acompañan siempre y con los que podemos entablar relaciones personales. Eso es la oración, que llega a su máxima expresión en la contemplación.
La Santísima Trinidad es el motor de la creación, de la redención y de la santificación. La historia de la humanidad brota de sus manos, y los hombres somos llamados a colaborar en un mundo nuevo, impulsados por las Tres divinas personas. El misterio de la Santísima Trinidad no es algo inaccesible e impensable. Es la profundidad de Dios acercada hasta nosotros en Jesucristo e interiorizada por el Espíritu Santo. La misión principal que Cristo ha cumplido es ésta: «que te conozcan a ti [Padre], único Dios verdadero, y al que tú ha enviado Jesucristo» (Jn 17,3). En esto consiste la vida.
¿Para qué se nos ha revelado el misterio de la Santísima Trinidad? Para que lo disfrutemos, nos responde santo Tomás de Aquino. Somos interlocutores de Dios Trinidad, estamos llamados a ese trato profundo con Dios que se acerca hasta nosotros. No cabe la soledad en quien está tan bien acompañado. No cabe la impotencia en quien tiene a su favor la omnipotencia de Dios. Es posible la esperanza a quien se fía de Dios, para quien nada hay imposible. Dios es amigo de lo imposible, y está a nuestro favor. En ocasiones Dios nos sitúa ante lo imposible, para que confiemos en Él, y Él pueda lucirse en nuestras vidas, mostrándose como Dios.
Coincidiendo con esta fiesta, la Iglesia celebra la Jornada Pro Orantibus, es decir, nos llama a tener presentes a todos los contemplativos, que normalmente viven en los monasterios. Ellos y ellas viven fascinados por la belleza de Dios, viven como la mariposa en torno a la luz, atraídos irresistiblemente por la zarza ardiente, hasta ser transfigurados a imagen de Cristo. «Contempladlo y quedaréis radiantes» (Salmo 34,6). Nuestra diócesis de Córdoba tiene un buen número de monjes y monjas. Ellos y ellas son una riqueza inmensa para la Iglesia, y son una reserva inestimable para la Nueva Evangelización. En un mundo como el nuestro, agitado por la actividad y la continua comunicación, necesitamos todos el reposo de Dios, tiempo dedicado a la oración y a la contemplación. A eso nos ayudan los monasterios, oasis de paz y de luz, donde nos es más fácil el contacto con Dios, que nos restaura. Pidamos al Señor que no nos falten estos focos de contemplación en nuestro tiempo, que no nos falten vocaciones a la vida contemplativa en todas sus formas. Pidamos que los llamados perseveren en este servicio a la comunidad eclesial.
El misterio de Dios Trinidad no es una teoría bonita. Es una vida, más preciosa aún. Llamados a vivir esa intimidad con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, gocemos de Dios sin dejarnos distraer por la extroversión. Jesucristo nos ha introducido en el misterio de Dios, y ¡qué bien se está aquí! Construyamos entre todos un mundo desde esta profunda comunión con Dios, donde cada hombre sea amado y aprenda a amar al estilo de Dios Trinidad.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba