Oh, ¡qué admirable intercambio!

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

“Oh, ¡qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad”- (Ant. Navidad). 

La fiesta de Navidad es la fiesta del nacimiento en la carne del Hijo de Dios, que se hace hombre para salvarnos. Este sujeto que hace dos mil años nace en Belén ya existía como Dios en la eternidad, y se hace hombre para hacernos a nosotros partícipes de su divinidad. Y el que es eterno, sin dejar de serlo, nace en el tiempo, haciéndose ciudadano de nuestro mundo.  

Este cruce de caminos –de Dios al hombre y del hombre a Dios- se realiza en el seno de María virgen y madre. Ella es el santuario de la nueva alianza de Dios con los hombres, alianza nueva y eterna, indisoluble. Al darnos a su Hijo, Dios Padre nos lo ha dado todo, porque viene a salvarnos, haciéndonos partícipes de su divinidad. Ha tomado de lo nuestro para darnos de lo suyo. Se ha abajado hasta nosotros para elevarnos hasta Él. En el misterio de la Navidad comienza nuestra salvación, que se consumará en la muerte y resurrección del que nace para salvarnos. 

Y en María encontraremos a Jesús. Nunca fuera de ella. Por eso, nos acercamos a ella, que lleva en su seno al Hijo de Dios, y eso la hace ser madre de Dios. En la cruz, en la última hora, Jesús nos la dará como madre nuestra: “Ahí tienes a tu Madre… Y desde aquella hora, la recibió en su casa” (Jn 19,27). 

La Navidad es para vivirla con María y con José, sin ruidos, en el silencio de la noche. Ellos prepararon este momento y lo vivieron de manera ejemplar. Acudían a Belén para empadronarse, cumpliendo las leyes civiles que lo habían prescrito. Y el llenazo de gente les deja fuera de la posada: “No había para ellos sitio en la posada” (cf. Lc 2,17). María lo dio a luz y lo colocó en un pesebre, un lugar para los animales.  

Cuánta pobreza hay en Belén, cuánta pobreza rodea el nacimiento de Jesús. Qué  cosas tiene Dios. Porque lo que a nosotros nos parece imprevisto, Dios lo tiene previsto y diseñado. Y a su Hijo le prepara un lugar pobrísimo para nacer, ¡con lo que duele eso a unos padres!. Qué tendrá la pobreza y la humillación, cuando Dios la ha escogido como ámbito para el nacimiento de su Hijo. Este Hijo más adelante nos invitará a seguirle, viviendo como ha vivido él. Pobreza y humildad, pobreza y desprendimiento, pobreza y solidaridad.  

Entre el barullo de la gente, los de alrededor no se enteran de que a su lado ha tenido lugar el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Serán los ángeles los que anuncian la buena noticia a unos pastores: “Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres a los que Dios ama” (Lc 2,14). Y los que van enterándose, van recibiendo la alegría del acontecimiento. Nosotros nos acercamos a la Navidad de la mano de María y de José. No permitamos que el barullo ambiental nos distraiga del misterio. Navidad es una fiesta para contemplar, para fijarnos en la pobreza, en la humildad del Hijo que nace, en el despojamiento total. “Se despojó de su rango” (Flp 2,7). Llegó hasta el colmo de la humillación y vivió humillado toda su vida en la tierra, hasta la muerte de cruz. “Por eso, Dios lo ensalzó” en la resurrección, más allá de la muerte. 

Navidad es Jesucristo con todas las virtudes que le adornan. Navidad es María que lo trae al mundo en la virginidad de su cuerpo y de su alma. Navidad es la sagrada Familia, como nido donde brota la vida, como santuario del amor y de la vida. “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad”, la dignidad de hijo en el Hijo, la dignidad de hijo de Dios. Y alegrémonos con la alegría que viene de Dios. 

Feliz y santa Navidad para todos. 

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba 

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