No podéis servir a Dios y al dinero

Carta semanal del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández

Son incompatibles. “Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24). Y san Pablo nos recuerda: “La avaricia es una idolatría” (Col 3,5), es decir, es la sumisión a un dios falso, que nos aparta del Dios verdadero, al único que debemos adoración. “La codicia es la raíz de todos los males” (1Tm 6,10). La persona humana se siente débil y se agarra al dinero como si eso le diera seguridad y fortaleza. Y la avaricia es insaciable, piensa que cuanto más tenga, mejor, y nunca está satisfecha. Ahí tenemos los casos de grandes corrupciones, que casi todos los días aparecen en las noticias: desfalcos, apropiación del dinero público, que es de todos, negocios sucios donde se gana mucho dinero en poco tiempo, pelotazos de todo tipo. La corrupción se ha generalizado, se ha hecho universal. Y ahí están las pequeñas corrupciones de diario y de la gente de a pie: economía sumergida, que elude los impuestos y la contribución al bienestar social, facturas sin IVA, trabajo sin darse de alta, etc. Todo ello tiene de común el fraude para tener más dinero.

En el Evangelio de este domingo Jesús nos presenta un panorama precioso: la confianza en la Providencia divina. Mirad los pájaros del cielo y los lirios del campo. Si Dios los alimenta y los viste de belleza, “¿no hará más con vosotros, gente de poca fe?”. Ciertamente, Dios nos cuida cada día. Una de las experiencias más bonitas de la vida cristiana es constatar que Dios cuida de cada uno de nosotros como una madre cuida de su hijo pequeño, del que nunca se olvida. “¿Puede acaso una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49,15). A veces tenemos la impresión de que nos tenemos que ganar la vida por nuestra cuenta, sin contar con Dios. Otras veces, queriendo hacer la experiencia de un Dios que nos cuida, nos descuidamos nosotros. La Providencia de Dios nos cuida y nos encarga que cuidemos de los demás.

Cuando desconfiamos de la Providencia de Dios es como si un niño pequeño estuviera preocupado por llegar a fin de mes; sus padres le dirían, ¿no estamos aquí nosotros para cuidarte? Pues eso nos pasa muchas veces con Dios, nos fiamos más de nuestra previsión que de Dios, y por eso tantas cosas no salen. A Dios le gusta mostrarse como padre, y si uno confía en él, constata realmente maravillas en su vida. Pero hay que ponerle a Dios en situación extrema y hemos de ponernos nosotros en situación límite de confianza en él. Entonces, él actúa y se luce como Dios providente.

Leyendo la vida de los santos, suele chocarnos esa confianza sin límite en la Providencia de Dios, que Jesús vivía cotidianamente. Encontramos en Jesús y en los santos el polo opuesto de la codicia, de la avaricia. Ellos confían en Dios como Padre y saben que el Padre nunca falla. Ahora bien, la confianza en Dios suele llevarnos por caminos de austeridad y de pobreza, por caminos de despojamiento y de humillación. No se puede crecer en la confianza en Dios, teniendo las espaldas bien cubiertas. Cuando esto es así, nos perdemos esa confianza del hijo con su Padre del cielo, que viste a los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo.

“No andéis agobiados pensando qué vais a comer o qué vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”. Los paganos viven sin Dios, y por eso se afanan en estas cosas. Los que tienen Padre viven la cobertura de su Providencia, y eso no les hace perezosos, sino por el contrario diligentes en colaborar con Dios, que a todos ama. A medida que uno vive la dependencia de Dios, en la confianza de un hijo, la avaricia y la codicia van desapareciendo de su vida. A medida que vive sin Dios, como los paganos, se afana en tener más y más por los medios que sea, con tal de ganar y poniendo al servicio de ello todas sus energías. “El dinero es necesario, pero la codicia mata” nos recuerda el Papa Francisco.

Dichosos los que confían en la Providencia de Dios, porque eso les hará despojados, generosos, entregados, sin la codicia del avaro, que carcome todos los valores de la persona y acaba arruinando su vida para siempre.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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