María, esperanza

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández, con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada.

La Jornada mundial de la Vida Consagrada en la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo convoca a todo el pueblo de Dios a participar en la alegría contagiosa de esta fiesta litúrgica y a valorar la vida consagrada en el seno de nuestra Iglesia, de nuestras parroquias, de nuestra diócesis.

La escena de la Presentación es una escena llena de ternura. María acude al templo, acompañada de José, para presentar a su hijo a Dios, cumpliendo así la normativa santa. María lleva en sus manos al que es luz del mundo, Jesucristo nuestro salvador. María es la Candelaria. Y es recibida por el anciano Simeón, que se llena de júbilo por la alegría de tener en sus manos al Salvador del mundo. A esta alegría se une la anciana Ana. Ambos contagian a todos los presentes en el templo la alegría de tener a Jesús en sus brazos.

“Oh, luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste e inmortal”, es un himno de los más antiguos dirigidos a Jesucristo, que es “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. La luz produce gozo, alegría. La noche y las tinieblas son signo de muerte y de tristeza. La fiesta de la Candelaria empalma con la fiesta de la Navidad y anticipa la fiesta de la Resurrección en la Pascua. En todas ellas la luz es Cristo, que ha disipado las tinieblas del error y de la muerte, y nos ha abierto de par en par las puertas del cielo.

En esa luz encendemos nuestras lámparas, nuestras candelas, que iluminan nuestra vida y nos dan calor. El lucernario de esta fiesta es una celebración festiva y gozosa de Cristo luz del mundo, luz de nuestras vidas. Y María es la persona más cercana, a quienes los Padres de la Iglesia llaman “Luna”, porque en la noche de la vida nos alumbra no con luz propia, sino con aquella luz que en ella se refleja por parte de Cristo, verdadero sol. La travesía de la noche es posible realizarla gracias a esa luz que viene indirectamente del sol y se refleja en la luna. A María también los autores sagrados llaman “Aurora”, que precede a la llegada del sol. Por eso, María es esperanza nuestra, porque estando ella no caminaremos nunca a oscuras del todo. Con ella siempre habrá alguna luz.

En este día y en esta fiesta celebramos la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. La vida consagrada, como María, prolonga la luz de Cristo en medio del mundo. Damos gracias a Dios por el testimonio y la vida de todos los consagrados, más mujeres que hombres. En nuestra diócesis de Córdoba hay 119 religiosos varones y 668 mujeres. Casi ochocientas personas que han entregado su vida al Señor para el servicio de su Iglesia. Es una ocasión para darles las gracias por su entrega y darle las gracias a Dios porque los mantiene en su santo servicio.

“La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente”, reza el lema de este año. Donde hay personas necesitadas, solas, que sufren por cualquier causa, allí están los religiosos/as. Son la avanzadilla de la acción apostólica de la Iglesia. En el campo de la atención a los ancianos, a las personas solas, de los enfermos y de los que sufren, de las mujeres maltratadas, de los niños por nacer, de los discapacitados. En el campo de la enseñanza y en todas las gamas de la educación. En el campo de la acción misionera y apostólica de la Iglesia, en la acción parroquial con sus múltiples campos de acción. En la vida contemplativa masculina y femenina, abundante en nuestra diócesis. Qué sería de nuestra diócesis sin la presencia, el testimonio y la acción evangelizadoras de los consagrados. Hoy es un día para darles las gracias.
Vivamos el gozo de la Presentación de Jesús en el templo en brazos de su madre María, acompañados de san José. Dejémonos contagiar de la alegría de esta fiesta. Y reconozcamos y valoremos a los religosos/as, que viven en nuestra diócesis de Córdoba y tienen una dedicación plena al pueblo santo de Dios en multitud de frentes. Jóvenes, vale la pena consagrar la vida al Señor para el servicio de los demás, ánimo.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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