Los Obispos españoles, en Montilla

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

La celebración del pasado 23 de noviembre en Montilla ha sido un acontecimiento singular e histórico. Como un eco de la gran celebración del 7 de octubre en Roma, cuando el Papa Benedicto XVI proclamó doctor de la Iglesia universal a San Juan de Ávila. Casi 80 obispos españoles y 40 presbíteros componían la larga procesión que partió a las 11:30 de la ermita de la Virgen de la Rosa hacia la Basílica Pontificia de San Juan de Ávila, a lo largo de la Corredera montillana repleta de niños que acogían a sus obispos con banderas vaticanas. Atravesamos el umbral de la Basílica con el deseo de encontrarnos con el nuevo doctor de la Iglesia, para que nos comunique hoy su mensaje de renovación.

Teníamos que venir a Montilla. La declaración de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia universal era algo muy deseado por todos los Obispos españoles, cuya Conferencia Episcopal se había constituido en actora de la Causa. Esa declaración del Santo Padre, con la suprema autoridad de la Iglesia, ha satisfecho una larga aspiración de la Iglesia en España y ha universalizado su figura hasta cotas insospechadas. Y queríamos todos ir a Montilla a felicitar al Santo Maestro, a invocar de cerca su intercesión, a lucrar las gracias del año jubilar. Montilla se ha convertido de esta manera en el polo de atracción de quienes desean honrar al Maestro Ávila y como el epicentro de una benéfica onda expansiva para la Iglesia entera, en España y en el mundo.

San Juan de Ávila nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) el 6 de enero de 1500 y murió en Montilla (Córdoba) el 10 de mayo de 1569. Casi 70 años de vida en la tierra, la mayor parte de ella como cura diocesano de Córdoba (clericus cordubensis). Fascinado por Cristo, se dejó transformar por su amor. Vivió apasionadamente el misterio de la Iglesia, en profunda obediencia a los pastores. Fue un misionero infatigable para anunciar a todos que Dios es amor, a través de la catequesis a niños, jóvenes y adultos, dirigiéndose a los nobles y a los rudos de su tiempo, redactando escritos de reforma al concilio de Trento y a los sínodos de Toledo, Córdoba y Granada. Un hombre despojado de todo y ligero de equipaje, tenía el mundo bajo los pies y no le importaba más honra que la de Cristo su Señor. Su predicación era fuego que encendía los corazones y convertía a los oyentes. Creó colegios y fundó la universidad de Baeza. Trató con los santos más notables de su tiempo, que acudían a él pidiendo consejo. Insistió en que la verdadera reforma de la Iglesia va precedida de la reforma del clero y el fervor de los Seminarios.

Peregrinar a Montilla es peregrinar a su sepulcro, es ir a encontrarse con él como buen intercesor nuestro ante Dios. San Juan de Ávila es un faro que ilumina al hombre de nuestro tiempo para que se encuentre con el Dios misericordioso, que Cristo nos ha revelado. Montilla debe convertirse cada vez más en un lugar de peregrinaciones para todos, donde uno recupera la fe perdida o se enciende en el amor que transforma la propia vida haciéndola luminosa para los demás.

La peregrinación de los Obispos españoles a Montilla ha consagrado este lugar como lugar de encuentro con Dios, con uno mismo, con los demás. Esa larga procesión penitencial con el canto de las letanías de los santos nos habla de un largo camino de penitencia para desandar los pasos mal dados, ayudados por nuestros hermanos los santos, ayudados por Santa María, refugio de pecadores y madre de la Iglesia. La comunión eclesial de todos los obispos de España, vivida y expresada en Montilla, es un signo de referencia para toda la Iglesia, que camina unida a sus pastores, en un deseo de verdadera reforma, que se cumple siempre por la comunión renovada con nuestros pastores, en la única Iglesia fundada por Jesucristo, bajo el cayado del sucesor de Pedro.

A Montilla llegan cada semana cientos, miles de peregrinos: familias, parroquias, colegios, seminarios, sacerdotes, obispos. Es todo un movimiento de fe en este Año de la fe. Son innumerables los que alcanzan el perdón de Dios por el sacramento de la penitencia, constantemente ofrecido, y con él la indulgencia plenaria, la gran perdonanza. Que seamos capaces de acoger tanta gracia, que sepamos acoger a los peregrinos que se acercan y podamos ofrecerles el servicio de nuestra caridad fraterna, que el contacto con San Juan de Ávila nos convierta en constructores de una sociedad nueva, que busca lo auténtico, lo que perdura, lo eterno.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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