Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández
Vivimos en un mundo lleno de prisas, que produce fatiga y agotamiento. Las circunstancias del trabajo, la conciliación de la vida familiar y laboral, la acumulación de las distintas tareas hacen que se multiplique el estrés en tantas personas. Hoy Jesús en el Evangelio nos llama a la necesidad del descanso y a tomarnos la vida de otra manera. Jesús nos invita a la contemplación.
Ya Abraham recibió la visita de aquellos tres personajes, que representaban al único Dios, y quedó embelesado (Gn 18,1-10). Ofreció su hospitalidad, acogiendo a Dios en su casa, y Dios bendijo aquella casa con un hijo, donde habían esperado descendencia tanto tiempo y no había llegado nunca. Esa escena ha dado lugar al icono de Rublev (1427), fruto de una larga e intensa contemplación por parte de su autor, que intenta introducirnos en la relación interna de las Personas divinas. La contemplación de este icono como que detiene el reloj del tiempo y nos introduce en la eternidad de Dios, que ha entrado en nuestra historia, que ha venido a nuestra casa. Más aún, que ha convertido nuestra alma en templo de su gloria.
La contemplación humana del misterio de Dios, que el icono de Rublev refleja, consiste en dejarse introducir en el diálogo de amor que circula entre las Personas divinas. Al hacerse hombre el Hijo, tomando nuestra naturaleza humana, ha incorporado a ese diálogo de amor su corazón humano y nos ha incorporado a todos los humanos, a quienes él quiere revelar este alto misterio. El corazón humano existe para la contemplación de Dios, para entrar en la intimidad de las tres Personas divinas y dejarse envolver por ese diálogo de amor al que nos incorporan. Ahí encontrará el corazón humano el descanso al que aspira a lo largo de su peregrinación por la tierra: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (S. Agustín, Confesiones 1).
Algo parecido sucede en el Evangelio de este domingo. Fue Jesús a casa de sus amigos de Betania, Lázaro, Marta y María, a los que visitaba en bastantes ocasiones. Y en una de ellas, aparece María embelesada a la escucha del Maestro, en actitud puramente contemplativa. Hasta el punto que su hermana Marta se queja de que ella está demasiado ocupada, mientras su hermana está embelesada en la contemplación de Jesús. La enseñanza de Jesús es clara. No desprecia el trabajo que Marta está realizando, y lo está realizando para atender al Maestro. Marta le sirve de esta manera. Pero Jesús se detiene para alabar la actitud contemplativa de María y llamar la atención de Marta: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán” (Lc 10,42).
La contemplación verdadera no es pérdida de tiempo, sino satisfacción de una necesidad radical del corazón humano. Hemos nacido para descansar en Dios y muchas veces padecemos el espejismo de la actividad, que se convierte en activismo. La contemplación verdadera nos pone desnudos y descalzos delante de Dios para vernos tal como somos, sin engaños ni apariencias. Y en ese acto de profunda adoración, Dios nos descubre su rostro, su identidad, su intimidad, que contiene en sí todo deleite. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (Salmo 34,6). Y nos descubre nuestra identidad y nuestra misión.
Los días de verano son ocasión propicia para crecer en la contemplación. El cristiano no necesita de las técnicas orientales para relajarse ni aspira a una contemplación fruto del vacío de la mente. La contemplación cristiana es relación de amor con las Personas divinas, que nos va personalizando. Nunca es algo abstracto e impersonal. Y de esa contemplación brota el fruto de las buenas obras, el trabajo ofrecido a Dios en favor de los hermanos. Sólo una cosa es necesaria, no nos dejemos atrapar por el estrés ni por el activismo. Dediquemos tiempo a la contemplación, que Dios quiere concederla a todos los que se disponen para la misma.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba.