La viña del Señor

Estamos de vendimia, de recogida del fruto de la vid en nuestros campos. De las buenas
uvas, vendrá el buen vino, y en nuestros campos los hay de primera calidad. La Palabra
de Dios en este domingo también propone una enseñanza a partir de esta realidad
agrícola cotidiana.
La primera lectura alude a la viña como el campo fértil de los amores del dueño. Ha
puesto en ella todo su interés y cariño: la entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas
cepas, construyó en medio una torre y cavó un lagar. “Esperaba que diese uvas, pero dio
agrazones”. Es como un lamento de Dios ante los frutos de nuestra vida, un lamento que
nos llama a la conversión.
Dios ha llenado de dones nuestra vida, nos ha traído a la existencia, nos ha colmado de
su ternura, nos ha cuidado mucho mejor aún que cuida el dueño de su propia viña. Y en
lugar de dar buenos frutos, muchas veces damos uvas amargas de esas que se escupen
nada más entrar en la boca. Si la viña no da los frutos que se esperan de ella, la viña es
dejada por su dueño. Y vienen los que la maltratan, la pisotean. La viña se convierte en
un erial, donde crecen las zarzas y los cardos.
Es lo que pasa en nuestra alma cuando no correspondemos a los dones de Dios, a sus
gracias continuas. El alma se convierte en un erial, que en lugar de frutos sólo produce
espinos y abrojos. ¿Tenemos algún remedio contra esta situación de desolación? – Sí, en
el salmo recurrimos a la misericordia de Dios, conscientes de nuestra ruina, que sólo
Dios puede remediar. “Señor, Dios del universo, restáuranos, que brille tu rostro y nos
salve”. No se trata de ir mendigando otros remedios sucedáneos, nuestro remedio está
en volver a Dios y pedirle que se apiade de nuevo de nosotros.
El evangelio de este XXVII domingo del tiempo ordinario toma también como
escenario una viña, en este caso para hablar del dueño y de su heredero, y para
escenificar el drama de la redención. El dueño había mimado a su viña, la rodeó de una
cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre y la dejó arrendada a unos labradores.
Cuando vino a recoger los frutos por medio de unos criados, los que labraban la viña se
los quitaron de encima pegando a unos, apedreando a otros, matando a los demás. Hasta
que el dueño envió a su hijo. Pero los labradores, al ver al hijo, intensificaron el rechazo
al heredero para apropiarse de la viña.
Es lo que sucedido históricamente. Dios ha creado el mundo entero y lo ha puesto a
nuestros pies, esperando que demos frutos provechosos. Ese es el cuidado de la
creación, de la casa común en la que Dios nos ha situado. Sin embargo, muchas veces el
hombre se apropia de lo que nos es suyo, lo extorsiona, lo estropea, lo usa egoístamente
y lo destruye. De fondo está el pecado que tiene a toda la creación sometida a
esclavitud. El pecado es hechura humana, no de Dios. El pecado nos lleva a la ruina,
sólo Dios puede salvarnos.
Y cuando Dios ha enviado al mundo a su Hijo único, Jesucristo, éste ha sido expulsado
de la historia mediante la muerte cruenta en la Cruz. El rechazo del hombre hacia Dios
ha ido creciendo hasta consumar la mayor injusticia de la historia, matar al heredero
para quedarnos furtivamente con la herencia. La reacción de Dios ante este atropello no

ha sido la de rechazarnos para siempre, sino, por el contrario, la de darnos a su Hijo
como redentor del mundo y de todos los hombres.
En Cristo tenemos la redención. El Hijo rechazado por nuestros pecados se convierte en
un don para toda la humanidad. La sangre del asesinato se ha convertido en sangre que
nos limpia nuestros pecados, en la sangre precio de nuestro rescate. En el misterio de la
redención aparece el amor loco de Dios por el hombre.
Tiempo de vendimia, tiempo de salvación. Dios sigue esperando de nosotros frutos de
buenas obras, de conversión, de santidad. Siempre estamos a tiempo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.

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