La Resurrección de Jesús y la nuestra

Carta del Obispo de Córdoba, D. Juan José Asenjo Pelegrina. Queridos hermanos y hermanas:

Termina la Semana Santa con la solemnidad de la Resurrección del Señor. La Iglesia, que ha estado velando en anhelante espera junto al sepulcro de Cristo, canta y proclama jubilosa en la Vigilia Pascual las maravillas que Dios ha obrado a favor de su pueblo desde la creación del mundo y a lo largo de toda la historia de la salvación. Canta, sobre todo, el gran prodigio de la resurrección de Jesucristo, del que las otras maravillas sólo eran figura y anticipo.
Jesucristo, la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo y que pareció oscurecerse con su muerte en la cruz, alumbra hoy con nuevo fulgor, disipando las tinieblas del mundo y venciendo a la muerte y al pecado. Jesucristo resucitado brilla hoy en medio de su Iglesia e ilumina los caminos del mundo y nuestros propios caminos.
La resurrección del Señor es el corazón del cristianismo. Nos lo dice abiertamente San Pablo: "si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe… somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15,14-20). La resurrección del Señor es el pilar que sostiene y da sentido a toda la vida de Jesús y a nuestra vida. Ella es el hecho que acredita la encarnación del Hijo de Dios, su muerte redentora, su doctrina y los signos y milagros que la acompañan. La resurrección del Señor es también es el más firme punto de apoyo de la vida y del compromiso de los cristianos, lo que justifica la existencia de la Iglesia, la oración, el culto, la piedad popular, nuestras tradiciones y nuestro esfuerzo por respetar la ley santa de Dios.

Decir que un hombre resucitó de entre los muertos puede parecer un sarcasmo. Y, sin embargo, esta es la afirmación central de nuestra fe y el núcleo fundamental de la predicación de los Apóstoles. Ellos descubrieron la divinidad de Jesús y creyeron en Él cuando le vieron resucitado. Hasta entonces se debatían entre brumas e inseguridades.

Ser cristiano consiste precisamente en creer que Jesús murió por nuestros pecados, que Dios lo resucitó para nuestra salvación y que, gracias a ello, también nosotros resucitaremos. Por ello, el Domingo de Pascua es la fiesta primordial de los cristianos, la fiesta de la salvación y el día por antonomasia de la felicidad y la alegría. La resurrección de Jesús es el triunfo de la vida, la luz universal y definitiva, la gran noticia para toda la humanidad, porque todos estamos llamados a la vida espléndida de la resurrección.

La fe en la resurrección no ocupa hoy el centro de la vida de  muchos cristianos. Precisamente por ello, el nuevo milenio que estamos comenzando es tan pobre en esperanza. Abundan entre nosotros los desilusionados y desesperanzados. Lo revelan cada día no pocas noticias dramáticas. La resurrección del Señor, sin embargo, alimenta nuestra esperanza. Gracias a su misterio pascual, el Señor nos ha abierto las puertas del cielo y prepara nuestra glorificación. Los cristianos esperamos "unos cielos nuevos y una tierra nueva", en los que el Señor “enjugará las lágrimas de todos los ojos, donde no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos, ni fatiga, porque el mundo viejo habrá pasado” (Apoc 21,4).

Esta esperanza debe iluminar todas las dimensiones y acontecimientos de nuestra vida. Para orientarla con autenticidad, tenemos que comenzar por creernos esta verdad fundamental: un día resucitaremos, lo que quiere decir que ya desde ahora debemos vivir la vida propia de los resucitados, es decir, una vida alejada del pecado, del egoísmo, de la impureza y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, fraterna, cimentada en la verdad, la justicia, la misericordia, el perdón, la generosidad y el amor a nuestros hermanos; una vida, por fin, sinceramente piadosa, alimentada en la oración y en la recepción de los sacramentos.

La resurrección del Señor debe reanimar nuestra esperanza debilitada y nuestra confianza vacilante. Esta verdad original del cristianismo debe ser para todos los cristianos manantial de alegría y de gozo, porque el Señor vive y nos da la vida. Gracias a su resurrección, sigue siendo el Enmanuel, el Dios con nosotros, que tutela y acompaña a su Iglesia "todos los día hasta la consumación del mundo". Desde esta certeza, felicito a todas las comunidades cristianas de la Diócesis. Que el anuncio de la resurrección de Jesucristo os conforte y anime a vivir con hondura y dinamismo vuestra vocación cristiana. Así se lo pido a la Santísima Virgen, tan venerada en nuestra Diócesis en tantos títulos hermosísimos y que hoy más que nunca es la Virgen de la Alegría. Que ella nos haga experimentar a lo largo de la cincuentena pascual y a lo largo de toda nuestra vida la alegría y la esperanza por el destino feliz que nos aguarda gracias a la muerte y resurrección de su Hijo.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz domingo. Feliz Pascua de Resurrección.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Obispo de Córdoba

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