La alegría del amor en la familia

Carta semanal del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández.

La alegría del amor en la familia

El Papa Francisco nos ha regalado en este año 2016 una exhortación apostólica titulada Amoris laetitia (la alegría del amor), fruto de los dos Sínodos celebrados previamente. Un precioso documento que se inserta en la rica tradición eclesial para proponer al mundo entero la alegría del amor humano, que se vive en el seno de la familia, cuyo fundamento son los esposos abiertos a nuevas vidas que brotan del abrazo amoroso de ambos.

En la línea de las enseñanzas del Vaticano II, el beato Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae (1968), dando una visión positiva del amor humano y de su recta administración en el matrimonio, con la generosa apertura a la vida, en el contexto de una paternidad responsable. Después, san Juan Pablo II dio un fuerte impulso a la doctrina, la moral y la espiritualidad matrimonial. Fue canonizado por el Papa Francisco (2014) como el “Papa de la familia”. A él se deben las Catequesis sobre el amor humano y la Exhortación postsinodal Familiaris consortio (1981). El amor humano es algo bueno, inventado por Dios, y tiene su expresión carnal en la sexualidad del varón y la mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios y fecundos. El Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas (2005) nos ofrece un análisis agudo y delicado sobre el amor de eros y de ágape. Ahora el papa Francisco nos propone la alegría del amor con esa tónica positiva de ofrecer a todos el proyecto de Dios y acompañar a tantos hombres y mujeres que a veces cojean en algún aspecto de esta experiencia vital.

Llegados a la fiesta anual de la Sagrada Familia (Jesús, María y José), damos gracias a Dios por nuestra propia familia, en la que hemos nacido o la que se ha constituido por nuevo matrimonio, y le pedimos a Dios que nos ayude a superar los retos del presente y a sanar las heridas en este campo medular de la persona, el amor humano. El panorama en el que vivimos insertos no es fácil. El deseo de compartir todo durante toda la vida se ve truncado cuando llega la infidelidad de alguno de los esposos. El amor de Dios y su perdón son capaces de restaurar esas heridas, recuperando el respeto mutuo de quienes se habían prometido fidelidad para siempre.

La apertura generosa a la vida no pasa por sus mejores momentos. Vivimos inmersos en un ambiente antinatalista, donde la anticoncepción se ha generalizado y donde ha crecido el número de abortos. Vivimos un invierno demográfico demasiado largo, que nos hará pagar a caro precio ese miedo a transmitir la vida. Si no hay hijos, no hay reemplazo generacional, pero ante todo, si no hay hijos es porque generalmente se taponan las fuentes de la vida. Y un amor taponado se corrompe, se enfría, se pierde. Por otra parte, la ciencia tecnológica permite conseguir un hijo en la pipeta del laboratorio, dejando como “material sobrante” los embriones que no se utilizan. Un hijo tiene derecho a nacer del abrazo amoroso de sus padres.

Por eso, el Papa Francisco pone todo el acento en la preparación para el matrimonio de tantos jóvenes que sueñan con ese futuro feliz para sus vidas. Para poder amar durante toda la vida es necesario prepararse, es fundamental aprender a amar, superando todo egoísmo. Los novios tienen la bonita tarea de dejarse iluminar por la Palabra de Dios y por la enseñanza de la Iglesia, que les propone un camino precioso para ser felices toda la vida. Pero eso requiere el encuentro con Jesucristo y la vivencia de la fe en su Iglesia. Quizá muchos hoy se acercan al matrimonio sin saber lo que Dios les ofrece ni lo que ellos desean. Cuando esto es así, el fracaso está garantizado. Quizá éste sea hoy el reto más grave al que nos enfrentamos. La fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret nos invita a reforzar las verdaderas motivaciones del matrimonio. Si es un invento de Dios, tiene que ser bueno, tiene que ser posible, tiene que ser fácil. Las cosas de Dios están a nuestro alcance si confiamos en él, si invocamos cada día humildemente su gracia, si reconocemos nuestra debilidad y acudimos a quien puede fortalecernos.

Os convoco a todos para celebrar juntos la fiesta de las familias el próximo 8 de enero en la Catedral de Córdoba, a las 12. Los que cumplís 25 y 50 años de matrimonio, con vuestros hijos y nietos, venid. Un coro de niños canta a Jesús en esta ocasión de familia. La fiesta de la Sagrada Familia nos estimule a salir al encuentro de tantas personas que sufren en este punto del amor conyugal, para acogerlas, acompañarlas, integrarlas. Dios quiere nuestra felicidad y el amor humano no debe convertirse nunca en una tortura.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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