Jesús, en ti confío

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

El año litúrgico tiene una fiesta del corazón, la fiesta del Corazón de Jesús. El viernes de la semana siguiente del Corpus celebramos esta gran fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Toda una fiesta llena de encanto, llena de amor. Este año, el 15 de junio.

El Corazón de Jesús nos ama locamente, hasta la locura de la Cruz. Cuando San Pablo descubrió este amor: «Me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20), Él mismo se volvió loco de amor, hasta exclamar: «Nadie podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús» (Rm 8,35s). Y así les ha sucedido a millones de personas en la historia, entre los cuales destacan algunos santos. San Ignacio de Antioquía (c. 100), cuando era llevado ante las fieras que le iban a descuartizar en Roma, escribía: «Yo quiero ser trigo molido por las fieras para convertirme en hostia de amor…, porque mi amor está crucificado». Nuestro San Juan de Ávila (1500-1569) nos habla enamorado del amor de Cristo en su tratado del amor de Dios, y todo su mensaje consiste en hacernos experimentar ese amor sin medida. Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690) recibió aquellas revelaciones del Corazón de Cristo, pidiéndole que se uniera a la reparación hacia ese Corazón que tanto ama a los hombres y recibe de ellos tantos desprecios. Santa Faustina Kowalska (1905-1938) entra en esa órbita del amor de Cristo y recibe los mensajes de la Divina Misericordia para nuestro tiempo.

El amor de Cristo ha cautivado a tantos cristianos, que nos han dejado el testimonio de ese amor, el que celebramos en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. También nosotros estamos llamados a embriagarnos de ese amor, un amor que transformará nuestra vida haciéndola una ofrenda de amor con Cristo en la Eucaristía.

El Hijo eterno, persona divina, tiene corazón divino, el corazón de Dios, único para las tres personas divinas. Y además, este Hijo, al hacerse hombre, ha tomado en el seno de María Virgen un corazón humano, que siente y palpita como el nuestro, que se emociona, que se alegra con nuestra respuesta de amor, y que sufre y llora con nuestros desamores. En este corazón humano de Cristo, Dios nos ha mostrado su amor en lenguaje inteligible para nosotros. El corazón humano de Cristo es un reflejo precioso del corazón divino, es un canal de ese amor de Dios que nos llega humanado en Cristo Jesús.

Celebrar la fiesta del Corazón de Cristo es caer en la cuenta de que ocupamos un lugar en el corazón de Dios. La fiesta del Corazón de Jesús nos recuerda que hemos sido redimidos a precio de la sangre de Cristo, y Él cuenta con cada uno de nosotros como colaboradores en el misterio de la redención. La confesión y la comunión en los primeros viernes, la adoración eucarística reparadora, la ofrenda de la propia vida con Cristo en la Eucaristía, la caridad fraterna traducida en detalles concretos de amor a los hermanos, son elementos de esta devoción, elementos muy sencillos con los que se ha transmitido en el pueblo cristiano lo fundamental del cristianismo.

La religión cristiana es la religión del amor, y el amor consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos ha amado a nosotros y por eso ha enviado a su Hijo para nuestra redención, haciéndonos a nosotros capaces de amar. Del Corazón de Cristo traspasado por la lanza de nuestros pecados, brota una fuente inagotable de amor y de perdón para todos los pecadores. Mirando a Jesús en la cruz aprendemos a amar, al tiempo que nos sentimos amados y perdonados. El Corazón de Jesús es fuente permanente de confianza, de abandono en las manos de Dios, de esperanza. Por eso, la jaculatoria más empleada en la vida de tantos cristianos es: «Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío», o en versión más simple: «Jesús, confío en ti».

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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