Jesucristo, juez universal de misericordia

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández

Llegamos al último domingo del año litúrgico, fiesta solemne de Cristo Rey del universo. El evangelio de este domingo nos presenta a Jesucristo, que viene para juzgar a vivos y muertos. Sólo Dios puede juzgar al universo entero, y le ha dado a su Hijo el poder de juzgar a todas las naciones.

De esta manera el Reinado de Dios se hace presente en la persona de Jesucristo: “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). En más de una ocasión durante su vida terrena quisieron aclamar a Jesús como rey, pero él se escabulló. Los había sacado de apuros, les había llenado el estómago, con él podían emanciparse del dominio romano, etc. Toda una serie de ventajas humanas, que podían malentender el Reinado de Dios en la persona de Cristo. Por eso, él se escabulle, no ha venido para ser rey de esa manera, no ha venido para ser un rey temporal. Él es el “rey eternal”, como san Ignacio lo califica en sus Ejercicios.

Solamente al final de su vida terrena acepta que le proclamen rey, acepta que se rían de él como “rey de los judíos” con una corona de espinas y una caña en la mano como cetro real. Y ante Pilato declara abiertamente: “Tú lo has dicho, soy rey”. En ese momento ya no hay lugar a equívocos. Con un aspecto que no parecía hombre, condenado a muerte, deja que lo proclamen rey, porque aquí estamos ante el núcleo de su reinado. Jesucristo llega a su máxima expresión como rey en la Cruz, y así lo señalará el título “Jesús Nazareno, el rey de los judíos”, y en su resurrección, “Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,11).

Su reinado no será un reinado de poderío humano, de prepotencia aplastante, de dominio despótico. Su reinado es un reinado de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Un reinado que se ejerce en el servicio y que lleva hasta dar la vida por los demás. Un reinado en el que serán sometidos los poderes del mal por una sobreabundancia de amor.

Este reinado lo ejerce Jesucristo en el juicio universal, como nos recuerda el evangelio de este domingo. Vendrá glorioso, rodeado de sus ángeles, para juzgar a todas las naciones. Su juicio separará los buenos de los malos, el trigo de la cizaña, para dar premio a los buenos y castigo a los malos. No todo vale, y todo saldrá a la luz sin disimulo ni encubrimiento, sin mentiras ni tapujos. La única pregunta del examen final será el amor. En el atardecer de la vida te examinarán del amor, nos enseña san Juan de la Cruz. Y en ese examen de amor, saldrá a la luz todo lo bueno que hemos hecho y todo lo que hemos dejado de hacer.

“Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Estamos ante el “gran protocolo” de la santidad, nos recuerda el Papa Francisco (GE 95), pues “quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”, nos dice san Juan (1Jn 4,20).

En esta página del juicio final aparece Jesús como rey misericordioso, bajo cuya mirada hemos de recorrer nuestra vida presente. Nada hay oculto que no llegue a manifestarse. Y el motivo de nuestras acciones ha de ser el de agradar a Dios, que nos juzgará por su Hijo Jesucristo al final de nuestra existencia.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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