Iglesia santa, esposa y madre

El 18 de mayo celebramos todos los años en la diócesis de Córdoba la fiesta de la dedicación de la Santa Iglesia Catedral. Fue el 18 de mayo de 1146 cuando Alfonso VII el Emperador recibió las llaves de la ciudad del rey musulmán Ibn Ganiya, y el arzobispo de Toledo D. Raimundo, entonces administrador apostólico de Córdoba, consagró la hasta entonces mezquita convirtiéndola en catedral católica. Los musulmanes volvieron a tomarla, cuando las tropas cristianas se alejaron de la ciudad de Córdoba. La segunda dedicación, más solemne y concurrida que la anterior se tuvo el 29 de junio de 1236, cuando el rey Fernando III el Santo reconquistó la ciudad de Córdoba y mandó que la gran mezquita fuera consagrada como catedral. Lo hizo el obispo de Osma, en ausencia del arzobispo de Toledo.

Este domingo 18 de mayo recordamos y celebramos la dedicación de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Celebración que en la Catedral tiene rango de solemnidad, que prevalece sobre el domingo.

Hay pocas celebraciones en el calendario litúrgico que se refieran a la Iglesia. Una es cuando se consagra esa misma Iglesia, otra es en el aniversario de esa consagración. En esta fiesta celebramos no tanto las piedras, por muy artísticas que sean, sino las personas que componen esta comunidad. Y al ser la Catedral, a todos los fieles católicos de la diócesis de Córdoba.

La Iglesia es calificada como Esposa de Cristo en la doctrina del concilio Vaticano II (LG 6), tomándolo de Ap. 19,7-10 y de la doctrina de los Padres: “Como cabeza él se llama “esposo”, y como cuerpo “esposa”. Son una sola carne” (san Agustín, in Ps. 74, 4). En la ordenación episcopal, cuando se entrega el anillo, se dice: “Recibe este anillo, signo de fidelidad, y permanece fiel a la Iglesia, Esposa santa de Dios”. La Iglesia es esposa, y así se le confía al ministro cuando es ordenado. Y por eso, es también madre fecunda por la acción del Espíritu Santo.

Celebrar la dedicación de la Santa Iglesia Catedral es celebrar en toda la diócesis que la Iglesia es la esposa de Cristo, la prolongación de Cristo en el tiempo y en la historia. No es la Iglesia una señora viuda, que ha heredado una rica herencia de su esposo y dispone de ello a su libre arbitrio. La Iglesia está desposada y su esposo vive, y por tanto, su primera tarea es la de ser fiel a su esposo en todo y con suma delicadeza. La Iglesia está referida constantemente a su único esposo, que es Jesucristo. Su preocupación constante es agradarle, hacer lo que él diga, vivir en su recuerdo, serle fiel absolutamente.

Y al mismo tiempo, y por ser esposa, es nuestra madre. Nuestra Santa Madre la Iglesia. Ella es una, siguiendo el mandato del Maestro. “Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, para que el mundo crea” (Jn 17,20). El Papa León XIV, siguiendo a san Agustín, tiene en su lema “in illo uno unum” (en aquel que es único [Cristo], nosotros somos uno [Iglesia]).

Es santa, porque su fundador es santo, y porque tiene como alma al Espíritu Santo. Y en su seno, de pecadores, que somos todos (excepto su Madre santísima), a todos nos va haciendo santos. Ahí están nuestros hermanos que nos preceden y brillan en todas las virtudes. Es católica, es decir, llega a todos los hombres y a todo el hombre.

Es apostólica, porque es enviada por los mismos Apóstoles a los que Cristo envió al mundo, para vivir una vida como aquella vida apostólica de los Doce con Jesús, para llevar a todos los hombres la buena noticia de la salvación.

La fiesta de la dedicación de la Santa Iglesia Catedral sea ocasión de intensificar nuestro amor a la Iglesia, a la que pertenecemos, y más en estos días en que ha recibido un nuevo pastor de la Iglesia universal, el Papa León XIV, y se dispone a recibir un nuevo pastor, D. Jesús Fernández, un nuevo sucesor de los Apóstoles.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, administrador apostólico de Córdoba

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