Homilía de Mons. Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba en la Misa Crismal. Queridos hermanos sacerdotes:
«Jesucristo nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios. A El la gloria y el honor por los siglos de los siglos». Con estas palabras comienza esta liturgia solemne, en la que la Iglesia celebra y toma mayor conciencia de su ser sacerdotal, que le viene de Cristo sumo y eterno sacerdote, su Señor, su Esposo, su Cabeza.
En el seno de este pueblo sacerdotal, Jesucristo «no sólo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino que, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo para que por la imposición de las manos participen de su sagrada misión» (Prefacio).
Un mismo sacerdocio, el de Cristo, participado de dos maneras diferentes: por el sacramento del bautismo y por el sacramento del orden. Dos participaciones del sacerdocio de Cristo, diferentes esencialmente y no sólo de grado, ordenadas la una a la otra en el seno del Pueblo de Dios, para perpetuar la ofrenda y el sacerdocio de Cristo (cf LG 10). No sólo somos discípulos, sino que hemos sido llamados pro él para ser sus ministros.
Os saludo especialmente a vosotros, queridos sacerdotes más jóvenes, cuyas manos rezuman todavía al santo Crisma de vuestra reciente ordenación. Y saludo también con especial afecto a los que cumplen 25 y 50 años de ordenación sacerdotal en este año 2010. Enhorabuena a todos. Nuestro homenaje se dirige también en este día a los sacerdotes mayores de 75 años, a los que la diócesis agradece sinceramente su servicio en la viña del Señor, en esta diócesis de Córdoba, pidiendo al Dueño de la viña que podías continuar vuestros trabajos todavía durante muchos años. Y junto a vosotros, mi enhorabuena a vuestros padres, que han dado lo mejor de sí mismos a Dios y a la Iglesia en su hijo sacerdote.
1. «El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús» Nos encontramos en una de las celebraciones más significativas de este Año sacerdotal, que el Papa Benedicto XVI ha convocado para recordar el 150 aniversario del dies natalis del Santo Cura de Ars. Un año «para favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio». Urge la santidad del sacerdote, hoy más que nunca, porque de esa santidad depende sobre todo la eficacia de su ministerio. El Santo Cura de Ars repetía «El Sacerdote es el amor del corazón de Jesús», expresando con ello que este ministerio ha brotado del corazón, del amor de Cristo a su Esposa la Iglesia y a toda la humanidad. Este amor del corazón de Jesús es un amor crucificado, sangrante, coronado de espinas. Damos gracias a Dios en este día por tantos dolores y sufrimientos que han tenido que soportar muchos sacerdotes, precisamente por ser sacerdotes. Entre ellos destacan los mártires de la diócesis de Córdoba, y más cercanos en el tiempo Juan Elías Medina y los 130 compañeros, cuya causa ya avanzada en su fase diocesana, esperamos que llegue a feliz término para edificación de los sacerdotes y de todo el pueblo cristiano. Cuánto amor ha brotado del corazón de Cristo en la vida y en el martirio de estos sacerdotes. El testimonio de los mártires nos alienta en nuestras luchas, como nos recuerda la carta a los Hebreos: «Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra lucha contra el pecado» (Hbr 12,4).
Queridos sacerdotes: son muchas hoy las dificultades que encontramos en nuestro ministerio: indiferencia y desinterés ante el Evangelio del que somos pregoneros, a veces desprecio, turbulencias en la doctrina y en la disciplina de la Iglesia, ataques por muchos frentes. No tengáis miedo, todavía no hemos llegado a la sangre. Ahí están estos hermanos nuestros que han confesado a Cristo con su martirio. Muchos de nosotros debemos directamente nuestra vocación y nuestra perseverancia a este testimonio reciente, porque en este como en tantos casos, «la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos» (Tertuliano, Apol., 50, 13). Realmente, en ellos apreciamos que el sacerdocio es el amor del corazón de Jesús. «Sin embargo, -cito palabras del Papa- también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros.
En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes. En este sentido, la enseñanza y el ejemplo de san Juan María Vianney pueden ofrecer un punto de referencia significativo». Son palabras del mismo Benedicto XVI, que en estos días sufre un ataque furibundo de las fuerzas del mal. Conocemos situaciones que hacen llorar a la Iglesia en su deseo de fidelidad al Señor. Situaciones «nunca bastante deploradas». Pero ante estas situaciones, el Papa ha demostrado tolerancia cero y ha afrontado el problema con todas sus consecuencias, buscando ante todo reparar el daño de las víctimas y exigiendo a los obispos una más estrecha vigilancia en el desempeño de sus responsabilidades pastorales. No es justo que una cultura como la nuestra que incita precozmente al desorden sexual de niños y adolescentes, arremeta contra el Papa, el único que fiel a su misión ha afrontado en público y en privado el problema con todas sus consecuencias.
Oremos, queridos sacerdotes, en esta Misa crismal especialmente por el Papa Benedicto XVI: Dominus conservet eum, et vivificet eum et beatum faciat eum in terra et non tradat eum in manibus inimicorum eius (El Señor lo conserve, lo vivifique y le haga feliz en la tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos). Con todo, no se trata de defenderse atacando, sino de mirar al Corazón de Cristo herido por nuestros pecados y ofrecerle una digna reparación por nuestra parte. Para ello, en la carta a los católicos irlandeses (19.03.2010) el Papa nos propone hacer penitencia, multiplicar los momentos de adoración eucarística y apreciar cada vez más el don del sacerdocio, según la expresión del Santo Cura de Ars: "Un buen pastor, un pastor conforme al corazón de Dios es el tesoro más grande que Dios puede dar a una parroquia y uno de los más preciosos dones de la misericordia divina".
2. Llamados a ser santos por el camino del radicalismo vangélico Queridos sacerdotes, en esta celebración anual de la misa Crismal vamos a renovar nuestros compromisos sacerdotales, recordando aquel momento precioso en el que entregamos nuestra vida entera al Señor. No nos pesa haberlo hecho así. Ha valido la pena dejarlo todo para seguirle, y queremos renovar ese compromiso. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Si algo nos duele es el haber sido rémora a la acción de Dios en nosotros y a través de nosotros en los fieles que se nos han encomendado.
Pero si miramos a nuestro pasado es para dar gracias a Dios por todos los dones recibidos, pedirle perdón humildemente por nuestr
os pecados y nuestras perezas y lanzarnos hacia el futuro con decisión por el camino de la santidad sacerdotal. No desaprovechemos la ocasión que se nos brinda en este Año sacerdotal. Que en todos nosotros se renueve esta «determinada determinación de no parar, venga lo que viniere» (Sta. Teresa, C 20,2), porque «esta es la voluntad de Dios, que seáis santos» (1Ts 4,3). La santidad sacerdotal brota principalmente del sacramento del Orden, que nos ha configurado con Cristo buen Pastor, Cabeza y Esposo de su Iglesia, con un sello o carácter sacramental para toda la vida, para toda la eternidad. «Tú es sacerdos in aeternum». Por el sacramento del orden hemos sido incrustados más profundamente en el misterio de la Iglesia, en una estrecha relación con los demás hermanos presbíteros, en «fraternidad sacramental» (PO 8), con el obispo que preside el presbiterio, con los fieles a los que somos enviados. La santidad sacerdotal se alimenta de la caridad pastoral, del celo por las almas, del ejercicio del ministerio si lo hacemos conscientemente unidos a Cristo, pues actuamos in persona Christi. Cuidemos especialmente, queridos sacerdotes, nuestra relación afectiva con el Señor, que nos vaya dando un corazón como el suyo, con capacidad oblativa de entregarse sin reservas, pero no quedando enganchado en las cosas, en las personas, en las obras que realizamos. Que el Señor nos conceda un corazón libre, porque está saciado de su amor y se alimenta constantemente en la oración, en la cruz vivida con amor y en el testimonio de una vida sacerdotal austera y desprendida. Hemos encontrado un tesoro, Jesucristo, y esto debe notarse en todo: en nuestro talante de vida sencilla, en la alegría de nuestros ojos, en la generosidad y disponibilidad para la misión, en el celo ardiente para que todos le conozcan y le amen.
3. Como un rio de vida para toda la diócesis «El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido y me ha enviado para llevar la buena noticia a los pobres» (Lc 4,18). En esta Misa crismal es consagrado el Santo Crisma como vehículo del Espíritu Santo, que a lo largo del año irá santificando las personas y las cosas que sean ungidas con esta unción sagrada. El Espíritu ha tocado la carne de Cristo y la ha capacitado para la gloria. El santo Crisma prolonga esa unción de Cristo en los bautizados, confirmados y ordenados, es decir, en todos aquellos que serán marcados con el carácter sacramental, que prolonga la gracia de unión del Hijo con su carne animada. Todo lo que este crisma unja quedará consagrado. Con este santo Crisma quedaréis consagrados los nuevos sacerdotes, los jóvenes de confirmación, los renacidos por el bautismo. La consagración del santo Crisma abre del corazón de Cristo como un rio de vida que recorrerá toda la diócesis santificando y haciendo nuevas todas las cosas. He aquí un fruto anticipado de los santos misterios que en estos días vamos a celebrar.
También en esta celebración serán bendecidos el óleo de los catecúmenos, como fortaleza en la lucha contra el mal. Es el óleo del exorcismo, de la lucha contra Satanás. Y será bendecido el óleo de los enfermos, como bálsamo en el dolor para el cuerpo y para el alma de tantos enfermos que lo recibirán a lo largo del año en nuestra diócesis, en nuestras parroquias, en nuestros hospitales. Del corazón de Cristo abierto por la lanza del soldado salió sangre y agua, es decir, los sacramentos de la Iglesia. Acerquémonos con gozo a las fuentes de la salvación. Llevemos a nuestras parroquias como un precioso tesoro las vasijas de los santos óleos, presentémoslas a los fieles en una apropiada catequesis. Que todos valoren el santo Crisma y lo santos óleos no como un objeto que se arrincona, sino como un instrumento sagrado para santificar al pueblo cristiano. Enhorabuena, queridos sacerdotes presbíteros. Habéis sido elegidos por Dios para perpetuar en su Iglesia el misterio de la redención, con la colaboración de los seglares y de las personas consagradas.
Quiero aprovechar esta ocasión para agradeceros vuestra acogida fraterna en los encuentros que hemos tenido durante los días pasados, en que he querido saludaros personalmente a cada uno. Me siento muy a gusto entre vosotros. Enhorabuena a los que hoy recordáis fechas especiales de vuestra vida sacerdotal, 25 o 50 años de ministerio, mayores de 75 años, recién ordenados. Pidamos al dueño de la mies que nos mande trabajadores a su mies, que nos mande abundantes sacerdotes, para nuestra diócesis y para la Iglesia universal, y seamos generosos para compartir los dones recibidos. «Jesucristo nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios. A El la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén».