Semana de oración por la unidad de los cristianos.
Nos encontramos inmersos estos días, del 18 al 25 de enero, en la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Una de las primeras intenciones del corazón de Cristo desde su oración en el Cenáculo hasta el final de los tiempos: que todos sean uno. Jesucristo vive esa unidad profunda con el Padre y el Espíritu Santo y quiere proyectarla en toda la humanidad hasta formar una misma familia, en la que todos somos hermanos porque somos hijos del mismo Padre.
Pero el pecado rompe la unidad: la unidad con Dios, la unidad de la persona, la unidad de la comunidad y la armonía con el universo. Por eso, la acción redentora de Cristo consiste en llevarnos a todos a la unidad, en recomponer las rupturas y reparar las heridas. Somos incapaces de vivir unidos en la familia, en cualquier comunidad, en el mundo entero, si no abrimos nuestro corazón a la acción de la gracia que nos sana y nos redime. La Semana de oración por la unidad de los cristianos nos ayuda a caer en la cuenta de todo esto. La unidad es posible, está a nuestro alcance, porque Cristo nos ha reunido en un solo cuerpo mediante su sangre derramada en la Cruz. Merece la pena trabajar por la unidad, respondiendo al impulso del Espíritu Santo, espíritu de amor, espíritu de unión.
Las distintas Iglesias de Oriente nos proponen el lema de este año: “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). En medio de tantas tensiones en que vive la humanidad entera, y más concretamente la zona de Oriente medio, sólo una luz que viene de lo alto nos puede orientar en este camino. Y una luz que provoca en nosotros una actitud de adoración. La estrella, que orientó a los Magos hasta Belén, es signo del camino de la fe, que tenemos que recorrer en actitud de humildad y de adoración. Reconocida esa luz, hemos de darla a conocer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, puesto que la Iglesia ha recibido de su Maestro Jesucristo el mandato misionero de ir al mundo entero y anunciar el Evangelio a toda criatura.
Llegados estos días, y durante todo el año, caemos en la cuenta de que nunca llegaremos a la unidad si nos encastillamos en nuestras diferencias. La mente y el corazón han de estar abiertas al don de la unidad, que viene de lo alto, superando las rupturas históricas que han generado la división. Jesús pide al Padre que todos sean uno, y añade la razón: para que el mundo crea. Europa, cuyas raíces cristianas son innegables, va perdiendo su identidad cristiana y por ello le será más difícil superar las divisiones y rupturas.
Aquella ruptura del año 1050, que separó Oriente de Roma, y la otra más grande aún de 1520, que separó gran parte de la población europea de la comunión con el Papa, van siendo superadas en el movimiento ecuménico de hace más de un siglo. Cristianos de todas las Iglesias y Comunidades vamos aprendiendo a mirarnos como hermanos, y aunque todavía no sea plena la comunión, se han dado pasos de gigante en el acercamiento recíproco.
Continuemos por ese camino, sabiendo que el ingrediente principal es la oración por la unidad, que en estos días hacemos más intensa. Este domingo tercero del tiempo ordinario es, además, el Domingo de la Palabra, con el lema: “La Palabra de Dios alimenta la vida”. La Palabra de Dios es el alimento del camino, junto con la Eucaristía, la Palabra hecha carne. Todos los cristianos tenemos en común la Palabra de Dios, y en torno a esa Palabra podemos reunirnos para recibir la luz que viene de lo alto, la estrella que guio a los Magos y quiere guiar nuestras vidas. Ese caminar juntos, esa sinodalidad, es una dimensión esencial de la Iglesia.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba