Flores de mayo para María

Carta Pastoral de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba.

El mes de mayo es el mes de las flores. Córdoba es un buen ejemplo de ello. Y unido a las flores, el mes de mayo es el mes de María, la flor más bonita de la creación.

En el mes de mayo celebramos la Cruz de mayo. No ya como patíbulo y lugar de suplicio, donde Jesús ha sufrido la muerte como un malhechor, sino como árbol donde ha florecido el amor más hermoso, desde donde Jesucristo ha expresado el más alto grado de amor al Padre y a los hombres. La Cruz se nos presenta no en su sabor amargo, sino en su sabor dulce. Me llamó la atención una cruz que los niños de Montilla sacaban en procesión. Era la cruz del cristiano, sí, pero hecha de dulces y de “chuches”. Era una cruz edulcorada. La cruz del cristiano viene edulcorada por el amor que Cristo nos enseña desde ella.

Cristo resucitado ha convertido la Cruz en el árbol de la salvación. Celebramos la Cruz florida, la Cruz de la que ha brotado la vida en abundancia para todos los hombres. Ave Crux, spes unica. ¡Ave, oh Cruz, esperanza única de la humanidad! En la ciudad y en muchos pueblos, la Cruz de mayo, la Cruz florida nos invita a mirar la vida con esperanza, incluso cuando tropezamos con las espinas de este árbol frondoso.

Y junto a Jesús, siempre María. También en el mes de mayo. En casi todos los pueblos se celebran romerías en honor de la Virgen María. La naturaleza invita a ello, los campos están preciosos. Pero, además, la gracia de la redención ha estallado en un canto de victoria por la resurrección de Jesucristo. María es la primera flor y el primer fruto de la redención. En ella la gracia de Dios se ha volcado a raudales. María es la llena de gracia y la mediadora de todas las gracias para toda la creación.

A lo largo del tiempo pascual, nos gozamos con la resurrección de Cristo y nos preparamos a la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Los apóstoles esperaron al Espíritu Santo en oración con María: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. (Hech 1,14). María congrega a los apóstoles, María enseña a orar y a esperar; a través de María el Espíritu Santo engendra el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia, como había engendrado de ella el cuerpo físico en la encarnación. María y el Espíritu Santo tienen una especial complicidad en el misterio de la redención, en su realización y en su aplicación.

Por eso, el mes de mayo es tan bonito y tan lleno de contenido. En muchos grupos y movimientos de jóvenes es costumbre, en estos días de mayo, hacer y renovar la consagración a la Virgen. Somos de María ya desde el bautismo, al haber sido hechos hijos de Dios. La consagración a la Virgen consiste en caer en la cuenta de que es nuestra madre, renovando nuestra relación con ella como verdaderos hijos desde el bautismo, y poniendo la ofrenda de nuestra vida a su servicio y bajo su protección. Todo con María y por María. La mirada a María, a quien consagramos nuestra vida, renueva en nosotros el frescor de la vida cristiana y recupera desde ella todo su vigor.

En el mes de mayo, adquiere pleno significado esta oración que rezamos todos los días: “Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti celestial princesa, Virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes Madre mía”.

Con mi afecto y bendición: 

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba  

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