Estad en vela

Homilía de Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, una nueva etapa de nuestra vida, que gira en torno al misterio de Cristo, el Hombre perfecto, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para hacernos a nosotros hijos de Dios. Cada año, ese misterio completo nos lo va presentando la liturgia de manera eficaz, y aquello que celebramos vuelve a revivirse para que vayamos creciendo en la asimilación del misterio de Cristo, hasta que lleguemos a la plenitud, a la medida del don de Cristo.

El año litúrgico comienza con el adviento, con el anuncio de la venida del Señor, para que nos pongamos en actitud de esperarlo y salgamos a su encuentro. Año tras año vayamos preparando ese encuentro definitivo, ese abrazo eterno con el amor de nuestras almas, Jesucristo nuestro Señor. Cada año estamos más cerca de ese encuentro, que debemos desear serenamente. El tiempo de adviento lo celebra y nos lo recuerda.

En una primera parte de este tiempo de adviento, el foco de atención se pone en Jesucristo que llegará para llevarnos con él, y nos alerta en su evangelio de múltiples maneras para que estemos preparados. “Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa… no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos” (Mc 13,36).

Tenemos el peligro, incluso los cristianos creyentes y practicantes, de acomodarnos a este mundo, de instalarnos en nuestra situación y de aletargarnos en nuestras coordenadas ordinarias. La palabra de Jesús viene a decirnos: estad alerta, estad en vela, no dejéis que el acomodo os domine. Ese sería el peor letargo de nuestra vida. El comienzo de un nuevo año con el tiempo de adviento viene a despertarnos.

El adviento nos abre a la perspectiva de todo un año por delante, y no es indiferente que comencemos el año con verdadero deseo o no de configurarnos con Cristo al ir celebrando sus misterios. Por tanto, ya desde el comienzo de este nuevo año aumentemos el deseo y la esperanza de recibir todo lo que el Señor nos tiene preparado y que quizá en ocasiones anteriores hemos ido aplazando y dando largas. El tiempo de adviento, por tanto, es también tiempo de conversión, de volver nuestro corazón y nuestra vida a Dios, esperando su misericordia. El segundo domingo se centra más en este aspecto de la misericordia, así como el tercero nos invita al gozo desbordante.

En este contexto de pandemia, en el que mucha gente vive con el miedo a cuestas, el tiempo de adviento es ocasión propicia para abrir de par en par el horizonte de la vida eterna, del cielo, de la venida última del Señor que nos llevará consigo para hacernos gozar de Dios y de sus dones. Él viene cada día, en cada persona, en cada acontecimiento, en cada circunstancia. Viene sobre todo en la Eucaristía, viene en la Palabra, viene en la comunidad donde vivimos, viene en los pobres que salen a nuestro encuentro o nos encontramos en el camino de la vida. El tiempo de adviento nos abre los ojos de par en par para que le veamos allí donde está, aunque esté oculto o disfrazado.

La esperanza del cielo no nos aliena de la construcción del mundo presente de la ciudad terrena, sino todo lo contrario. Precisamente la certeza del cielo que esperamos nos impulsa a transformar este mundo desde dentro. Nada ni nadie podrá apartarnos de este empeño, porque la esperanza cristiana es capaz incluso de traspasar el umbral de la muerte, porque la muerte ha sido vencida para siempre.

Aviva en nosotros al comenzar el adviento el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados de las buenas obras. Así lo pedimos este domingo. Así nos lo quiere conceder el Señor. Así lo esperamos y deseamos para todos.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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