Estad en vela, estad preparados

Carta del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández

Comenzamos un nuevo Año litúrgico, una nueva etapa de nuestro camino hacia el cielo. El Año litúrgico gira en torno a Jesucristo, dura un año natural, pero comenzando antes para prepararnos a Navidad, al nacimiento de Jesús en Belén. Y terminó el pasado domingo, fiesta de Jesucristo Rey.

La vida cristiana no es una repetición monótona de lo mismo, el Año litúrgico tampoco. La vida cristiana tiene como centro una persona, la segunda de la Trinidad, el Hijo que se ha hecho hombre en el seno virginal de María, Nuestro Señor Jesucristo. Y el Año litúrgico es la celebración de los misterios de la vida de Cristo que por medio de la liturgia se nos hace contemporáneo, cercano. No es por tanto una repetición monótona, es una celebración en espiral ascendente y creciente. Volvemos a celebrar el nacimiento, la vida pública, la pasión, la muerte y la resurrección del Señor que culmina en el envío del Espíritu Santo. No es lo mismo del año pasado, es siempre algo nuevo, como lo es el encuentro con una persona, aunque uno conviva con ella todos los días. Y a lo largo de un Año, Dios Padre nos irá regalando nuevas gracias de unión con su Hijo Jesús, gracias de conversión, gracias de apostolado en el anuncio del Evangelio y los pobres serán evangelizados.

 

El adviento es el tiempo de la espera del Señor, que viene. El cristiano no afronta la muerte como si fuera un muro impenetrable. No. El cristiano sabe que después de la vida presente nos esperan los brazos amorosos de Dios, nos espera la vida eterna en la felicidad de Dios con María y con todos los santos. El cristiano se alegra y sufre como todos los mortales, pero mantiene siempre la certeza de una vida que no acaba, de una felicidad que no termina, y eso le llena de esperanza, incluso en los momentos más duros de su vida. El tiempo de adviento tiene este sentido de prepararnos al encuentro del Señor cuando venga a buscarnos. Que cuando llegue nos encuentre preparados y dispuestos.

El tiempo de adviento nos prepara también a la venida de Jesús en la Navidad. Qué bonita es la Navidad y tanto o más su preparación. Como una madre espera con paz serena el nacimiento de su hijo, así la Iglesia entera se pone en estado de buena esperanza. La esperanza es el color del adviento. Viene Jesús a salvarnos, es el Salvador. Y su venida nos trae alegría y paz. Nos trae solidaridad con los hermanos, especialmente con los que sufren. En Navidad, Jesús es el centro y sin él no tendríamos Navidad. Que no nos suene la Navidad a fiesta de consumo y de placeres. Que la Navidad nos suene a Jesús, y le preparemos el corazón. Ya podemos empezar a poner el belén en casa, en el cole, en las calles. Pero sobre todo, prepara tu corazón para él. Que se sienta a gusto cuando venga. Para ello, limpia tu casa, ordena tu vida, déjale entrar. Te trae alegrías que nunca olvidarás.

Y este niño tiene madre. Al comienzo del tiempo de adviento, la fiesta de la Inmaculada. La primera redimida, antes que nadie, antes de contraer ningún pecado. Toda pura y toda limpia, sin pecado original. La novena de la Inmaculada y su fiesta grande llenará de alegría a toda la Iglesia. La diócesis de Córdoba le agradece a María que nos dé dos diáconos. Rezamos para que se preparen bien y sean dignos ministros del altar.

Tiempo de adviento, lleno de esperanzas y cumplimiento de promesas. Nos ponemos en camino con las lámparas encendidas, con la fe ardiente y la caridad solícita.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández González

Obispo de Córdoba

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