Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.
Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico. La liturgia celebra el misterio de Cristo a lo largo de todo el año, haciéndonos contemporáneo ese misterio, porque lo acerca hasta nosotros, y haciéndonos a nosotros contemporáneos de Cristo, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de san Ignacio). El primer domingo de Adviento nos presenta a Jesús que viene, y nos invita a vivir en actitud de espera.
Jesucristo vino a la tierra hace ya dos mil años, y dentro de pocos días celebramos en la Navidad este misterio de su encarnación, de su nacimiento como hombre, sin dejar de ser Dios eterno. Adoramos en la carne del Hijo al mismo Dios hecho hombre, hecho niño. Misterio que no ha pasado, sino que permanece para toda la eternidad: Dios hecho hombre. Misterio que la liturgia acerca hasta nosotros, sobre todo en la Eucaristía, donde se nos da como alimento al mismo Cristo.
Jesucristo está viniendo en cada momento a nuestra vida. Sigue llamando a la puerta de nuestro corazón. “Estoy a la puerta llamando. Si alguno oye mi voz y me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20). Además de su presencia sacramental, Jesús viene hasta nosotros en cada persona y en cada acontecimiento, para provocar en nosotros una actitud de acogida, de adoración, de servicio. La presencia de Cristo en nuestra vida se realiza por la acción constante del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones por la gracia.
El primer domingo de Adviento, sin embargo, acentúa la venida del Señor al final de los tiempos, al final de la historia. Cuando todo lo que vemos se acabe, vendrá Jesús glorioso para llevarnos con Él para siempre. Hay quienes piensan que con la muerte se acaba todo. No es así. El cristiano sabe que, después del duro trance de la muerte y de todo lo que le precede, está la vida eterna, que no acaba y que consiste en gozar con Jesús para siempre. Qué distinta es la vida cuando se vive en la perspectiva de la espera. Como la esposa espera a que vuelva su esposo a casa para gozar de su compañía y de su amor, así nos invita la liturgia del primer domingo de Adviento a esperar con actitud esponsal al Señor, que viene.
No sabemos ni el día ni la hora, para que la espera intensifique el deseo. Por eso, no debemos distraernos entretenidos con las cosas de este mundo, aunque sean buenas. Quiere el Señor que le deseemos ardientemente, que esperemos con mucho deseo su venida. Y este deseo irá purificando nuestro corazón de otras adherencias, que nos impiden volar. El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, con este sentido gozoso de la espera. ¿Dónde está nuestro corazón? Donde esté nuestro tesoro (cf Mt 6,21).
María es el personaje central del Adviento, porque ella ha acogido con corazón puro al Verbo eterno, que se hace carne en su vientre virginal, por obra del Espíritu Santo. Ella lo ha recibido en actitud de adoración y lo da al mundo generosamente, sin perderlo. Ella nos enseña a ser verdaderos discípulos de su Hijo. Si hay alguna etapa mariana a lo largo del año, esa etapa ciertamente es el adviento. Con María inmaculada, con María virgen y madre, con María asociada a la redención de Cristo, vivimos el tiempo de Adviento y nos preparamos para la santa Navidad que se acerca.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba