La fiesta principal del año litúrgico es la Pascua del Señor, en la que celebramos el
misterio de la muerte y la resurrección del Señor. No por ser repetido cada año, deja de
ser nuevo siempre con la novedad y la frescura del misterio cristiano que se actualiza en
la liturgia. No se trata de volver al punto de partida continuamente, no se trata del eterno
retorno, se trata de recordar aquel acontecimiento único, sucedido una vez en la historia,
que ha trasformado la historia desde dentro y se hace presente continuamente en la
celebración litúrgica para impulsar la historia hasta su plenitud.
Entremos de lleno en este acontecimiento, que cambia nuestra vida. Jesucristo nos
marca la pauta: oración, ayuno, limosna. La oración nos abre a Dios, volvamos a Dios.
Él nos espera con los brazos abiertos para derrochar con nosotros misericordia
abundante. Concretemos en nuestra vida esta pauta de la oración y hagamos hueco a
esta relación con Dios, que sostiene nuestra vida cristiana. La oración es el respiro del
alma, respiremos a pleno pulmón durante estos días con ratos de silencio, con lectura de
la Palabra de Dios, con adoración eucarística, con el rezo del santo Rosario, etc.
Junto a la oración, el ayuno por razones espirituales y ascéticas. Hoy se ayuna por
muchas razones: deportivas, dietéticas, etc. La cuaresma nos invita a ayunar por razones
religiosas. Es decir, privarnos no sólo de lo superfluo, sino incluso de lo necesario para
renovar nuestro espíritu. El ayuno forma parte de la vida cristiana, Jesucristo ayunó
cuarenta días en el desierto, la Iglesia nos invita en este tiempo de cuaresma a ayunar de
gustos, de caprichos, de gastos. Seamos arriesgados en esta práctica, con tal que no se
corrompa el sujeto; y no sólo de comida, sino de todos los demás aspectos de la vida.
Fruto del ayuno, será mayor disponibilidad para la oración. Fruto del ayuno será mayor
generosidad para con los demás, la limosna. Encontraremos más tiempo para dedicarlo
a los demás, particularmente a los pobres. La limosna es toda atención al prójimo, al
estilo del buen samaritano, que es Jesucristo. “A mí me lo hicisteis…”.
Y desde el primer domingo de cuaresma somos invitados en la lucha contra el mal,
dentro de nosotros y en el ámbito comunitario en el que nos desenvolvemos. Tengamos
presente que nuestra lucha no es contra los poderes de este mundo, sino contra los
espíritus del mal. Jesús se enfrenta cuerpo a cuerpo con Satanás desde el primer
momento, se va al desierto para luchar contra el demonio y vencerlo. Primer domingo
de cuaresma, domingo de las tentaciones de Jesús.
La tentación consiste en percibir la propuesta de ir por otro camino distinto del camino
señalado por Dios. La tentación en sí misma no es pecado, porque el pecado reside en la
voluntad. A Jesús le propone el demonio hacer milagros en su propio provecho, o tentar
a Dios poniendo en riesgo su providencia, o peor aún adorar a Satanás a cambio del
engaño de darle todo el poder. Y Jesús rechaza con prontitud tales sugerencias, sin
entrar en diálogo con el demonio.
Nos enseña Jesús de esta manera que la vida es un combare permanente. Y como
explica san Agustín no hay victoria si no hay lucha, y no hay lucha si no hay prueba o
tentación. Dios permite la tentación para que nosotros luchemos hasta la victoria, como
ha hecho Jesús, que nos da ejemplo y estímulo para alcanzar la victoria.
Entremos en la cuaresma, tiempo especial de gracia y de conversión. Oremos unos por
otros para que luchemos en el combate hasta la victoria, recurramos continuamente a la
oración, al ayuno y a la misericordia con los demás. Así llegaremos renovados a la
celebración de la Pascua.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba