El Evangelio en el corazón

Carta semanal del Obispo de Córdoba. Queridos hermanos y hermanas:

El próximo sábado 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, celebraremos la Jornada de la Vida Consagrada, cuya finalidad es visibilizar nuestra estima por este género de vida y dar gracias a Dios por el signo extraordinario de la presencia amorosa de Dios en el mundo que son los consagrados y por el don que supone para nuestra Diócesis su testimonio y su trabajo pastoral. Al millar largo de religiosos y religiosas de vida activa, se suman los miembros de los institutos seculares y de las sociedades de vida apostólica, las vírgenes consagradas y los más de doscientos monjes y monjas contemplativos que hacen de su vida una ofrenda a la Santísima Trinidad, siendo para nuestras comunidades  un verdadero caudal de energía sobrenatural. Celebraremos esta Jornada con una solemne Eucaristía en la Catedral. En ella, los propios consagrados darán gracias a Dios por el don de la vocación, por la predilección que el Señor ha tenido con ellos al elegirles como amigos, al llamarles a su intimidad y al enviarles como mensajeros y testigos.

La celebración del Sínodo de los Obispos en el próximo otoño sobre “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia” ha facilitado la elección del lema de la Jornada en este año: “El Evangelio en el corazón. La Palabra de Dios en la Vida consagrada”. Con este lema se nos quiere recordar que la Lectio divina ha sido siempre el quehacer fundamental de los miembros de la vida contemplativa y el secreto manantial en el que se han alimentado todos aquellos que, habiendo escuchado la invitación de Jesús a seguirle, lo han dejado todo para estar con Él y para compartir su misión. A ellos y a nosotros, sacerdotes y laicos cristianos, se nos recuerda con este lema el puesto singular que la Palabra de Dios debe ocupar en nuestra vida.

El Concilio Vaticano II pidió a los católicos una mayor veneración de la Palabra de Dios, que debe ser la fuente permanente de nuestra oración y meditación. En las vísperas del Gran Jubileo del año 2000, el Papa Juan Pablo II nos emplazaba a revisar  “hasta qué punto la Palabra de Dios ha llegado a ser plenamente la inspiradora de toda la existencia cristiana" (TMA 36), como nos pidiera el Concilio. Es verdad que en los últimos cuarenta años se ha recorrido un largo camino. Muchos cristianos conocen mejor la Palabra de Dios, que ha comenzado a ser, junto con la Eucaristía, el manantial de su alimento espiritual. Hemos de reconocer, sin embargo, que nos queda todavía mucho camino por recorrer.

En la Sagrada Escritura, y muy especialmente en los Evangelios, nos encontramos con Jesucristo, con su vida, su palabra, su mensaje, su doctrina y sus sentimientos; en ellos percibimos su naturaleza divina y humana; su oración y unión con el Padre y también su cercanía a los hombres, su compasión eficaz ante los dolores, los sufrimientos y las urgencias de sus hermanos. En el Evangelio palpamos su fidelidad, su amor a la verdad, su generosidad, su heroísmo y su entrega hasta la  muerte por nuestra salvación.

Sólo se ama aquello que bien se conoce. Sólo amaremos de verdad al Señor y nos entusiasmaremos en su seguimiento e imitación, si nos dejamos fascinar por su vida, si de verdad lo conocemos a través de la lectura asidua del Evangelio, que debería ser un compromiso diario de todo buen cristiano. "Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo"  nos dice San Jerónimo, pues en él se encuentra "la ciencia suprema de Cristo" (Fil. 3,8).

Pero no toda lectura del Evangelio es igualmente provechosa. Quien se acerca a él con una curiosidad puramente intelectual, no se enriquece con los frutos espirituales que en él se encierran. Debemos leerlo, pues, en un clima de piedad, de unción religiosa y de oración, en un clima de escucha de quien nos habla a través de su Palabra y que espera nuestra respuesta en un diálogo cálido y amoroso. Hemos de leerlo además con una actitud de conversión, de humildad y  pobreza, dispuestos a confrontar el mensaje luminoso de Jesús con nuestra propia vida, con sus deficiencias, miserias y cobardías, dispuestos a dejar que el testimonio y la luz de Jesús penetren en lo más recóndito de nuestro corazón. "La Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo" (Hebr 4,12). Ella "nos enseña, nos convence, nos dirige a la justicia y nos lleva a la perfección" (2 Tim 3,16-17) y "puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados” (Hech 20,32). Pero su eficacia está condicionada a que nos dejemos modelar y transformar por ella. Sólo así el Señor se convertirá en el centro de nuestra vida, en fuente de plenitud humana y de gozo espiritual.

Mi saludo y mi bendición para todos los fieles de la Diócesis y muy especialmente para vosotros, queridos consagrados, con afecto fraterno y gratitud.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Obispo de Córdoba

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