Carta semanal del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández
El tercer domingo de cuaresma es el domingo de la Samaritana, el domingo de la sed de Cristo, el domingo en que él quiere saciar nuestra sed con su agua, que es el Espíritu Santo. El agua del que habla el evangelio de san Juan se refiere al Espíritu Santo. “De sus entrañas manarán torrentes de agua viva… Esto lo decía del Espíritu Santo” (Jn 7,37-39). También en este pasaje de la Samaritana, el agua que Jesús le ofrece es el Espíritu Santo: “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, tú le pedirías y él te daría agua viva” (Jn 4,10).
Jesús ha venido a saciar nuestra sed, y para ofrecernos su agua, se presenta ante la Samaritana junto al pozo de Sicar, pidiéndole él a ella: “Dame de beber”. Jesús entra en nuestras vidas de múltiples maneras, y muchas veces entra reclamando nuestra atención a esas múltiples necesidades que padecen los que están a nuestro alrededor, tras de las cuales se esconde él mismo como necesitado. Cuál es nuestra sorpresa cuando, atendiendo a tantas necesidades humanas, nos topamos con Jesús, porque él estaba ahí esperándonos.
La cuaresma es camino de preparación para la Pascua, y la Pascua culmina con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Ese mismo Espíritu Santo que brota del costado de Cristo, traspasado por la lanza, del que salió sangre y agua. El mismo Espíritu que abrasa las entrañas de Cristo en la Cruz, hasta hacerle gritar: “Tengo sed” (Jn 19,28). El Espíritu Santo que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha inundado de gloria, en su alma y en su cuerpo. La cuaresma prepara nuestra alma para recibir el don supremo del Espíritu Santo, purificándonos de otros sucedáneos que no calman la sed. “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed”.
“Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (san Agustín). Este tiempo santo quiere reorientar nuestra vida hacia Dios. Nadie podrá saciar nuestra sed más que Cristo, y hemos de examinar nuestro corazón para descubrir dónde bebemos y dónde buscamos saciar nuestra sed. Es preciso corregir el rumbo, para que nuestro caminar esté orientado hacia Dios.
Jesús conoce la vida de esta mujer de moral disipada, y no le echa para atrás esa situación. Al contrario, la busca premeditadamente. Era una mujer y además una mujer pecadora. Jesús supera estas barreras sociológicas y religiosas de su época, porque ha venido a buscar a los pecadores para introducirlos en la órbita del amor de Dios que redime. Y entabla con ella un diálogo de salvación, se pone a su nivel pidiéndole agua, para escucharla y poderle ofrecer de esta manera otro agua superior.
La escena evangélica de la Samaritana está llena de misericordia por parte de Jesús, que no condena ni rechaza, sino que invita y espera lo mejor de cada uno de nosotros. El tiempo de cuaresma es tiempo de gracia especial para los pecadores, porque están llamados a encontrar el perdón de Dios que reoriente su vida. Cuando la Samaritana ha experimentado este amor gratuito en su vida, se ha sentido conocida y saciada por un amor que nunca había conocido. Es entonces cuando va a decirles a sus paisanos que ha encontrado al Mesías, al salvador del mundo. Y es que el apostolado, o brota de esta experiencia de un amor gratuito que se convierte en testimonio, o es simple proselitismo que no convierte a nadie ni transforma la vida.
Preparemos la Pascua, el paso del Señor por nuestra vida. Para ello nos acercamos a Cristo que nos pide de beber para darnos él un agua que brota del corazón de Dios, el Espíritu Santo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández,
Obispo de Córdoba